Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer, hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones aplaudiendo.
Los cuarteles suelen sostener al sátrapa de turno, porque son garrapatas acostumbradas a chupar, parásitos que viven del erario, flojazos en cuyos uniformes exhiben, groseramente, soles y estrellas sin un pedacito de cielo. Otro guindalejo habrá que colgárselo en una nalga. ¡Sinvergüenzas!
La detestable frase «por eso estamos como estamos». ¡NO!
Estamos así porque en 1998 la mayoría eligió al desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante, que en mala hora sembró esta pesadilla coloreada de un rojo siniestro y alarmante. Y aun en esta hora trágica hay quienes anhelan, deliran y hasta salivan por el retorno de un “régimen de fuerza”, “un uniforme” o “una cachucha”. ¿Acaso ignoran lo que supone una dictadura?
Tarado quien desee salir de gobierno militar para caer en otro gobierno militar o quien crea que militares dan golpes para que gobiernen civiles. A la loca persistencia esa que pretende borrar la civilidad para imponer el militarismo se añade esa otra idea tonta por evocar una dictadura, que hasta nombre y apellido le han puesto. Aludiré como ejemplo y solamente a la que encarnó aquel sátrapa de Michelena, estado Táchira, apodado El Cochinito, cuyos crímenes, timos al erario y violaciones de derechos humanos todavía persisten en la memoria colectiva del venezolano.
Imposible imponer la imagen de un caudillo sobre la idea de democracia y de régimen de libertades públicas.
De allí mi respaldo a cualquier iniciativa unitaria para combatir al adversario político, a quien detenta el poder, a ese que no escatima esfuerzo alguno en arruinar aún más a mi país, en el entendido de que ello no doblega mi espíritu crítico ni autocrítico; no me disminuye ni me aliena; no me impide observar ni reprochar.
No llegamos aquí por radicales ni por guerreros del teclado, sino por el trabajo de hormigas de todos los factores de la oposición política venezolana. Apuesto por un acuerdo que aglutine a todos, o a la mayor cantidad posible de ellos. Conviene alcanzar cierto nivel de unidad en la diversidad. Sugiero lo hagan a beneficio de inventario y con pañuelo en la nariz, si lo consideran necesario. Sospechar es mi derecho.
Procuremos entender la democracia como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento. Conscientes de la democracia, los pueblos deben saber ejercerla y defenderla y sostenerla y conocer las ventajas de ella sobre otros sistemas de gobierno. No hay democracia sin partidos políticos. Si usted no entiende eso, no seré yo quien se lo explique.
Evitemos caer víctimas de la desmoralización, que es un riesgo que debemos conjurar en lo inmediato. No olvidemos al gran responsable de esta tragedia.
Un ser que se apropió de los poderes públicos en franca violación de la división que consagra la Constitución que el pueblo aprobó en referéndum en 1999. ¿Qué clase de democracia es esta que quiere imponer por la fuerza una mentalidad única, para lo cual cierra medios y amenaza a otros, además de perseguir a los comunicadores y a quienes tengan ideas divergentes y críticas frente a un régimen militarista que quiere guerra con todo el mundo, menos contra la pobreza, la miseria y la inseguridad. Hasta de ministro de la Salud alguna vez nombraron a un militar y han querido manejar los hospitales como si fueran cuarteles.
A esos que deliran por una cachucha debo decirles que más lástima aún da saber que mientras en el mundo entero la civilidad toma las sociedades y les confiere poderes al hombre sin uniforme, Venezuela ahora se parece una fortaleza militar que cada día gasta más en armarse con inmensas sumas de dinero -dignas de mejor destino- en aviones, fusiles, milicias, misiles, tanques y submarinos, entre otras capacidades bélicas, mientras los civiles tristemente sacrifican su derecho a dirigir los destinos del país para entregárselos a quienes han fracasado en todo el mundo al frente del poder.
¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción. Una verdadera lástima que la mediocridad partidista con que esos delirantes ansiosos de una mano dura y con cachucha haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos. Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela.