El insustancial incremento salarial recientemente anunciado, preámbulo de la seguidilla característica de todos los años, constituye una afrenta para el venezolano del que se burlan incansablemente, aunque está muy consciente de una medida que sólo agrava su situación. Siendo éste el propósito, huelga comentarlo, se extiende la soporífera retórica constitucional y legal que contrasta con una radical flexibilidad laboral ya en los confines del Estado criminal que levanta sus cañones por doquier, con desprecio de la economía y de sus oficiantes.
El deliberado ocultamiento de la realidad, la temeraria tipificación penal que ensaya para dar cuenta de quienes logren apenas decodificarla, incluye la sospecha de todo esfuerzo académico, sistemático, coherente y profundo de reflexión que, además, sea útil para la vida cotidiana. De modestas o extraordinarias dimensiones, el comerciante, industrial o banquero deberá navegar a perpetuidad por aguas inciertas, sin noción de las más elementales cifras oficiales, o el exitoso demandante en materia laboral tendrá que esperar ad infinitum por la información requerida al Banco Central sobre la tasa de inflación, haciendo inejecutable la sentencia, recorriendo el circuito absurdo de las mafias que se tienen por científicas ellas mismas.
Así como prácticamente no los hay en términos políticos, carecemos cada vez más de un pensamiento y un discurso económicos, faltando poco, alternativos. Atrás quedan los periodistas especializados en la fuente, como los propios economistas que solían publicar sus columnas y conceder largas entrevistas en los medios impresos, sin complejo alguno por los términos empleados: al menos, antes, aún en los mercados municipales, se escuchaban expresiones como crawling peg, intentando refutar el vendedor al comprador que se le resistía con un cierto gesto de corredor de bolsa, por cierto, tan socialmente cotizado por entonces.
No contamos con una industria editorial que ancle determinados temas en la opinión pública, engavetadas centenares de tesis de posgrado y de ascensos, por siempre, presumidas como novedosas. Por airadamente marxista que se diga el régimen, la escuela vive su peor y quizá postrera etapa, reinventándose galáctica: ni siquiera el investigador puede recurrir a los registros y notarías para identificar a la augusta y actual oligarquía del dinero, como alguna vez lo hizo Domingo Alberto Rangel, por lo que debemos esperar al reporte esporádico de la banca internacional (por ejemplo, Credit Suisse), víctima de las filtraciones o de la llamada inteligencia de código abierto, trastocado el socialismo en un asunto exclusivamente criminológico y criminalístico.
Esta centuria es la de una pobreza inaudita que asoma distintos cañones, como las vigas visibles de una casa de barriada, en la carretera vieja de Caracas a Los Teques, eternamente en construcción, esperando por más habitaciones para alquilar, dejando atrás la parcela por la que pagaron, quemaron y limpiaron sus dueños para el rancho precursor. O las invisibles que se suman al insólito tráfico inmobiliario en las áreas marginales, hechas por todos los ministros de hacienda o finanzas, incluso de nombres olvidados, algunos seguramente esperando por regresar al país en reclamo de sus luchas contra un régimen al que tanto contribuyeron a estructurar, empobreciéndonos moralmente aún más.
@LuisBarragaJ