No parece que tomarse las uvas en Ferraz haya logrado derrocar al régimen, pero a cambio le ha dado otra excusa para hacerse la víctima, justificarle a Sánchez su teoría del muro contra la ultraderecha y ayudar a la Selección Nacional de Opinión Sincronizada a tapar el bochorno de Pamplona, último pago del rescate que abona el PSOE a sus secuestradores de Batasuna.

Ninguna de esas reacciones, tan previsibles como el ardor de estómago tras desayunar callos con garbanzos, es suficiente para desistir en la respuesta a la práctica totalidad de las decisiones que adopta el rehén de La Moncloa, víctima de una extorsión que acepta gustosamente para seguir controlando el BOE, aunque lo haga básicamente al servicio de sus chantajistas.

Ya pueden aullar los lobos del sanchismo todo lo que quieran que fue, es y seguirá siendo una obligación moral denunciar su sometimiento a los enemigos de España, su deriva autocrática por razones de supervivencia, su ataque sostenido a la Constitución y a la separación de poderes y su peligrosa estrategia de resucitar el clima guerracivilista de las dos Españas.

Pero todo debe hacerse dentro de la Constitución, con el civismo democrático que siempre precede a las derrotas de los tiranos, sin que ello suponga incurrir en blandenguería o, como dicen los organizadores de las uvas en Ferraz, complicidad alguna con el régimen.

Es obvia la doble vara de medir que Sánchez y sus sicarios practican: son capaces de poner el grito en el cielo por el apaleamiento de un monigote de Pinocho que, con alguna razón, entienden que representa al dirigente socialista. E incluso pueden exigirle al PP y a Vox que condenen ese linchamiento figurativo, mientras se ahorran peticiones similares a Bildu por violencias ciertas, con víctimas reales y sangre derramada en proporciones insoportables.

Y están dispuestos a transformar la estúpida escena frente a la sede del PSOE en una amenaza global a la democracia, justificativa de cualquiera de los muros y trincheras que acompañan la ingeniería social de Sánchez, mientras legalizan las injurias al Rey, la quema de los símbolos nacionales, las ofensas a los católicos o los múltiples escraches, acosos y coacciones que han sufrido y sufren en España todos aquellos que no se amoldan a las estrictas reglas del sanchismo enfurecido.

Pero nada de todo eso mejora ni justifica el espectáculo que una minoría folclórica y radical ofrece frente a la sede de un partido infame, sin duda, al que paradójicamente refuerzan con sus sainetes: si algo necesita Sánchez para consolidar su absurdo relato de que todas sus alianzas son legítimas para frenar el desafío predemocrático de la «ultraderecha», es a una recua de hiperventilados comportándose como tales.

Las uvas de Ferraz son una bendición para el gobierno, una ofensa para cualquier demócrata decente y un desmovilizador inmejorable de la resistencia que España pide a voces: los muros que levanta Sánchez no se derriban a cabezazos, sino con paciencia y una pértiga.

Más que disidentes, algunos de estos muchachos parecen estar en nómina del gobierno: ni en sus mejores sueños podía esperar tanta ayuda para hacer una caricatura barata de la abrumadora mayoría de españoles que estamos hasta los dídimos de la banda de malhechores que nos gobierna.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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