La mayoría de los países en el mundo enfrenta dos grandes pandemias, la del covid-19 y la generada por wste: la pandemia social y económica. Venezuela enfrenta tres, a las anteriores se suma una más letal, la pandemia del “socialismo del siglo XXI”. Mientras los organismos multilaterales calculan una caída de 4% a escala global, y de entre 8%-12% del PIB en aquellos países que peor gestionan el coronavirus, la pandemia socialista ha provocado en seis años el desplome de 70% del PIB en Venezuela, de acuerdo con el economista Asdrúbal Oliveros.
Distintos análisis hechos desde diferentes instituciones coinciden en señalar que como resultado del covid-19 a todos les irá mal y, según el FMI, 170 países sufrirán las consecuencias sociales y económicas del mismo: aumentará el número de desempleados, el de empresas cerradas, los impagos y la morosidad, las desafiliaciones a la seguridad social, etc.
Peores resultados ha logrado, con creces, la “pandemia socialista” en Venezuela. Esta aventaja en términos de daños ocasionados a las dos pandemias globales, cuyas secuelas palidecen ante la hecatombe venezolana. Nos ahorramos las estimaciones de la caída del PIB este año para evitar sufrimientos y no horrorizar al lector.
Fue capaz de destruir el sector eléctrico, referencia regional desde el siglo antepasado, y dejar al país en penumbras; de convertir en cementerios de emprendedores y empresas a los parques y zonas industriales del país y a todo el tejido empresarial; de desaparecer el empleo formal y aumentar el desempleo y la informalidad (el “bachaqueo”); de convertir a las instituciones de salud construidas a lo largo del siglo pasado en asentamientos y campamentos precarios. En ellos resulta imposible cumplir con las normas de prevención para evitar el contagio del virus: carecen de agua, desinfectantes, electricidad y el hacinamiento impide guardar la recomendada distancia social.
Cedió la soberanía a otros países, a las bandas armadas del ELN, a la pandilla de los ex FARC y a los “camisas rojas”, a quienes se ha concedido el control sobre localidades, poblaciones y recursos propiedad de los venezolanos. Posee un sistema judicial, bufete de abogados del señor Maduro y sus amigos, incapacitado para ofrecer las mínimas garantía jurídicas. De ello son ejemplo los policías de la Metropolitana, los diputados presos y torturados y los periodistas perseguidos. Pienso en el título del libro de Primo Levi, Si es esto un hombre. Son temas de la descomposición social que junto con la economía será necesario recomponer en el país cuando recuperemos la democracia.
Desapareció la gasolina, huyó el bolívar, naufragó el petro –anclado a la producción petrolera en proceso de extinción– y el dólar es la única moneda capaz de sobrevivir a la pandemia, aquella moneda símbolo del “imperialismo yanqui” cuyo valor pulverizarían, como en algún momento expresaron.
Mientras tanto, los países en el mundo hacen todos los esfuerzos por mantener un difícil equilibrio entre salvaguardar la vida de los ciudadanos frente al covid-19 y minimizar los estragos sociales y económicos del confinamiento. Con este propósito adelantan políticas fiscales destinadas a apoyar a las empresas, en particular a las micro, pequeñas y medianas, a los autónomos y trabajadores por cuenta propia y a los empleados afectados por la situación global.
Estas políticas demandan recursos multimillonarios, como los acordados en la Unión Europea o en Estados Unidos. Conscientes de ello, los países de mayor desarrollo, agrupados en el G20, aprobaron el aplazamiento de la deuda a los países más pobres. El Banco Mundial, por otra parte, destina varias decenas de miles de millones de dólares a ese propósito e incluye en la agenda recursos especiales con el fin de atender a millones de refugiados en todo el mundo. Sin embargo, la alta demanda de los recursos agrega una mayor complejidad al manejo y asignación de los mismos y supone dificultades extra para acceder a los montos requeridos por cada país.
La pandemia socialista se encargó de destruir y saquear los recursos propiedad de los venezolanos, incluyendo el sistema de salud construido el siglo pasado: hospitales, ambulatorios, universidades, y centros de excelencia y de investigación como Medicina tropical o Telemedicina en la UCV. Han robado y destruido equipos y laboratorios frente a la mirada impasible del Estado. La pandemia del coronavirus nos sorprende con proyectos hospitalarios inconclusos cuyos únicos vestigios son las cabillas y el cemento.
El modelo de la destrucción dejó al país incapacitado para maniobrar fiscalmente, reñido con los mercados financieros internacionales y, en su proverbial incapacidad, no apto para gerenciar las dos pandemias que enfrenta el mundo. Venezuela necesita recursos, miles de millones de dólares para atender las tres pandemias. El señor Maduro dijo haber solicitado al FMI 5.000 millones de dólares. Si en verdad estuviese preocupado por los venezolanos, lo más rápido habría sido hacer una “vaca” entre sus secuaces, los socios del narcotráfico y quienes robaron a mansalva el dinero que debía haberse destinado a construir y dotar a los hospitales, a mejorar el sistema productivo y de servicios en su totalidad. Para ellos, esta cifra son peanuts, el “sencillo” de lo robado.
El señor Maduro conocía de antemano la negativa del FMI, pues este no concede recursos a particulares. Además, los organismos internacionales están muy bien informados y conocen del desfalco y el saqueo hecho a los recursos propiedad de los ciudadanos; saben que si en algún momento llegasen a estrechar las manos de estos señores, tendrían que contarse los dedos.
Las tres pandemias no se pueden contener con bayonetas, sembrando el terror, el miedo y la desinformación. El mundo reconoce e intenta contener las dos pandemias; en Venezuela, el desafío es contener tres pandemias que cobran vidas, que causan muerte. La urgencia del tema no admite demoras. La crisis global está produciendo la migración de retorno que el país, bajo este régimen, está incapacitado para atender.
Han sido dos décadas de daños continuados. El señor Maduro, sus amigos, sus compinches y representantes en el mundo no tienen nada de lo que puedan vanagloriarse o sentirse orgullosos: menos viviendas, menos electricidad, menos educación, menos salud, más pobreza, más miseria, más muertos. Ha sido demasiado. Cada minuto de atraso implica pérdida de vidas, por la escasez, por la pandemia o por las consecuencias de esta. El liderazgo social y político del país está en la obligación de atender este clamor. Necesitamos un acuerdo para la transición en el que quepan todos los venezolanos, un acuerdo para salvaguardar la vida presente y futura del país.
@tomaspaez