Por varias razones, pero todas fundamentadas en el análisis de su tradición política republicana y democrática, escogí Estados Unidos para sacar a mi familia del territorio venezolano y partir a un exilio lleno de incertidumbres. Nunca fui un político de partido, casi más bien que fui un ingeniero con vocación de servicio público. No demerita como pedrada a los políticos con mi comentario, pues a la vieja usanza hubo los que, para bien en su primera etapa del 1958 a 1978 nos legaron la vida democrática en la que nací. Luego, para una muy mala segunda etapa, la verdad ellos gobernaron el país desde la huida de Marcos Pérez Jimenez a Madrid en 1958 hasta 1998.

Supe que era inevitable mi exilio cuando después de dejar el alma en la lucha para la constitución de una unidad creíble y que se ganaran las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, pude constatar en qué andaban los que luego dieron en llamarse el G-4. Se había vuelto a defraudar a la nación venezolana. Esa que se había nucleado ante la idea-promesa de una tarjeta de la unidad y el puño del pulgar alzado, para señalar una victoria que sería para hacerla germinar a favor del ciudadano de a pie. Dicha victoria en las elecciones parlamentarias de 2015 de la “llamada oposición” permitiría una vía para el retorno a una situación de Estado de derecho, del reconocimiento mutuo del partido de Chávez, del socialismo del siglo XXI, PSUV, respetando el proceso democrático con los partidos de mayoría en el parlamento y que serían encarnados por hombres dignos y valientes que trabajarían para superar tantos errores, y devolver la democracia al país.

La violencia, la represión asesina, el secuestro fue lo que siguió a la debacle en que había entrado la nación. Las más que desacertadas políticas de Chávez Frías, por sus manejos desastrosos y por los destrozos que ejecutó, tanto en el sector civil como en el militar, la producción petrolera la redujo de un sólo golpe a un tercio antes de su llegada al poder. La irresponsable manera de nombrar personal improvisado en el conocimiento y desarrollo de una carrera por áreas llevó a Chávez a militarizar buena parte de la administración pública, provocando las consecuencias de una suerte de primera guerra contra la nación, que sin duda la ganó, dejando al país herido y casi moribundo.

La segunda guerra la hizo la oposición contra sí misma. “Después de matar al tigre le tuvo miedo al cuero”. Colocó a un presidente del parlamento, el cual fue precisamente de las piezas claves de la traición a Carlos Andrés Pérez y a Acción Democrática. Ello constituyó el primer aviso y la mejor demostración del fracaso de la nueva camada de “dirigentes”, los que siendo arquitectos de una nuevo sistema de partidos para sustituir a AD y Copei crearon el Frankenstein desde Primero Justicia que parió sus hijos implosionando todo el andamiaje de un sistema corrupto que derivó en “Un Nuevo Robo”, perdón, “Un Nuevo Tiempo” y una nueva “Voluntad Lopeszar”.

¿La tercera guerra, en la que ya estamos metidos a quién se debe? ¿Será a los que escogieron a Guaidó para que supuestamente dirigiera al país hacia el cese de la usurpación? ¿Se debe a la miopía de los dirigentes de oposición que ahora acompañaron a un supuesto referéndum de lucha por rescatar el Esequibo? ¿O es que los tiene el régimen tan investigados y chantajeados con lo que han hecho que lo que hacen es convivir en sus charcos de estiércol y cochinadas con el asesino régimen?

Ahora nuevamente, como ocurrió desde mediados del siglo XIX, por no definirnos y alargar nuestras guerras internas se dio pie para que Venezuela fuera asediada hasta quitarle territorio, bloquearla e invadirla si los hubiese sido necesario. Ello nos llevó a ese malandro intento de despojarnos con una representación falsa de asistencia a Venezuela en un Laudo Arbitral de finales del siglo en 1899. Ello sólo manejó los intereses de esas poderosas cúpulas dirigentes de dos países: uno de Europa y otro de América. No se manejó ningún real interés de la nación venezolana, ni la estadounidense ni la británica. Estos, que acordaban antes como repartirse el mundo, robaron a Venezuela: la Gran Bretaña y el Estados Unidos de entonces. Otro conjunto de guerras completamente previsibles y prevenibles han sido ocasionadas por la manera irresponsable y hasta criminal con que se ha actuado por parte de los administradores de gobiernos de países poderosos. Los venezolanos no queremos seguir bajo la administración irresponsable y criminal de Maduro. Tampoco del lado de la república de la ExxonMobil puede ocultarse una dirigencia corrupta y sin voluntad de respeto a la soberanía de un país como Venezuela que ha sido paciente e institucionaliza para hacerle ver a esa clase política de Guyana la verdad que se niegan a reconocer, y que el Acuerdo de Ginebra estableció sabiamente que se insistiera en lograrlo por medios pacíficos, de mutuo acuerdo.

Ni Venezuela, con su nación de inmensa mayoría democrática, ni Estados Unidos, nuestra aliada que defendió con maquinarias llenas de barriles de fuel oil de nuestras explotaciones venezolanas, deben permitir sembrar una conflicto que sería de permanente desestabilización de la región. Entiéndase de una vez por todas que se debe volver al Acuerdo de Ginebra, y después de sustituir a esos gobiernos mamarrachos que hay en cada uno de estos países, ni Maduro ni Guyana nos deben llevar al peor de los  mundos que es la guerra fratricida donde además de la guerra de invasión de Putin contra Ucrania, la del ataque cobarde y sanguinario de Hamás contra Israel, se provoque ahora otro frente en el Sur de América, con consecuencias donde China, Rusia e Irán puedan complicarnos, aún más, la existencia mundial.

@gonzalezdelcas/ [email protected]


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