Por Olys Velásquez
Hablar de una integración de las teorías y las prácticas en momentos reflexivos y concretos de un proceso dialéctico de reflexión y crítica, llevado a cabo por los grupos para lograr su emancipación y transformar la realidad de su entorno, requiere de una función mediadora entre lo teórico y lo práctico, que oriente hasta proposiciones verdaderas, para que a través de la discusión se logren conclusiones auténticas y alcancen decisiones prudentes, guiadas por la racionalidad de los argumentos que hablan en forma de tal o cual línea de acción.
De hecho, cuando asumimos la teoría crítica encontramos que Carr y Kemmis (1988) exponen como uno de los teóricos críticos a Habermas (1984), quien planteó la transformación del ser humano, no solo en su modo de ver el mundo sino que necesariamente este debía cambiar su praxis.
Habermas explicó las tres funciones que median en la relación entre lo teórico y lo práctico: la formación general, la organización de procesos de ilustración y la organización de la acción. En relación con la primera función, estableció que los teoremas críticos son propuestas sobre el carácter y la conducción de la vida social; por ejemplo, «la acción comunitaria requiere la participación activa de todos los involucrados en ese entorno específico» (p.17), y por ende, “el aprendizaje requiere la participación activa del que aprende en la construcción y el control del lenguaje y demás actividades del aprender» (p.73). Como se observa, estas discusiones deben ser veraces y solo pueden llevarse con la condición de libertad de discurso.
En cuanto a la segunda función, es decir la organización de procesos de ilustración, los definió como los procesos de aprendizaje del grupo dirigido a desarrollar el conocimiento acerca de las prácticas y condiciones en que las mismas tienen lugar. Según Habermas, los procesos para la organización de la ilustración exigen compromisos para tomar las precauciones adecuadas y permitir la comunicación libre de construcciones. Así, ocurrirá la organización individual previa de cada participante que les permitiría comunicarse abierta y libremente para lograr una orientación común para la acción. Lo contrario ocurriría si solo participan unos pocos, entonces las comprensiones serán evidentemente en números limitados.
La tercera y última función es la organización de la acción, y aquí Habermas exige la relación de estrategias adecuadas, la selección de las cuestiones tácticas y la conducción de la práctica misma. Esta es la actuación, sobre la que se analizará retrospectivamente, y guiada por los puntos de la reflexión previa.
Ahora bien, sobre las teorías de la crítica, también tenemos las que nos reinterpretan el denominado liderazgo cuántico-propulsivo, sobre el cual Méndez (2009) manifiesta que existe debido a que va incursionando lentamente hacia una nueva forma de gestionar empresas, entidades y organizaciones inteligentes, o sea, surge cuando vamos abandonando los modelos burocráticos y tomando cada día mayor fuerza sobre una gestión eficaz y eficiente en medio de una historia denominada: sociedad del conocimiento.
En tales circunstancias tenemos que para llegar a ese liderazgo debemos transitar lo crítico. Por esa razón, el fenómeno del liderazgo cuántico-propulsivo es una visión diferente de la gestión, en la medida en que los conflictos o situaciones sobre los cuales se dinamizan se adhieren al principio de la autorreferencia. Este principio contiene la idea de que en la naturaleza el orden se mantiene en medio del cambio, gracias a que en los niveles locales, individuales y particulares existe una autonomía.
En la medida en que el comportamiento y la conducta humana generen energía y que esta sea positiva, se requiere liderar el potencial humano de la organización inteligente, de modo que las competencias individuales se agrupen en competencias particulares o de equipos y estas integralidades de los grupos, ensambladas en un todo, conformen las prerrogativas competitivas de la entidad como un cuerpo general, tanto en movimiento y dinamización interactiva, en especial para el aprendizaje.
En síntesis, la modernidad educativa y diríamos en todos los espacios, sean estos políticos, económicos o sociales, requieren que exista una teoría crítica para llegar a una teoría del liderazgo y viceversa. Sin crítica no existe liderazgo, y no existe liderazgo si no pueden generarse críticas autónomas, libres y con libertad de discurso y pensamiento. La educación contemporánea, sobre todo en Venezuela, requiere de ambas teorías para lograr una transformación profunda y que pueda evidenciar cambios en todos sus procesos del conocimiento y desarrollo.
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