En esta ocasión voy a abordar un tema universitario y más específicamente ucevista, que usualmente no forma parte de mi columna, especialmente porque tengo un tiempo distanciada de la dinámica universitaria , lo que no significa que no sea de mi interés. Desde mis lejanos años de estudiante y aún después de mi jubilación como personal docente ha sido mi pasión más constante, razón por la que no puedo dejar de referirme al acto efectuado el miércoles 18 de este mes en el auditorio de la Facultad de Farmacia, donde el ministro de Educación Superior, César Trompiz, en compañía del secretario y vicerrector administrativo encargado de la UCV Amalio Belmonte, hiciera entrega simbólica a los 9 decanos presentes de un lote de tabletas destinadas a los profesores de sus facultades, se supone que bajo la consideración de que es el único obstáculo existente para impartir clases a distancia
Me remonto brevemente al año 1958, cuando después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y bajo la presidencia provisional de Edgar Sanabria se promulgó la Ley de Universidades que establece la autonomía universitaria, tanto en materia académica como administrativa, que garantizaba a la comunidad de profesores y estudiantes estudiar y trabajar en un ambiente de libertad y tolerancia a todas las corrientes del pensamiento, así como la inviolabilidad de la vida anímica; el funcionamiento y el recinto universitarios..
La luna de miel entre el gobierno nacional y las universidades duró poco. Especialmente compleja fue la relación durante la década de los sesenta, cuando la UCV fue centro de la oposición política más radical, retaguardia de la insurrección armada de la izquierda del momento. Esta tensa relación tuvo como desenlace su intervención y cierre en 1969 por parte del presidente Rafael Caldera. Con el regreso a las actividades, por decisión del propio gobierno del presidente Caldera y restituido el statu quo autonómico, persistieron desacuerdos menores. Un reclamo universitario permanente fue el monto del presupuesto otorgado, y por parte del gobierno el manejo administrativo de la universidad, así como en la los roces que producían la lenidad con que eran tratados los enfrentamientos y protestas en las fronteras de la Ciudad Universitaria.
Durante tantos años de desavenencias nunca se manifestó la intención de controlar directamente el devenir universitario, ni de degradar la labor académica, lo que ocurrió tempranamente con la llegada del chavismo cuando en el año 2001 se tomó por asalto la sede del Consejo Universitario como un primer y emblemático paso para el control por la fuerza de la casa de estudios. El repudio fue abrumador, aún así el chavismo no cesó en los intentos de control, desde formas jurídicas como la nueva ley de universidades propuesta que mantiene paralizada la renovación de autoridades y cogobierno, pasando por el cerco presupuestario- a la UCV se le otorgó poco más de 2% de lo solicitado- El desprecio al merito académico expresado a través del achatamiento de las escalas salariales de los distintos escalafones y una interminable lista de afrentas y privaciones que la mantienen en su agonía actual .
No hubo ministro de Educación Superior de estos largos y oscuros años del chavismo, incluyendo ucevistas que no le dieran la espalda, empeorando progresivamente, hasta llegar al actual ministro Manuel Trompiz, por cierto egresado de ese engendro que es la Universidad Bolivariana, con quien se han alcanzado límites de incomprensión inéditos, no solo presupuestariamente sino en indiferencia hacia el recinto en manos del hampa, hasta atentados contra bibliotecas y facultades , deserción profesoral motivada por salarios de hambre y estudiantil por falta de condiciones de estudio mínimamente razonables.
Es en este contexto en el que se organiza un acto con himno, bombos y platillos, que sirve de circo a este siniestro ministro y al régimen que representa, para hacer entrega de unas migajas que deberían formar parte de la dotación natural a los carenciados profesores, algunas tabletas para intentar la educación a distancia, menesterosa en nuestro caso, a que obliga la pandemia.
Esperaría que esta afrenta diera lugar a un gesto inequívoco orientado a devolver la dignidad a nuestra casa amenazada por las sombras y a reponer esta indigna genuflexión emblemática representada por algunas de sus máximas autoridades.