Hubo esfuerzos significativos por reasumir y comprender el papel político del sector militar venezolano a finales del XX y principios del presente siglo, en buena medida frustrados al abonar a una versión convencional de la ya lejana consolidación del Estado Nacional y la definitiva asimilación de la entidad castrense. Honrosas las excepciones, el liderazgo político y de opinión resultó sorprendido ante un distinto relacionamiento de la entidad con el resto de la sociedad susceptible de una desinhibida y creciente militarización.
Liderazgo que tardó, o todavía tarda, en imponerse de los indispensables aportes de la academia que ha avanzado en distintas disciplinas, como la sociología militar y la más específica del poder militar, la historia militar y particularmente la de la guerra, y las relaciones civiles militares. Terreno éste en el que destacó e hizo extraordinarios aportes el profesor Domingo Irwin, quien fue no sólo autor de numerosos y muy rigurosos textos, sino –en propiedad– creador de una escuela de interpretación que, afortunadamente, prosperó, e, incluso, influyó sustancialmente en nuestro trabajo parlamentario.
En efecto, ganamos una novedosa perspectiva en el esfuerzo de abordar una materia tan compleja y sencilla al mismo tiempo, gracias al testimonio bibliográfico y hemerográfico de un insigne investigador que no temió a los medios de comunicación que paulatinamente sufrieron de la (auto)censura y el sedicente bloqueo. Empero, recientemente cumplido el décimo aniversario de la triste noticia, murió prematuramente, a deshora, inoportunamente, aunque tuvo la fortuna de contar con talentosos discípulos directos, académicamente productivos que también privilegiaron la edición de libros colectivos para abaratar costos, e, igualmente, reivindicar las enseñanzas del maestro respecto a las tareas mancomunadas; valga acotar, destaca entre los discípulos que mantienen viva y activa la escuela irwiniana, José Alberto Olivar, recientemente elegido como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, comprobando el acierto del pedagogo que fundó una tradición académica y de amistad en medio del desarrollo de una crisis política del país que todavía no concluye.
En otras circunstancias, digamos de una mínima normalidad y de esenciales libertades públicas, Irwin y su escuela hubiesen sido un público, reiterado e ineludible referente de opinión, aportante a un sobrio debate nacional que actualizara y profundizara cabalmente en la institucionalidad castrense y el debido control civil. Tuvimos en suerte que pensara el país del futuro, hábito no apto para los influencers traganíqueles que se juran una alternativa para cuando todo esto pase, desde la colorida burbuja digital de sus ocurrencias, por cierto, harto diferente a los serísimos maestros de las redes.
Además, convengamos, Domingo Irwin no es asunto exclusivo de sus especializados causahabientes, sino de la sociedad civil democrática (disculpen el pleonasmo), su liderazgo político y también del virtual, todos prisioneros de una coyuntura artificialmente perpetuada, empecinados en la continuidad histórica de Venezuela, nada más y nada menos. Por ello, igualmente celebramos que Iván Méndez, director de opinionynoticias.com, hiciese suya la conmemoración del gran historiador o, mejor, intérprete de la historia que está por hacerse, ejemplificando la atención que suscitan los maestros que genuinamente lo son.
@Luisbarraganj