Si hay una metáfora que puede utilizarse para reflejar lo que pasó el 22 de octubre, es el de la larva cuando está abandonando su crisálida: es un proceso parsimonioso y silencioso, que puede incluso retrasarse en ciertas condiciones ambientales o externas. La dinámica del cambio social, en efecto, es, con frecuencia, lenta pero irreversible. Y las primarias parecen habernos dado el rostro de un país en mutación, que está dejando su capullo, y que no solo quiere un cambio de gobierno sino pasar a una nueva etapa, con nuevos modos de hacer política y gestión e incluso con nuevos valores.
Pese a ser un evento opositor, las primarias involucraron a todos los sectores sociales del país y a todas las parcialidades políticas, incluyendo al chavismo, y ahí radica su principal éxito, reflejado en la alta participación (2.500.000 personas, que pudieron duplicarse o triplicarse en condiciones normales), que no dejó de ser inesperada pese a que varias encuestadoras lo habían previsto acertadamente en los últimos días.
Respecto a esto, uno no puede dejar de recordar algunos episodios de la campaña de María Corina, que no por pequeños dejan de ser claramente simbólicos, porque fueron un adelanto de lo que sucedería: las escenas de guardias nacionales o policías “pescados” en abierto o soterrado apoyo, pese a estar comisionados, justamente, para no dejarla pasar o sabotearla en sus actividades. Esos gestos, donde se entremezclaban y se debatían el miedo con la inconformidad y el deseo de cambio, se multiplicaron en numerosos sectores populares el 22 de octubre, con muchos chavistas siendo parte de largas colas para votar por la que, hasta hace unos pocos meses o años, veían como una extraña, una enemiga, y ahora la están viendo como una amiga muy cercana, íntima, en la que depositan su fe y su esperanza. Esta deserción es algo, ciertamente, que se viene dando a cuentagotas desde hace años, pero que ahora creció exponencialmente. Nos parece que se puede aplicar aquí aquella tesis de la dialéctica hegeliana que señala que lo cuantitativo en algún momento, al acumularse. se transforma en lo cualitativo, que en nuestro caso se trata, ni más ni menos, de un cambio de la identidad política e ideológica.
Antes del evento, pensábamos que María Corina saldría con el título de candidata de la oposición, pero no todavía el de líder. Esa apreciación partía de la consideración de que, según las encuestas, su triunfo sería muy amplio, con sus competidores sacando unas cifras modestas pero significativas. Sobra decir que en este aspecto las encuestas sí se quedaron cortas, pues su victoria fue demasiado abrumadora: difícilmente podemos encontrar un evento similar en nuestra historia política moderna -e incluso de la región- donde un candidato se acerque a la unanimidad, lo cual, entre otras cosas, indica no solo la baja resistencia y la alta confianza y credibilidad que inspira, sino también el establecimiento de un fuerte lazo emocional, muy parecido al que se tiene, por cierto, con la figura materna, que en nuestra cultura matricentrista es mucho más cercana y confiable -y genera menos resistencia- que la masculina o paterna. En razón de todo esto, ya no se puede discutir que ella es ahora la líder principal de la oposición, y que la meta principal de ésta a partir de este momento debe consistir en luchar a brazo partido por conquistar su habilitación, cuestión que no será nada fácil, pero que, si se sigue una estrategia prudente e inteligente, no tiene por qué ser imposible.
No deja de ser sorprendente que María Corina haya alcanzado este apoyo que raya en la unanimidad, en una competencia que puede afirmarse fue notoria por la cantidad y la calidad de muchos de sus participantes, que, al igual que ella, hicieron de tripas corazón en medio de tantas limitaciones de recursos y obstáculos del régimen. Y eso, creemos, es otro de los valores agregados de estas primarias (una de tantas virtudes que tienen las competencias abiertas cuando se hacen con la transparencia y la extraordinaria eficacia con la que procedió la Comisión Nacional de Primarias): dar la oportunidad de proyectar sus ideas a viejos y nuevos líderes, con sus virtudes y méritos, recordar que están ahí -como una reserva y un apoyo que, en sano juicio, no se podrá ignorar-. No está demás destacar, por ejemplo, la autenticidad y franqueza de Velásquez y Pérez Vivas, la valentía y resolución de Solórzano, la asertividad de Tamara Adrián, y la preparación y agudeza estratégica de Caleca.
El hecho de que María Corina sea ahora la voz principal de las fuerzas democráticas no excluye la realidad de que el liderazgo de la oposición seguirá siendo plural y diverso, y, en definitiva, un asunto complejo. Pese a que el evento electoral demostró cómo se ha reducido el caudal de apoyo de los partidos -grandes y pequeños- que dan vida a la Plataforma Unitaria Democrática (no consideramos acá a los partidos colaboradores y deudores de Maduro), estos seguirán estando ahí, desempeñando un papel relevante, con sus aportes y sus falencias, sus aparatos y sus líderes nacionales, regionales y locales, ocupando muchos de ellos cargos de representación popular. Si damos por sentado que Vente Venezuela ha crecido exponencialmente (quizás ya debe ser considerado el primer partido de la oposición), habrá que hablar en adelante de una reformulación en la dinámica de las relaciones.
No es difícil prever que entre ellos -los principales partidos y dirigentes- y María Corina seguirá existiendo una relación de cooperación-conflicto. Esperemos, en todo caso, que lo primero predomine sobre lo segundo, sobre todo cuando se trate el decisivo y espinoso tema de la inhabilitación en los meses por venir, así como puntos neurálgicos del programa de gobierno. Por lo pronto, ella ha dado muy buenas señales en estos asuntos, con su excelente iniciativa de comandar una alianza democrática donde quepan todos, y con un programa de gobierno que se acerca mucho más más al centro sin dejar su tónica liberal y de derecha en varios puntos.
El hecho de que el régimen, apenas conocidas las cifras de las primarias, haya emprendido una feroz campaña para descalificar el evento, que ha culminado en las últimas horas con un dictamen -lleno de improvisación y carente de experticia- del TSJ, “suspendiendo” un evento que ya se realizó, solo muestra su creciente impotencia para comprender y procesar los cambios que están produciendo en el país. Su objetivo, como siempre, es escarmentar y sembrar la semilla del desaliento en los millones que salieron a votar y los que potencialmente lo harán en las presidenciales. Tienen ante sí la posibilidad de seguir esta deriva y patear tempranamente el Acuerdo de Barbados, pero el costo de una eventual reposición de las sanciones será muy alto, en medio de una economía en ruinas y un cuadro social crítico. Por otro lado, es posible que estén manejando el escenario de crear una ola nacionalista con el referéndum pautado para diciembre, lo que María Corina y la oposición tendrán que evaluar con mucha prudencia y cuidado, pues de ahí podría producirse una nueva ola de agresión y persecución.
La experiencia indica que estas campañas nacionalistas son una hojilla de doble filo, y probablemente esto se aplica también en este caso, cuando ni Chávez ni Maduro han tenido precisamente una política nacional responsable hacia Guyana, y cuando los aliados caribeños del régimen ya han rechazado sus planteamientos. Hará bien el régimen en sopesar si le conviene más una transición pacífica con ganancias y costos calculados, que seguir manteniéndose en el poder llevando al país al abismo, aislándose cada vez más de sus bases de apoyo y líderes regionales y locales, y distanciándose aún más de sus aliados regionales e internacionales.
@fidelcanelon