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Las primarias, un evento crucial

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Comisión Nacional de Primaria

Jesús María Casal, presidente de la Comisión Nacional de Primaria

El anuncio de la fecha de realización y del calendario de actividades de las votaciones primarias de la oposición por parte del presidente de la Comisión Nacional constituida para organizarlas y dirigirlas, abre finalmente la única vía posible para encauzar pacíficamente las aspiraciones de la inmensa mayoría de los venezolanos que quiere fervientemente un cambio político que permita rescatar el país y sacarlo de la profunda crisis económica, política, social, legal y moral en que lo ha sumido la camarilla “cívico”-militar que usurpa el poder.

Hay diferencias entre los dirigentes de la oposición en relación con las primarias. Algunos, que se dicen opositores, se oponen a ellas por razones supuestamente válidas. Otros, quizá la mayoría, lo hacen por motivos mezquinos inocultables. No desean confrontarse en las primarias porque saben que no tienen apoyo popular y no quieren que esa condición se evidencie. Oponerse a las primarias y no participar en ellas es un derecho que tiene cualquier persona, pero marginarse de ellas para luego lanzar su propia candidatura o apoyar la de otro para competir con el candidato que resulte ganador en las primarias es algo muy distinto: es traicionar la esforzada y sangrienta lucha que la mayoría opositora ha librado por más de veinte años contra el régimen chavista, cuya desastrosa gestión demuestra hasta la saciedad lo apropiada y necesaria que ha sido esa lucha.

Quienes están en contra de las primarias por razones innobles tienen tiempo suficiente para reflexionar y medir las consecuencias de sus actos. El enfrentamiento de diversos sectores de la oposición, que unos por apetencias desmedidas han propiciado, y otros por soberbia y cerrazón han facilitado, ha ocasionado ya demasiado daño a la nación. Ha permitido que Maduro siga en el poder cuando pudo haber sido derrotado ampliamente en 2018. El precio de esa inconsistencia y claudicación de la dirigencia opositora lo ha pagado el pueblo venezolano con sangre, sudor y lágrimas, también con hambre, miseria y exilio. Eso es un crimen que no debe olvidarse.

El sufrimiento de la inmensa mayoría de los venezolanos por causa de la desunión de sus líderes debería ser razón más que suficiente para que los que han incurrido en ella rectifiquen su conducta y reivindiquen sus nombres ante el país, haciendo los mayores esfuerzos para propiciar en este momento crucial la unión y la solidaridad entre los venezolanos, en nombre de la patria, la justicia, la lealtad, la honestidad y demás valores que ennoblecen la vida humana. Reincidir en el divisionismo sin consideración alguna con los demás es perverso. Ningún provecho personal que pueda obtenerse de esa posición compensaría el inmenso daño que causaría a todos los venezolanos si por su culpa el chavismo sigue en el poder más allá de 2024.

Las primarias son una ocasión propicia para recuperar la fortaleza que tuvo la oposición en 2015. Los que definitivamente no están de acuerdo con ellas, que se aparten y no participen, pero que tengan un mínimo de respeto con el resto de los venezolanos y no se presten a secundar las maniobras del régimen para impedirlas. Las primarias son la vía democrática, pacífica y constitucional que tanto se le ha exigido a la oposición que transite, cínicamente por parte del régimen, e ingenuamente por quienes, sin ser chavistas, han condenado los actos de violencia que se han generado a lo largo de la lucha opositora, sin tomar en cuenta que los mismos han sido consecuencia del acoso y la represión de los cuerpos policiales y militares.

La desunión y la discordia no son una novedad en Venezuela. Salvo en escasísimos instantes de nuestra historia esas debilidades nos han hostigado, siempre por razones de ego, apetencias desenfrenadas, delirios de grandeza, envidias y fanatismos ideológicos y políticos. Por esas sordideces hemos sacrificado al país y condenado a los venezolanos a situaciones infortunadas como la que estamos viviendo. Si Bolívar resucitara tendría motivos suficientes para repetir aquellas abatidas palabras de su última proclama en Santa Marta, pocos días antes de morir: “Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.” A 192 años de su muerte, Bolívar sigue siendo un ser demasiado grande y sobrado para nosotros. El bolivarianismo que solemos proclamar es pura y vacua palabrería de ocasión.

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