La legitimidad del liderazgo político descansa en la autoridad que le confiere el apoyo que recibe. En el más reciente estudio de Dantin Corp y Focoos Surveys, 44% de los consultados considera que los actuales partidos políticos deberían desaparecer y dar paso a nuevos partidos. A la pregunta ¿Cuánto confía usted en el liderazgo político venezolano para solucionar la crisis del país?, 47% respondió NADA y 36% MUY POCO. En total, 83% de rechazo al liderazgo político del país. Esta realidad se traduce en una pérdida de la capacidad de los partidos para ser intermediarios de la sociedad civil ante los poderes públicos y para la representación autorizada y movilización electoral de la ciudadanía.
El desprestigio y debilidad de los partidos políticos emplaza a la ciudadanía a organizarse para asumir una mayor responsabilidad en la vida política y en la gestión pública, sin pretender desplazar a los partidos ni a los órganos de gobierno. En las primarias abiertas del PSUV podía votar cualquier ciudadano inscrito en el Registro Electoral, pero realmente fue un evento para medir el caudal electoral que aún le queda al partido de gobierno. El PSUV se atrevió a hacerlo, probó su maquinaria de movilización electoral y ahora tiene una idea más clara de cuántos son los que irán a votar por sus candidatos en las megaelecciones del 21N.
Diosdado Cabello, vocero oficial del PSUV, tragó sapos al anunciar los resultados. En la mayoría de los casos anunció la derrota de sus candidatos frente a los de Maduro. Esto ha sido interpretado como la victoria de los civiles sobre los militares. Más allá de cómo quedó la correlación de fuerzas internas entre Maduro y Diosdado, lo cierto es que estas primarias no generaron heridas graves. La desgracia en la que han caído los disidentes del chavismo crítico es suficiente para mantener la cohesión interna. El PSUV no se va a dividir porque temen que -de perder el poder- serían víctimas de una persecución aún mayor. La lucha por la sobrevivencia es un incentivo muy fuerte para mantenerse unidos.
Ahora vienen las generosas concesiones para preservar la cohesión interna. Por eso, la Dirección Nacional del PSUV se reserva la prerrogativa de ratificar estas candidaturas o cambiarlas por otras. Freddy Bernal ya advirtió que el PSUV podría decidir candidatos diferentes a los ganadores en las primarias, y el PSUV anunció que revisará las candidaturas de 8 estados donde los ganadores no lograron la ventaja de 10 puntos. La vida interna de un partido es el retrato del país que quiere construir. Su régimen político se refleja en su forma de actuar, en las vías que toma para tener acceso y preservar el poder, en la forma como ejerce el gobierno, en la manera como trata a quienes lo adversan. A partir de estos comportamientos se pueden distinguir diferentes regímenes políticos: democráticos y no democráticos.
Si entendemos por régimen político el conjunto de instituciones que regulan la lucha por el poder y su ejercicio, así como los valores que sustentan esas instituciones, la pugna interna en el PSUV deja ver su orientación democrática u autoritaria. A la luz de las primarias, se anuncian unos criterios de selección de los ganadores que, en definitiva, le dan la última palabra a la cúpula dirigente y no a la militancia.
Las primarias del PSUV demuestran una vez más que las normas y procedimientos de este partido para el acceso y el manejo del poder privilegian la voluntad de las cúpulas y no el sentir de las mayorías. Este modelaje interno del PSUV se proyecta a la vida del país, donde la voluntad de la soberanía nacional ejercida a través del voto termina desplazada por la decisión arbitraria de la élite gubernamental. El ejemplo más emblemático es la designación de los protectores por encima de los gobernadores y alcaldes elegidos por la mayoría de los electores.
La clave para caracterizar una forma de gobierno está en la mediación política entre gobernantes y gobernados. Los regímenes autoritarios cerrados no tienen una base real de legitimidad popular. El voto termina siendo un mecanismo aparente, simulador, mediatizado. Solo si es abrumadoramente mayoritario podría servir para presionar cambios sustantivos en el acceso y manejo del poder. De allí la importancia de buenas candidaturas para capitalizar electoralmente el 80% del descontento nacional con la gestión del gobierno y sus candidatos.
Pero los partidos de la oposición no terminan de concretar candidaturas unitarias. La pugna de egos y resentimientos impide a las cúpulas llegar a acuerdos. Tampoco hay tiempo para realizar primarias ni recursos para contratar encuestas. Así cierran los caminos para renovar o sustituir falsos liderazgos.
Es aquí donde se revela la importancia de la resignificación de la política por parte de la sociedad civil. Las candidaturas del malestar nacional deben tener en cuenta a luchadores sociales que dedican su vida a mejorar las condiciones de vida en las comunidades. Su experiencia, trayectoria y compromiso son una mejor credencial que la de los desgastados dirigentes políticos alejados del sentir de la gente.
Llamar a la abstención desorganiza y desmoviliza políticamente a los ciudadanos. Las falsas expectativas de una intervención extranjera tienen que ser sustituidas por un mayor protagonismo de los ciudadanos en la vida política del país. El gobierno no quiere que el 80 % de sus adversarios voten porque serían barridos en las Megaelecciones del 21N. Pero la oposición extremista que considera colaboracionista y traidor a todo aquel que rompa con su línea abstencionista y decida participar en el proceso electoral, le hace el juego a un gobierno con un apoyo precario de no más de 20% que solo podría ganar gracias a la abstención y división de la oposición.
Si se impone la abstención, el descontento del país no pasará de una contemplación pasiva y el 80% de descontento nacional será una fuerza potencial que no logrará convertirse en energía cinética para impulsar el cambio que el país necesita. Romper la inercia pasa por recuperar la confianza en la institución del voto y retomar la ruta electoral. Convertir el 80% del malestar nacional en una mayoría política exige una oferta electoral que interprete el sentir nacional, mecanismos democráticos para el debate y el consenso, unidad de criterios y coherencia en la acción. Si la mayoría descontenta se abstiene ante una oferta electoral mediocre y dividida, la minoría organizada en el PSUV -al cual sus adversarios nacionales e internacionales aún subestiman-, devendrá en una mayoría que logrará prolongar su esperanza de vida en el poder. La decisión está en sus manos.
@victoralvarezr