A sólo escasas horas del día “D”, comienzo del fin de otro ciclo histórico venezolano, y en medio de los miles de rumores que inundan las redes, así como de los sesudos análisis a cargo de consultores y analistas que se ocupan del tema político-electoral, resulta para muchos una verdadera odisea armar el complicado rompecabezas del escenario que habrá de imponerse a partir del próximo 28 de julio. Una extraña combinación de euforia, alegría, angustia y nerviosismo sigue copando el ambiente y ánimo del venezolano.
Pero ¡tranquilos!, que todo va muy bien, aunque no precisamente para el patético engendro del Gallo Pinto y Superbigote. Y, sin embargo, no deja de ser curioso que la gente, turbada por la ansiedad y el estrés que produce esta batalla electoral asimétrica, no se hace las preguntas claves para entender lo que realmente está pasando:
¿De qué le sirve al régimen de Nicolás Maduro que el CNE anuncie una victoria fraudulenta la madrugada del 29 de julio? O, más preciso aún: ¿Cómo podría gobernar una camarilla, a todas luces en terapia intensiva, luego de haberse robado descaradamente una elección desde hace tiempo cantada a favor de las fuerzas democráticas?
Por supuesto que la respuesta automática que saltaría a la vista convendría en que con el arrebato de las elecciones el régimen evitaría ese costo tan atormentante que significa dejar el poder y la perspectiva de un escenario en el que muchos de ellos aterrizarían en la cárcel.
El problema que subyace nos revela que, adjudicándose la victoria al más abyecto estilo autocrático, no existe certeza alguna dentro del régimen respecto a cómo actuaría una ciudadanía que, viéndose de nuevo burlada, podría desbordarlos y colocarlos en una situación límite de la cual pudieran no salir ilesos. Pero, aparte de esta potencial contingencia, mucho menos está seguro Maduro y su corte de cuál será el comportamiento de un sector militar cuya sensibilidad y determinación estarían seguramente acopladas a la del ciudadano común, harto de estos 25 años de penurias.
Por tanto, el triunfo masivo y avasallante de la oposición que se espera este 28 de julio le va a aumentar exponencialmente el costo de permanencia al clan madurista en caso de que decida desconocer la voluntad popular. De allí las voces que claman por un arreglo negociado entre representantes de la oposición, Miraflores y factores externos, entre otros, y muy en especial, el gobierno de Estados Unidos, que pueda contribuir a despejar el camino para una transición ordenada y en paz.
La palabra la tienen Nicolás y su círculo más íntimo. A medida que pasan las horas, acercándonos al día “D”, la posición de relativa fortaleza desde la cual ha de negociar el régimen se irá debilitando; un verdadero dilema para las cabezas de sus diversas facciones que ahora están inmersas en un momento de confrontación crítico al no poder ponerse de acuerdo en torno al curso de acción que más les convendría.
Se presume que algunos sectores de la cúpula chavista estarían de acuerdo con una negociación lo más oportuna posible, mientras que otro grupo, el más extremista, liderado por el despreciable Diosdado Cabello, querrían apostar todo su capital a un desconocimiento sin tapujos del triunfo ya más que obvio de la oposición democrática. Esto quiere decir que las contradicciones a lo interno del régimen habrán de tener un impacto de gran peso en el desenlace de la justa electoral del 28 de julio y los días subsiguientes.
Diosdado como factor de quiebre
Una muestra de las contradicciones y divisiones que de seguro están operando en el corazón del régimen nos la regaló el mismo Diosdado Cabello durante su programa semanal de los miércoles. Con la prepotencia que lo caracteriza, habló de la presencia de traidores dentro del movimiento revolucionario, contándole a su sumisa audiencia que había hablado con alguien que le dijo que estaba dispuesto a entregar.
Las fanfarronadas de Diosdado se producen horas después de unas declaraciones del hijo de Nicolás Maduro resumidas en que, si Edmundo González Urrutia ganaba, entregarían y serían oposición. Lo curioso es que lo expresado por Nicolás Maduro Guerra coincide con las recientes palabras del propio ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, según las cuales las autoridades se acogerían “…a lo que establece la Constitución en el Plan República, a esperar los resultados de la decisión del pueblo a través del CNE y listo”. Padrino pareció muy enfático al decir que el que gane se monte en su proyecto de gobierno y el que pierda que se vaya.
Como tigre no caza león es obvio que el mensaje de Diosdado Cabello estaba dirigido directamente a Nicolás Junior, al parecer no importándole la imagen de división que esta gran pifia implica. Resulta obvio que el segundo a bordo del PSUV pretende, con sus advertencias, consolidar, aterrado como está, el apoyo de los sectores radicales del chavismo, cada día más en desbandada a juzgar por las escuálidas concentraciones que se han observado durante la campaña electoral.
Por otra parte, estará por verse la reacción del propio Nicolás Maduro ante la arremetida en contra de su retoño.
Lo cierto es que las manifestaciones y acciones recientes y desesperadas de la cúpula chavista parecerían estar indicando una fractura importante en momentos indudablemente auspiciosos para la oposición democrática. Sin embargo, no se puede ser demasiado ingenuo e interpretar literalmente las palabras de los distintos voceros del gobierno, y muy en especial, las de Padrino López, cuyo papel efectivo, el día de las elecciones y las horas que siguen, seguirá siendo una verdadera incógnita.
El domingo 28 de julio, ante la aplastante victoria de todo un país que definitivamente se decidió por un cambio, el régimen tendrá que escoger entre el camino del reconocimiento de su derrota o el simple arrebato que traería consecuencias impredecibles.
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