A pesar de su evidente wokeismo, Ms. Marvel logra definir una identidad propia dentro de la cuarta fase del MCU, al desarrollar la historia de un personaje secundario o menos famoso de la compañía de producción de cómics.
Parte del sostenimiento de la serie descansa sobre la interpretación de la joven Imán Vellani en el rol de la protagonista, Kamala Khan, una chica de origen pakistaní de los suburbios, fanática de los “Avengers”.
Pronto ella descubrirá los poderes secretos que oculta su dinastía cultural, luchando contra la represión de su familia, la incomprensión del contexto, las ansiedades de la adolescencia y una central de inteligencia que desea controlarla.
Los primeros capítulos corren con gracia y vistosidad estética, amén de un aceitado engranaje de efectos virales en red, que hacen las delicias del público centennial, uno de los targets y nichos demográficos que la producción busca alagar con sus alusiones a la interfaz de Instagram, Snapchat y TikTok.
La estrategia, detrás del diseño de la saga de Disney Plus, comunica la intención de fundar una franquicia que sea del gusto de los niños multiétnicos que consumen contenido en línea, sufriendo un alto déficit de atención.
Por ende, los gags se acumulan con velocidad a través de secuencias que obtienen su remate por los diálogos chispeantes o por ciertas inclusiones de una animación pop, que se inspira en las corrientes del street art y la asimilación exótica de la esencia de los dramas de Bollywood.
Como fenómeno de masas, Ms. Marvel confecciona un caballo de Troya, que complace los criterios de representatividad en boga, visibilizando a la minoría pakistaní de Estados Unidos, dándole una estrella, una superheroína que seguir como ejemplo, como símbolo de orgullo.
Victoria Alonso, la auténtica diosa Marvel de Disney, suma así otra ficha para su catálogo, de real agenda globalista, cuyo objetivo reside en conquistar el planeta en cada una de sus regiones, cual insaciable villano hegemónico de una historieta con pretensiones megalómanas.
Pienso en “Thanos”, en una especie de colonizador dulce del mundo en su diversidad y singularidad, que paradójicamente aplana y anula la carga maldita y la naturaleza inasible de los trópicos, de las sociedades del tercer mundo o en vías de desarrollo, como antes se le llamaban.
A fuerza de combatir el racismo y la xenofobia, la Marvel goza por empaquetar culturas ajenas, como cromos, como postales inofensivas que se estampan en camisetas, afiches, tazas y figuras de acción que “cierran” la experiencia de los parques temáticos.
La compañía no puede analizarse por separado de su impacto comercial, de su cotización en bolsa, de su forma de atravesar el mercado a través de una oferta multivérsica de emociones.
No en balde, la pequeña Ms. Marvel es apenas una ficha, un trámite hecho con sutileza, un ladrillo en la pared, un eslabón que encaja en la cadena de un futuro proyecto de reemplazo vengador, que llaman The Marvels, donde Kamala finalmente cumplirá el deseo de compartir escena con su amada Capitana Marvel, incorporada por la mujer a la que se le subieron los humos a la cabeza y que da malas entrevistas incómodas, llamada Brie Larson, siempre mejor en su fase independiente, porque como heroína resulta una imposición forzada del team de Alonso, que no cede un centímetro ante las críticas y redobla la apuesta en su convicción de saber más que los propios fanáticos.
La cultura Marvel es arrogante y posee a sus directivos, quienes sienten que jamás se deben disculpar, que hay que justificar los errores o directamente ignorar los reclamos de la audiencia crítica.
Así las cosas, debemos reconocer que acertaron de lleno con Ms Marvel en su presentación a la prensa, durante los episodios iniciales.
No obstante, como también suele ocurrir en la empresa, la serie se desploma a la mitad y solo ahora vuelve a regresar con todo para el desenlace épico, donde se atan los cabos predecibles del conflicto, incluida la relación tóxica entre madre e hija.
Claro que la producción es más conservadora de lo que aparenta, al decantarse por miradas y soluciones políticamente correctas en la cultura musulmana.
Un rato con la disidencia, pero no tanto como en Persépolis, un tiempo con la afirmación del estatus de los imanes, abogando por su modernización femenina y democrática.
El gran tabú sigue siendo el sexo, lo disimulado en la reverberación fetichista de los trajes de la lolita islámica.
Así del velo pasamos a una cosificación que complace a la dominación masculina.
Las paradojas de Marvel en su cruzada soft power, por llegarle al corazón del Medio Oriente y más allá.