En la novela del año 2001, El jardinero fiel, el autor John le Carré responde a la pregunta ¿Qué es un Estado fallido?
Me permito sugerir a usted que, en estos días, a grandes rasgos, los requisitos para ser un Estado civilizado equivalen al sufragio electoral, la protección de la vida y la propiedad, la justicia, la salud y la educación para todos, por lo menos a un cierto nivel, luego, el mantenimiento de la infraestructura administrativa, las carreteras, el transporte, los desagües, etc. Y ¿qué más hay? la recaudación equitativa de los impuestos. Si un Estado no puede entregar al menos un quórum de lo anterior, entonces se tiene que decir el contrato entre el Estado y los ciudadanos comienza a mirar bastante inestable, y si falla en todo lo anterior, entonces es un Estado fallido.
Por lo tanto, el fracaso del Estado se puede resumir en la pérdida de la capacidad para proteger la vida, la libertad y la propiedad de sus ciudadanos. Con el tiempo, las debilidades inherentes harán que el Estado pierda cualquier legitimidad en el territorio. Las naciones pasan a ser «gobernadas» por cárteles delincuenciales, y las poblaciones se convierten en rehenes de los peces gordos del crimen organizado. En nuestra región los narcoestados son la muestra visible de Estados fallidos.
Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia son países donde el narcotráfico ha destrozado todas las instituciones democráticas. Están plenamente documentados el asesinato de población civil indefensa, los apresamientos, las torturas físicas, los presos políticos, y la aplicación de métodos cubanos de tortura psicológica. Además, es noticia corriente la relación entre cárteles y fuerzas policiales.
Pero la pregunta ahora es ¿por qué fallan los Estados?
Existen varias maneras para derrumbar un Estado. Pero en el caso de esta nota me voy a concentrar en, la más cercana a nuestra realidad, la acción criminal de las pandillas de tercera generación.
Las pandillas son actores no estatales, pero cuya acción violenta desestabiliza los gobiernos. Estos grupos toman el poder mediante: el control de ciertos territorios, la adopción de un discurso populista que les permite ganarse el apoyo de ciertos sectores de la población, y la generación simultánea de varios focos de violencia, muchas veces camuflados bajo el mote de «protestas sociales».
El fracaso del Estado es un proceso evolutivo. Sin embargo, que el Estado falle no significa que desaparecerá, sino que las pandillas usarán los mecanismos estatales para ejercer una mayor violencia. Las maras convierten al Estado en un anexo de su organización criminal. Instauran una dictadura que somete todas las instituciones a las manos de los altos mandos.
Existe una amplia evidencia que muestra cómo Evo Morales, Nicolás Maduro y otros miembros del Foro de Sao Paulo han establecido mecanismos para controlar todo el poder en sus países.
Y todo el poder quiere decir los organismos de justicia, los mecanismos electorales, las asambleas legislativas y el Ejecutivo.
Absolutamente, todas las decisiones pasan por conocimiento y autorización de los capos. Fiscales, jueces, alcaldes, empresarios, periodistas o hasta simples ciudadanos han sido forzados a subordinarse. Muchos lo hicieron para obtener grandes ganancias y ostentosos cargos, pero otros sólo para sobrevivir. El mensaje es claro: «Te puede ir de maravillas, puedes ser exitoso, y hasta hacer mucho dinero, pero jamás nos cuestiones. También tienes que ser generoso cuando te pidamos algo».
Ese algo, en muchos casos, significa participar en elecciones tramposas. Ya que ―en especial cuando les urge pedir préstamos a organismos internacionales― las pandillas muestran una careta de democráticas.
Para Thomas Bruneau, analista de la Escuela Naval de Estudios Avanzados de la Armada de los Estados Unidos, las pandillas destrozan cualquier posibilidad de elecciones libres y transparentes. Pues usan el fraude o la violencia para tumbar resultados electorales que les sean adversos.
En conclusión, en Estados fallidos no existen ni la democracia ni la libertad. En todo caso, son elecciones donde el ciudadano vota, pero jamás, léalo bien, jamás elige.
Artículo publicado por el Instituto Interamericano para la Democracia