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Las otras

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I

No hay una sola, son varias. La primera, la del pasado. La que muchos han olvidado, la que muchos añoran. Como el primer amor.

La escuela había perdido gran parte del techo por falta de mantenimiento. Como consecuencia, los muchachos no podían recibir clases en los salones, y suspendían las clases cuando caía un aguacero.

En aquella parte del país brilla el sol perennemente, incluso cuando llueve. Y todo crece, así que ya comenzaba a verse el monte descontrolado en lo que fueran las aulas. Cuando llegó la periodista, los niños estaban sentados en lo que sería el patio, bajo la sombra de una mata de mango.

Los grupos asistían a clases por turnos. Los maestros se quejaban porque no había manera de enseñar en aquellas condiciones y por eso contactaron al periódico que tuvo el tino de mandar a una reportera y un fotógrafo para documentar todo.

Se publicó el trabajo. Era una escuela dependiente del Ministerio de Educación ubicada en el estado Miranda. Y a esa dependencia se le llamó la atención a través de los testimonios de los docentes y directivos.

Exactamente una semana después, la reportera recibió una llamada de un despacho del ministerio que le informó que comenzaban los trabajos para reponer el techo de la escuela. Un mes después, la periodista llamó a los directivos del plantel, quienes le expresaron su alegría porque ya tenían salones de clase.

Bien valió la pena llegar a Caracas con todo el cuerpo lleno de picadas de insectos y la visita al dermatólogo. Su misión, la más importante, se había cumplido. Porque a esa periodista desde la universidad le enseñaron que la profesión conlleva una responsabilidad, sobre todo social.

Esa es la Venezuela del pasado.

 

II

Imagino que ya saben cuál es la otra, cuáles son las otras. En la actualidad convivimos con varias, como la esposa de un hombre mujeriego.

Mientras una se desgañita reclamando reuniones clandestinas con opositores de mentira, la otra que se cree limpia de todo pecado sigue un rumbo bastante incierto insistiendo en el cese de un algo que ni siquiera ha hecho pausa. Y la otra se cree la todopoderosa y sigue campante haciendo desmanes porque nadie le reclama.

Esa última es la que deja a los niños en la calle porque no hay manera de pagar inscripciones o comprar útiles. La tercera es la del grito de los maestros agredidos por reclamar lo que todos deberíamos estar reclamando. ¿Por qué no se ponen de acuerdo con los enfermeros, con los trabajadores de la electricidad, con los transportistas y reclaman todos a la vez?

Porque esa Venezuela sufre por la soberbia criminal de los que creen dirigirla. Es la que pasa sin que nadie parezca darse cuenta. La sufrimos todos. Cada niño que en la mañanita va de la mano de su madre no para llegar a la escuela, sino para pasar el rato porque no han podido inscribirlo.

Es ese maestro que no tiene zapatos para caminar las miles de cuadras para llegar a su trabajo, mantener el humor liviano y disponerse a enseñar con hambre. La más olvidada es la del profesional que en estos días busca prestado hasta debajo de las piedras porque sabe que la educación es la mejor inversión.

 

III

No es por nada, pero a veces no se atreven a mirar. O a veces de tanto mirar les entra el desespero. Es tan simple: queremos que se vayan. ¿Qué tenemos que hacer para que se vayan? Esa es la negociación.

 

@anammatute

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