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Las nuevas reglas no escritas de la sucesión presidencial en México

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De izquierda a derecha, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Claudia Sheinbaum

Desde que México transitó a la democracia en el 2000, ningún presidente ha logrado imponer a su candidato preferido para sucederlo. Como ocurre en casi todos los sistemas políticos presidenciales, la candidatura para dicho cargo, por lo regular, genera disputas dentro del partido gobernante y la intervención del presidente tiende a ser importante, aunque no siempre determinante. En el caso de México, esta inercia es mayor, debido a la subsistencia de algunas prácticas políticas del siglo XX que aún siguen en el siglo XXI. Las llamadas “reglas no escritas” por algunos, o “facultades metaconstitucionales” por otros, caracterizaban al sistema político mexicano por concentrar en la figura presidencial un poder casi absoluto. En los hechos, esto no sucedía, pues los Ejecutivos negociaban con grupos en el interior del sistema, pero el resultado parecía siempre una decisión unívoca. Esta imagen de un presidente todopoderoso llevó a Mario Vargas Llosa a denominar al sistema político mexicano del siglo XX como la “dictadura perfecta”.

Para las elecciones de 2024, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, tiene grandes probabilidades de mantener la Presidencia. A diferencia de anteriores procesos, en los cuales los probables candidatos mantenían un perfil cauteloso para no desgastar sus aspiraciones, desde hace algunos meses (sorpresivamente) el mismo AMLO ha fomentado una competencia descarnada entre los tres posibles candidatos de su partido para sucederlo en el cargo.

Los tres candidatos son Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores y quien gobernó la Ciudad de México entre 2006 y 2012; Claudia Sheinbaum, actual gobernadora de la CDMX, y colaboradora cercana de López Obrador desde el 2000 cuando este gobernaba, a su vez, la misma CDMX; y Adán Augusto López, secretario de Gobernación, amigo muy cercano de López Obrador desde que eran jóvenes y quien lo ha seguido en su carrera política hasta la fundación de Morena. Así, ¿cuáles son las razones detrás de esta estrategia? ¿Hasta qué punto beneficia o no al partido Morena? ¿En qué beneficia a López Obrador?

Las “reglas no escritas” del sistema político mexicano

Las “reglas no escritas”, llamadas así por estar fuera del marco institucional, son eficientes para hacer funcionar el sistema político mexicano; sin embargo, no son ni fueron características propias de este país. Todos los sistemas políticos funcionan con este tipo de interacciones entre los diferentes actores políticos formales e informales. Lo particularmente “mexicano” fue la ritualización de algunas prácticas, como el proceso interno para la sucesión presidencial dentro del PRI, otrora partido hegemónico.

El proceso implicaba, en primer lugar, que, dada la hegemonía del partido, todos los candidatos presidenciales debían ser parte de este; los outsiders no tenían futuro. En segundo lugar, la cercanía con el presidente era una ventaja para quien deseaba ser candidato, aunque no absoluta. En tercer lugar, el proceso se iniciaba dentro de los dos años antes de que el presidente dejara el cargo y se identificaba al candidato, ya que los que eran considerados probables, eran “placeados”. De manera individual, acompañaban al presidente por sus giras de trabajo dentro del país: a mayor placeo, mayor exposición ante el pueblo, una especie de termómetro de popularidad. El caricaturista político Abel Quezada los denominó “tapados”. En cuarto lugar, había una regla muy rígida: “El que se mueve, no sale en la foto”, acuñada así por Fidel Velázquez, eterno líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y actor central del sistema político mexicano priista. Esto significaba que, si uno de los probables candidatos asumía que sería el ungido y empezaba a restarle protagonismo al presidente, quedaba fuera de la contienda. Y, por último, el presidente era el único que “destapaba” al ungido a través del “dedazo”, señalando finalmente quién sería el candidato, pero usando casi siempre como vocero al dirigente del PRI, y el resto de los pretendientes de la candidatura debían acatar esta decisión y ponerse a disposición del seguro próximo mandatario.

Una vez que esto sucedía, el presidente comenzaba a perder poder, y en el interregno entre el “destape”, las campañas, el proceso electoral y la toma de posesión del nuevo gobernante se ocupaba de despedirse del pueblo y asegurar su legado.

Los candidatos perdedores de los presidentes

La práctica de los “destapes” y “dedazos” presidenciales llegó a su fin con la transición a la democracia en el año 2000. El último destapado por el entonces presidente Ernesto Zedillo fue Francisco Labastida Ochoa, su secretario de Gobernación, quien perdió frente a Vicente Fox, candidato del Partido Acción Nacional (PAN). Antes de las elecciones de 2006, Fox apoyó las aspiraciones de su esposa Martha Sahagún, pero, al final, quiso imponer como su candidato a Santiago Creel, su secretario de Gobernación, quien en la elección interna del PAN perdió ante Felipe Calderón.

Para las elecciones de 2012, Calderón impulsó a Ernesto Cordero, su secretario de Hacienda, pero este perdió en una elección interna frente a la diputada Josefina Vázquez Mota. La candidata del partido en el poder (PAN), pero no del presidente, perdió frente a Enrique Peña Nieto, del PRI. Este, a su vez, en 2017 revivió la política del “dedazo” y del “destape” al impulsar cambios en los procesos internos de su partido para favorecer la candidatura de José Antonio Meade, su secretario de Hacienda. Pero este no era miembro de partido y perdió frente a López Obrador en las elecciones de 2018.

La estrategia de las “corcholatas” de AMLO

López Obrador es un político que conoce bien las reglas no escritas del sistema político mexicano. Durante su vida, han ocurrido doce sucesiones presidenciales y ha sido consciente, al menos, de nueve de ellas desde 1970 hasta 2018 cuando fue su triunfo electoral. AMLO sabe que es imposible su reelección; que un “destape”, apenas habiendo empezado, le restaría poder, y para asegurar su legado histórico, debe usar bien el “dedazo”, pues en ello fallaron los tres presidentes que lo antecedieron. Por eso, ha puesto a competir mucho antes del proceso electoral de 2024 a Ebrard, Sheinbaum y Adán Augusto, a quienes él mismo bautizó como “corcholatas” (en referencia al tapón metálico de las bebidas gaseosas), es decir, como candidatos ya “destapados”. Ellos saben que, si bien pueden placearse a su gusto por el país para buscar la aprobación del pueblo y de su partido Morena, es más importante complacer a López Obrador, y más que campañas adelantadas, se desviven y participan en una pelea por su aprobación.

AMLO sabe bien que, mientras esta situación funcione, conservará el poder por más tiempo, y que su “dedazo” adelantado hacia tres ha reescrito las reglas de la sucesión presidencial.


Fernando Barrientos es cientista político y profesor titular de la Universidad de Guanajuato (México). Doctor en Ciencia Política, por la Universidad de Florencia (Italia). Sus áreas de interés son política y elecciones de América Latina y teoría política moderna.

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