Se ha disipado el olor de la pólvora, tal como esperaba el Che que sucediera poco antes de desaparecer de la escena y ser abatido en Ñancahuazú por los Boinas Verdes bolivianos y poder volver a comunicarse con sus amigos, y no se ve ninguna revolución enturbiando la perspectiva: “Te espero, gitano sedentario, cuando se disipe el olor de la pólvora” –le escribió en una dedicatoria póstuma a su amigo Alberto Granado. Pero ese mundo de pólvora y febriles esperanzas ha desaparecido de la faz del planeta. El mundo ha dado un giro de 180 grados. Las relaciones entre China y la URSS, entonces tan conflictivas, se han reducido a las márgenes del intercambio comercial. Y el socialismo no forma parte de las preocupaciones de los intelectuales de izquierda. Es más: la izquierda, como concepto, ha desaparecido. El mundo del Che Guevara, que releo en la estupenda biografía de Jon Lee Anderson[1], quedó definitivamente atrás. Fidel está tan muerto como el Che y los anhelos de transformar el mundo siguiendo las huellas de Marx, de Engels, de Lenin, de Trotsky son la mera ensoñación fantasmagórica de un tiempo muerto. Cuba es el museo de cera del hijo de Delia de la Serna y Ernesto Guevara Lynch. La revolución ha muerto.
Ni siquiera el antiimperialismo sobrevive. Trump jamás llegó a representar, ni como parodia, la imagen del Tío Sam. Y Joe Biden es la imagen más minusválida que pueda pretender representarlo. Ni Cuba, ni China ni Corea del Norte. Ni muchísimo menos la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que ya no existen. Al extremo de preguntarnos si existen los términos del enfrentamiento propio de los últimos dos siglos: el del capitalismo moribundo con el socialismo naciente.
De lo que fueran los ímpetus revolucionarios del pasado solo sobrevive el chavismo, la versión más primitiva, bárbara e inculta del marxismo leninismo. La pandemia ha copado el escenario internacional. El mundo se ha paralizado. Was tun? ¿Qué hacer?
Nada ni nadie impide la emergencia y el protagonismo de las nuevas fuerzas de derecha, que se han asomado en Colombia, en Brasil, en Chile, en Argentina. A la representación asumida por Bolsonaro en Brasil y Duque en Colombia, corresponden las de José Antonio Kast en Chile. Pareciera que detrás del Partido Republicano chileno aparece una consistente propuesta de neoliberalismo, capaz de asumir el futuro que se propone. Lo mismo detrás de la figura de María Corina Machado, en Venezuela.
Es una esperanza consistente, que contrasta con el vacío y la desesperanza que cuaja entre las filas del marxismo leninismo. Lo cierto es que nunca ante las perspectivas para la implantación de un pensamiento liberal democrático estuvieron más vivas y actuales en América Latina como al presente. Cuando la debacle de las izquierdas y todas las corrientes democráticas pesa como una loza sobre el pensamiento y la acción de las élites políticas latinoamericanas.
Solo cabe esperar que el ímpetu y el empuje necesarios para montar una respuesta estratégica de alcance continental como la señalada terminen por animar a los espíritus más esclarecidos de nuestras élites. Y echen a andar la respuesta global que nos demandan los nuevos tiempos. La pobre y absurda difamación adelantada por las izquierdas, que creen que llamar “neoliberalismo” a la inspiración política propiamente liberal de estos nuevos sectores políticos los descalifica por adelantado, deja ver la falencia de cultura e inteligencia de quienes se oponen y se opondrán a la modernización de nuestras estructuras políticas e ideológicas.
Es la hora de avanzar en la conformación de organizaciones propiamente liberales, capaces de estructurar una respuesta a nuestros problemas que prescinda del estatismo y las añejas ideologías socializantes que nos han atado de pies y manos en nuestros esfuerzos por alcanzar el progreso al que aspiramos.
Es la hora de avanzar en la conformación del liberalismo latinoamericano.
[1] Jon Lee Anderson, Che. Una vida revolucionaria. EMECE EDITORES, Argentina, 1997.
@sangarccs