En Venezuela las Navidades siempre han sido las fiestas más importantes y esperadas del año. Y también –creo que no exagero– son las que reúnen el mayor número de tradiciones (música, ritos, gastronomía y un largo etc.). En ellas se hacen presentes los siguientes valores-virtudes y sentimientos: la paz, la alegría, la generosidad y la esperanza. Gracias a su vivencia nos mantenemos fieles al sentido original de la Navidad: el nacimiento del Amor Encarnado: Jesucristo. Aunque, al igual que en el resto de Occidente, esto ha ido cambiando con el consumismo durante el siglo XX; pero el mayor cambio que hemos padecido es de 6 años para acá. El chavismo que se definió como una revolución logró transformar la época más importante para los venezolanos, haciéndola –en palabras de muchos– un tiempo triste, cuando era el más alegre de todos.
A pesar de los cambios, espero mostrar algunos ejemplos que expresen los cuatro valores señalados y cómo se han debilitado en los tiempos presentes. El mes de diciembre es anhelado por los venezolanos por ser un tiempo de paz en el que se pueda descansar del esfuerzo realizado en todo el año. He observado, aunque no medido, que las personas tienden a pedir sus vacaciones en diciembre más que en agosto porque es en estas fechas que pueden compartir con la familia. El descanso y un silencio que no logro percibir en todo el año se da especialmente del 25 al 30 y del primero de enero hasta el 6. Es probable que ante la falta de dinero haya más silencio ahora que antes, pero no sé si por la angustia que genera la pobreza y una crisis económica (la mayor de nuestra historia contemporánea) que no parece resolverse; y ante esta realidad los venezolanos tenemos menos paz.
Nochebuena y Nochevieja son las fiestas más alegres del año, el venezolano a pesar de los pesares busca siempre prepararlas lo mejor que puedan. No conozco otra efemérides en nuestro país en que se anhele tanto la celebración: la alegría de la música, los platos típicos (la hallaca ocupando su sitial de honor) e importados, el alcohol, la música y los bailes; y todo ello junto al mayor número de familiares. Pero hoy lo que escucho es un lamento repetitivo en las mayorías porque ya todo esto no se puede hacer a lo grande. No se puede “botar la casa por la ventana” y ya la familia se ha reducido por la diáspora (más de 5 millones de venezolanos han emigrado). Ya no hay “estrenos” de ropa, pintar la casa, comprar cosas… E incluso hacer hallacas es un milagro, ni hablar del resto de las comidas. La nostalgia de la abundancia del pasado se ha instalado entre nosotros. A pesar de ello y si hay niños especialmente, la familia hará los sacrificios para sonreír y alegrarse en medio de tantas carencias.
Dar regalos a los niños, los familiares, amigos y compañeros de trabajo; pero también vecinos; era lo normal. En Navidad se desbordaba generosidad, aunque es evidente que los llamados “aguinaldos” (pagos de utilidades por la fecha) lo permitían. Pero se puede decir que nunca fuimos un pueblo austero y nos alegraba ser generosos y en abundancia. Hoy a las mayorías de los cercanos les decimos con vergüenza: “el año que viene podré darte un buen regalo”. Y el significado de la Navidad y el Año Nuevo nos generaban esperanzas: el Niño Dios nos traerá lo que tanto anhelamos y el año que viene todo será mejor. Hoy las dudas sobre un cambio domina el ambiente.
¿Podrán renacer esos cuatro valores que cultivábamos en Navidad? No dudo que sí, pero mi mayor certeza es la oportunidad que tenemos ante estos tiempos tan duros. La oportunidad de meditar en que la primera Navidad parecía que dichos valores no prevalecían. María y José muy probablemente no tenían del todo paz por la falta de un refugio, y aunque la alegría del nacimiento lo dominaba todo, ellos no estaban junto a sus familiares. Al igual que nosotros, se encontraban solos. No hablemos de sus carencias económicas. Pero María y José, en medio de las dificultades, derrocharon generosidad al darnos y cuidar a Jesús. ¿Será que estas Navidades en Venezuela nos permitirán comprender su verdadero sentido? Desechar toda tristeza por lo material y valorar lo que tengamos. Ser sencillos y humildes como el Niño Dios en el pesebre. Ruego a Él que así sea.