El pasado 3 de mayo en la mañana, ante el rumor existente de una posible incursión militar por la costa del estado Vargas, opiné en una declaración para El Nacional que esa supuesta incursión no resistía un análisis militar de cierta seriedad. “A nadie se le puede ocurrir invadir, justamente, por el sitio más populoso y vigilado por las fuerzas represivas del régimen, ni mucho menos con una cantidad de efectivos y medios tan precarios”. Desde ese mismo día, el régimen madurista inició una campaña de propaganda, utilizando masivamente los medios de comunicación, incluyendo varias cadenas presidenciales, para convencer a los venezolanos de que una “invasión” organizada y dirigida por la oposición democrática, con el respaldo de Estados Unidos y Colombia, había sido derrotada mediante una eficiente operación militar realizada por efectivos de la Fuerza Armada Nacional, entre ellos un grupo de milicianos, y los cuerpos de seguridad del Estado. Ha sido un esfuerzo perdido. Los venezolanos, desde hace mucho tiempo, conocen la naturaleza mendaz de Nicolás Maduro.
El primer aspecto que se requiere dilucidar para poder aclarar lo que ocurrió es determinar con precisión quién, en realidad, dirigió la Operación Gedeón. En todas las noticias aparece el nombre del mayor general Clíver Alcalá Cordones, un militar chavista, supuestamente distanciado de Nicolás Maduro, y ahora reo de la justicia norteamericana por delitos de narcotráfico. Su conducta, primero como comandante de la Brigada Blindada y luego como comandante de la Quinta División de Selva, fue severamente cuestionada por sus estrechos vínculos con el narcotráfico y la explotación ilegal del oro. Por tal motivo rechazo, de manera terminante, que una persona tan descalificada haya figurado, de alguna manera, junto a algún sector de la oposición. Los efectivos que, supuestamente, actuaron en dicha operación fueron reclutados del grupo de militares venezolanos que, de manera anárquica, desertaron, en febrero de 2019, radicándose en Colombia. Otro aspecto que se debe aclarar es la identidad de los incursores, su estado de salud y sitio de reclusión. Hasta hoy, 8 de mayo, se desconoce totalmente.
Tengo la absoluta certeza de que el grupo de militares desertores venezolanos fue infiltrado por los organismos de contrainteligencia del régimen madurista. Aceptar esta verdad es la única manera como se puede explicar el despliegue de la Fuerza Armada Nacional y de los organismos de seguridad del Estado en los dos sitios de llegada de la supuesta incursión militar, realizada en dos pequeñas lanchas casi imposible de detectar en la amplísima costa venezolana. Estoy convencido de que hubo una traición. De otra manera no hubiera sido posible detener, como afirma la propaganda oficial, sin resistencia alguna, a todos los supuestos incursores. Así mismo, causa gran suspicacia la forma en que declaran algunos de los supuestos detenidos. Parecen más bien miembros de los organismos de inteligencia, o que en realidad lo hacen bajo presión. En este sentido, creo imprescindible que el general Vladimir Padrino, ministro de la Defensa, clarifique la actuación del capitán Antonio Sequea. La señora Estrella Vittora, en un mensaje de su cuenta en Twitter, lo acusó de haber dirigido la brutal tortura física que sufrió su esposo, el general Ángel Vivas Perdomo, cuando estuvo detenido en la Dirección de Inteligencia Militar.
Estos curiosos aspectos de la “operación” me conducen a rechazar, con firmeza, las declaraciones de Nicolás Maduro. Afortunadamente, sus palabras han caído en el vacío. Nadie cree que la supuesta infiltración fue organizada por la oposición democrática venezolana con el respaldo de Estados Unidos y Colombia. La opinión pública ha construido dos hipótesis para explicar lo ocurrido. Unos creen que fue un montaje de Nicolás Maduro en un intento de desactivar el estallido de grandes protestas que, casi con seguridad, ocurrirán en todo el país después de la cuarentena. Otros creemos que la incursión ocurrió pero que, al ser infiltrada en sus mandos, fue interceptada y se convirtió en un instrumento de propaganda del régimen para satisfacer su interés político de denunciar internacionalmente a Estados Unidos y a Colombia como los responsables de esa acción militar. Pienso que esa denuncia no tendrá mayores consecuencias por carecer de credibilidad. La forma tan inocua como fue controlada la “incursión”, si es que realmente ocurrió, produce serias dudas sobre la narrativa madurista.
El excesivo uso mediático que el régimen madurista ha hecho de la “incursión militar” no parece haber contribuido a disminuir el abrumador rechazo a todo lo que Nicolás Maduro y su camarilla representa para los venezolanos, ni el profundo deseo de nuestro pueblo de que ocurra un cambio político que nos conduzca por el camino de la democracia y la libertad. Si en realidad Nicolás Maduro desea conjurar la profundización de esta grave crisis, tendría que ejecutar algunas acciones de gran impacto nacional e internacional. Un buen ejemplo sería la liberación de los presos políticos, civiles y militares, el reconocimiento pleno de la Asamblea Nacional y la clausura de la asamblea nacional constituyente. Nicolás Maduro tiene que entender que si él no logra una solución a la crisis política, mediante una concertación con la oposición, tampoco logrará que Estados Unidos y la Unión Europea levanten las sanciones impuestas y en consecuencia la miseria continuará imperando en Venezuela. Lamentablemente, ese pareciera ser, realmente, el objetivo de su gobierno
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