Las lágrimas de una patria comenzaron cuando la indolencia del poder secuestró la institucionalidad de una nación convirtiendo al Estado en un suburbio de adláteres y panegíricos, vendidos en sus almas, ante las canonjías y el desfalco de sus riquezas en el nombre de una mal llamada “revolución”.
Las lágrimas de una patria han quedado en llanto y dolor al ver cómo todos sus pueblos del norte, sur, este y oeste, llanos, costas y montañas, desde lo urbano hasta el más profundo naciente indígena, quedaron marcados por la ruta del destierro, convirtiendo sus alegrías en ficciones, y transformando sus realidades en penurias de un “vivir” donde el comer quedó marcado para la sobrevivencia; y transformando la inedia en el signo inequívoco de la protervidad de una hegemonía del poder.
Las lágrimas de una patria se eclipsaron cuando los ojos llenos de tristeza de hijos y nietos, o de sus padres o abuelos, debieron emprender la marcha hacia otras latitudes, por culpa de un régimen que destruyó todos sus espacios de petróleo, hierro, oro y minerales, y también arrasó con la agricultura y la pesca como fuentes primarias de la generación del bienestar, condenando a la mayoría de su población a vivir en ruptura familiar.
Las lágrimas de una patria son aquellas esparcidas al ver cómo mueren nuestros niños ante la ausencia de trasplantes de órganos, o ver cómo sucumben de dolor quienes acuden a un hospital y sólo encuentran la podredumbre que la bazofia política esparció sobre la vida humana, para burlarse de estos, incluso llamando “pobre viejo” a cualquiera que en esa senectud quedó condenado al olvido, por parte de un poder que sólo ha conjugado sus miserias en la salud de eso que llaman “pueblo”.
Las lágrimas de una patria están condensadas cuando su educación ha quedado en ruinas bajo la responsabilidad de quienes sin mínimo pudor mancillaron los pensamientos de próceres y pensadores hasta convertir cada escuela, liceo y universidad en sitios arrasados por los terremotos y los huracanes de la criminalidad política; esos que sin mínima vergüenza disfrutan las mieles de ver a sus hijos graduados en el exterior, mientras son enterrados los restos de una juventud sin posibilidades de ver en ese país luz ante tanta oscuridad.
Las lágrimas de una patria están enclavadas cuando una cúpula de poder en cada ucase somete a la persecución y las rejas a quienes intentan levantar las banderas de la dignidad y los derechos humanos que han sido pisoteados por los zurdos nefarios, quienes con su despiadada ilécebra disfrutan destruyendo en sus mazmorras las inocencias de toda una nación.
Las lágrimas de una patria han sido vertidas por el deletéreo de unos pocos, quienes, en sus delirios de vesania por el poder, y cubiertos con una interminable nefelibata, cuales horribles taipanes sólo han destruido y asesinado a muchas vidas que sólo entregaban sus esfuerzos por la construcción de un porvenir que nos hiciera a todos herederos de una eudaimonia, que ellos sólo odian en sus cónclaves de resentimientos.
Las lágrimas de una patria se han confundido cuando un país que estaba lleno de esperanzas, fue deshecho hasta en sus rescoldos, y cuyo vagido histórico también fue destruido por un grupo de bahorrinas del pensamiento, cuyos propósitos sólo han estado concentrados en la muerte de una república para sus ciudadanos, y la repartición de todos sus territorios para que ellos sean los nuevos jerarcas de un feudalismo.
Las lágrimas de una patria, de esa patria que en algún momento de la historia perdimos, están a punto de transformarse de llanto de tristeza en un llanto de esperanza, que nos devuelva la vida arrebatada y podamos recomenzar desde la sonrisa de un niño, los sentimientos del amor donde por fin las lágrimas de una patria sean por una patria.
@vivassantanaj_