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Las imágenes simbólicas de Win Wenders

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Win Wenders vuelve a su mejor etapa, como cineasta de ficción, en la notable Perfect Days, después de atrincherarse en el documental, donde pudo trascender y evolucionar con Pina 3D y Buena Vista Social Club.

Precisamente, la escritura del filme bebe de sus influencias como realizador de trabajos como Tokyo Ga y Alicia en dos ciudades, un par de obras que resuenen en el guion de su película de 2023, reconocida con el premio de actuación para el intérprete principal en el Festival de Cannes.

Fui a verla con la profesora Malena Ferrer en la sala del Trasnocho Cultural, el día sábado, en una función a tope.

Como la docente conoce a Tokio, pude contrastar información con ella sobre la historia del argumento, su idea audiovisual y su referente, a propósito de la recreación de la vida de un hombre que se dedica al oficio de limpiar inodoros con una mística de artista y maestro zen, tal como un alter ego del director, de regreso de la fama y en comunión con la estética de las cosas más pequeñas.

Wenders alcanzó la cima de sus posibilidades en la hermosa París, Texas, cumbre de un proyecto sustentado en la poesía de la abstracción, el minimalismo y los problemas de incomunicación.

Por tanto, es uno de los últimos exponentes de la vanguardia de posguerra de su país, un movimiento que aportó nuevos códigos al cine, amén de las trayectorias de genios como Fassbinder, Herzog, Von Trotta y Schlöndorff.

Perfect Days dialoga con ellos, con una tradición  moderna, con la propia París, Texas, buscando reforzar los lazos entre las diversidades que inspiran al autor, fanático de los cruces genéricos y de fronteras.

Si el primer Wenders reconocía su amor por El amigo americano, posteriormente inicia un viaje hacia las tierras de su venerado Ozu, para afirmar la condición descentrada de su filmografía, cuya identidad gusta en disolverse y expandirse en el contacto empático con las culturas del planeta.

El de Wenders, si cabe la etiqueta, es un “world cinema” despojado de los vicios que aquejan a los contenidos del mundo: la logorrea y la iconorrea.

Por eso, como diría Antonio Pasquali, prefiere que sus personaje no hablen y que más bien se dediquen al cultivo de las imágenes sagradas, que se siembran con técnicas artesanales y analógicas.

Afirma Pasquali que “la sacralidad del signo se hace máximamente presente en casos de parquedad expresiva y alta carga simbólica”.

Por ende, Perfect Days ejemplifica la lectura del filósofo acerca de un arte que recupera el sentido, como respuesta a un tiempo que abusa del torbellino de imágenes fake que no dicen nada.

Así que la cinta se abre como un libro de cuentos costumbristas, de posibilidades infinitas de apreciación, dentro del marco que propone el demiurgo.

Primero, Perfect Days narra la redención de un personaje que entendemos llegó a tocar la cima del cielo, para luego terminar lavando pocetas.

Capaz una metáfora de la obra de Wenders, una alegoría de nuestro contexto, un mensaje que se nos envía para que nos veamos en el espejo de los que no miramos o ignoramos.

Gente que merece un retrato digno como el de Perfect Days.

Me llama la atención que el personaje siempre busque y persiga la imagen de una torre sideral, que se le escurre entre la gran capital y su estricta rutina laboral.

¿Será que viene de arriba, y cayó en lo más bajo, acaso extraña sus días en que despachaba desde lo alto de la torre?

El sutil Wenders jamás nos ofrece una respuesta directa, porque su arte se crece en la interacción con una audiencia inteligente que debe cerrar el cuadro en su mente.

La música desempeña un papel fundamental, siendo escuchada en casetes, al profesar afecto por lo retro, más allá de la moda por lo vintage.

El cine de Wenders sabe que sus horas están posiblemente contadas, pero en lugar de plantear un funeral explosivo o luctuoso, se decanta por una nostalgia discreta y un estudio del ocaso de los ídolos, en el crespúsculo del séptimo arte que fundó el autor.

Por eso, es una pieza silente y espectral que comparte los conceptos de Fallen Leaves, mientras contrasta con el andamiaje autodestructivo de Oppenheimer.

Wenders cree que hay que mirar a Japón desde adentro, de una manera más amable y sosegada, menos mainstream y turística, para entendernos en el presente de cara al futuro que llegó.

Tokio viene del mañana y Perfect Days nos asegura que contiene las ansiedades tecnológicas y las dificultades que nos agobian, en otra escala, como la desigualdad, la crisis de soledad, la necesidad de tener un trabajo que nos reconforte.

Entre tanto, el agua y el ambiente urbano siguen reflejando las obsesiones creativas del realizador.

El agua limpia de forma ritual, al tiempo que los humanos intentan manejarse en el laberinto de calles, avenidas y rascacielos que los deshumanizan.

Frente a ello, Wenders se despide con el gesto paradójico de llorar de felicidad.

Un canto melancólico a la existencia, como la poderosa música de Lou Reed y Nina Simone.

Gracias a José Pisano y a su equipo por traerla a Venezuela, para limpiarnos con su clase de resiliencia.

Oh, es un día perfecto

(Oh, it’s such a perfect day)

Me alegro de haberlo pasado contigo

(I’m glad I spent it with you)

Oh, un día tan perfecto

(Oh, such a perfect day)

Sólo tienes que mantenerme pendiente

(You just keep me hanging on)

Sólo tienes que mantenerme pendiente

(You just keep me hanging on)

 

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