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Las ideologías mutantes

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La victoria de Gustavo Petro en Colombia nos da un buen insumo para discutir, nuevamente, sobre la vigencia y el futuro de las ideologías. En un mundo donde las propuestas prácticas y concretas, expuestas en 140 caracteres o en videos de 15 segundos, marcan cada vez más la pauta de los debates políticos y electorales (como se expresó en la campaña de Rodolfo Hernández), no deja de sorprender que quienes defienden posturas de gran intensidad ideológica, como el ahora presidente electo colombiano, logren resonantes victorias. Es como si el hombre ideológico que dominó el siglo XX se resistiese a morir y volviera, cada cierto tiempo, por sus fueros. Se le hace a uno inevitable pensar en el célebre cuento breve de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio seguía ahí”.

Cuando Daniel Bell expuso en 1960 su planteamiento sobre el fin de las ideologías, daba cuenta del mundo de posguerra, donde los antagonismos existenciales habían dado paso a un modus vivendi entre comunismo y democracia. El período de la Guerra Fría fue sucedido por el período de la coexistencia pacífica, donde las superpotencias respetaban, en líneas generales, sus zonas de influencia, y los potenciales conatos de conflicto no pasaban del ámbito local. Por otra parte, al interior de Occidente, el estado de bienestar dio paso a un aflojamiento aún mayor de las tensiones político-ideológicas, empezando a desdibujar la diferenciación entre las izquierdas y las derechas. El pragmatismo propio de las luchas electorales hizo que perdieran fuerza e intensidad los programas ideológicos (¿cómo no asociar, en el plano artístico, esta realidad con aquel célebre cuadro de Andy Warhol con el rostro de Nixon, titulado Vote por Mcgovern?).

La caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética abonaron sustancialmente la tesis del fin de las ideologías: el comunismo, la utopía moderna por excelencia, que alimentó esperanzas y prohijó guerras desde finales del siglo XIX, se derrumbó como un castillo de naipes, dejando al capitalismo en solitaria cabalgadura. No obstante, casi al mismo tiempo, apareció entonces la teoría del fin de la historia de Fukuyama -de impronta hegeliana- que puede verse, en cierta forma, como una primera revancha de las ideologías, ahora en una versión monocolor: la imposición en todo el globo del capitalismo y de la ideología democrático liberal.

Pero ya sabemos que no fue así. Como diría Goethe, el árbol verde de la vida es mucho más rico y complejo que la gris teoría. En estas dos últimas décadas es mucho el agua que ha corrido debajo del puente. Las ideologías parecen estar de regreso con segundas y terceras revanchas, tanto en el campo de la izquierda como en el campo de la derecha. Lo que ha ocurrido, nos parece, es que han mutado, han cambiado de forma e incluso de contenido. En líneas generales, puede decirse que se han retroalimentado de -al menos- tres grandes movimientos que marcan al mundo en las últimas décadas: el resurgimiento cultural, étnico y religioso, las políticas identitarias (género, salud, culturas urbanas, etc.) y el ambientalismo.

Ocuparse de cada una de ellos sería muy largo, pero puede ilustrarse con unos pocos ejemplos. En el caso de Vladimir Putin podemos ver cómo ha mutado del ideario comunista de sus tiempos juveniles, a una ideología de derecha cada vez más conservadora, abrevando en el paneslavismo (con el cual pretende legitimar la invasión de Ucrania) y la religiosidad ortodoxa, y tomando parte, en lo que al tema del género se refiere, en contra de los grupos LGBTI, el aborto y el matrimonio igualitario. En nuestro continente, muy en su camino -con sus singularidades, naturalmente- encontramos el caso de Bolsonaro, que allanó su camino al poder identificándose con el discurso evangélico -de hondo arraigo en Brasil- y en posturas también conservadoras en el tema del género.

Por el lado de la izquierda, podemos decir que este proceso de mutación ha sido más complejo y lleno de contradicciones. En la izquierda regional, por ejemplo, encontramos énfasis diversos en los mencionados movimientos. Así, en Bolivia y Ecuador las corrientes de Evo Morales y Rafael Correa han tenido un fuerte contenido cultural-indigenista, y no en balde en las nuevas constituciones sus países son definidos como Estados plurinacionales e interculturales. En cuanto al tema del género hay, en cambio, posiciones encontradas, que van desde el apoyo radical a los nuevos movimientos LGBTI, aborto, etc. (Chile), a un apoyo moderado (el kirchnerismo en Argentina, el Frente Amplio en Uruguay) y el rechazo explícito o velado (orteguismo en Nicaragua, chavismo en Venezuela).

En el caso de quien justificó inicialmente estas reflexiones, Gustavo Petro, puede decirse que se ha retroalimentado hábilmente de los tres grandes movimientos, si partimos de su programa de gobierno: asegura que dará un amplio apoyo a los pueblos indígenas y afrodescendientes (sin pronunciarse sobre un Estado plurinacional), propone ambiciosas metas en el plano ambiental, y apuesta por la presencia paritaria de las mujeres en las instituciones de gobierno. Falta poco tiempo, de cualquier forma, para que sepamos cuál será realmente el designio de su régimen.

Sean de derecha o sean de izquierda, lo cierto es que las ideologías de estos tiempos de globalización han perdido varias de las características proverbiales que las identificaban en la modernidad. Ya no son sistemas de ideas y propuestas de acción coherentes, de vocación universal, y de una sólida fundamentación doctrinaria. Son más bien una especie de collage de ideas y conceptos provenientes de fuentes distintas, donde la subjetividad tiende a ser múltiple y compartida, y con no pocas contradicciones. Son constructos que cada grupo o líder elabora de manera pragmática u oportunista, de acuerdo a las realidades y situaciones de cada país. Ya no tienen, definitivamente, la solidez propia de los tiempos ilustrados, y se han llenado de la incertidumbre y el relativismo de los tiempos del posmodernismo.

@fidelcanelon

 

 

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