María Corina Machado (de ahora en adelante MCM) ha sido hasta hoy la única de los aspirantes a las primarias de la oposición democrática en presentar con claridad sus ideas. Se siente que cree en ellas, no son construcciones puramente pragmáticas, pues atienden a valores, a convicciones profundas que sostiene con pasión. No le pidamos a un líder político que domine todos los temas (revelaría en el fondo ser un audaz ignorante) , pero sí que tenga una idea clara del país donde vive, así como del país que quiere gobernar y sobre todo transformar. Como diría un manido eslogan: el paso de la Venezuela que tenemos a la Venezuela que queremos. Cierto que pocos lo logran (me refiero a los cambios realizados) y por eso los llamamos estadistas; ya el solo hecho de intentarlo revela un líder auténtico que merece nuestra mejor comprensión.
El desafío que se ha propuesto MCM tiene dos vertientes; en primer lugar, para ella las primarias son un objetivo dentro de otro más amplio y de mayor calado: en sus propias palabras, angustiosas y atrevidas, “lo que está en juego es la vida”, derrotar un régimen (utilizo un término suave) tiránico que ha producido un daño inconmensurable al país. No es para ella cualquier batalla, pues se trata de “una lucha espiritual entre el bien y el mal”, que implica un proceso de transformación del país “con unos pilares republicanos, éticos y liberales”, con lo cual entramos de lleno a la fuente doctrinaria que abandera su lucha: MCM se declara sin tapujos y sin complejos liberal. La hoja de ruta que ella propone al país está contenida claramente en los postulados clásicos del liberalismo: individualismo, Estado mínimo, defensa de la propiedad privada.
Aunque de otra magnitud al primero señalado, el liberalismo de MCM plantea una contracorriente, un reto directo al paradigma político hegemónico en la Venezuela moderna y contemporánea, por lo menos desde 1945 hasta 1999, incluida la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y sus precedentes de 1947 y 1961. Ese paradigma que MCM quiere romper incluye nada menos que principios capitales como el Estado de bienestar, la jerarquía del valor de la justicia social, los derechos sociales y el intervencionismo estatal como palanca para el logro de los ambiciosos objetivos en esos principios y valores implicados. Cierto que en parte no se lograron, pero en la mentalidad hegemónica de la política venezolana se sigue sosteniendo que el problema no estaba en su definición, ni en su instauración, sino en su implementación, pervertida fundamentalmente por el cáncer de la corrupción. El liberalismo en ese largo período siempre estuvo a la zaga, fue derrotado duramente en las urnas electorales, y solo pudo entrar en algunas decisiones gubernamentales de forma encubierta, casi pidiendo permiso.
En su entrevista al equipo de Politiks hace MCM una serie de propuestas del mayor calibre que implican una reforma general de la Constitución, como son los casos de la privatización de Pdvsa y las empresas de Guayana, aparte de una posición irrestricta y total a favor de la privatización que nos recuerdan a la “dama de hierro”, la inefable Margaret Thatcher, además de proponer entre otras perlas un sistema semipresidencial, eliminar la reelección indefinida, volver al bicameralismo, desmontar el Poder Moral, en particular la organización electoral, y transformar radicalmente el Poder Judicial.
No niego la pertinencia de muchas de esas reformas, pero me hago a su vez algunas preguntas: primero, la apreciación del momento para llevarlas adelante, ante la complejidad de las tareas que implica una eventual transición a la democracia en el país. Además, le recuerdo a MCM que la Constitución tiene dolientes, como lo revela ser la única Constitución en el mundo que ha sido ratificada en dos oportunidades por el voto popular. El paso del Estado Social de Derecho a un Estado Liberal de Derecho, como lo desea MCM, encontrará, no abrigo dudas, un férreo rechazo por crecientes y diversos sectores de la sociedad venezolana.
Al final de su entrevista MCM manifiesta una opinión negativa sobre relevantes dirigentes de la oposición democrática, que por lo menos a mi persona me merecen respeto, por su lucha y sacrificio en aras de la libertad de Venezuela. Con ellos, y con muchos más, tendrá que contar si desea cambiar a nuestro sufrido país. Véase en el ejemplo de su admirado Rómulo Betancourt, que enterró el hacha de la guerra para reconciliarse con Rafael Caldera y Jóvito Villalba, pues como hombre de visión que lo era, era consciente de que sin el apoyo solidario de estos prohombres y de sus respectivos partidos, el ensayo democrático recién establecido el año 1958 hubiese fracasado estrepitosamente.
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