El PP la última semana se ha dado de bruces con las verdades refraneras de Sancho: «Si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro». Mal para Feijóo, igual da que Aznar pusiera en evidencia el silencio inexplicable de los populares a cuenta del desmantelamiento constitucional o que el expresidente estuviera en realidad respaldando supuestos planes previos de Génova, porque lo que tenemos es que cuando asistíamos a un enorme vacío alrededor de la derecha política respecto a las ofensivas de Urkullu y Puigdemont, sin una respuesta conforme a la gravedad de las circunstancias, todo el mundo ha mirado a Aznar en lugar de a Feijóo. Una situación comprometida, porque repite roles del pasado reciente y porque no conviene que un exdirigente con ascendiente y peso moral, cuyas declaraciones y diagnósticos suelen dejar huella en la actualidad, sea el que fije con total claridad el rumbo a seguir, sobre todo si tiene razón.
Aznar ha llenado una ausencia, por activa o por pasiva, lo que debiera ser una lección sobre las reglas de juego de la política nacional para los actuales gestores del partido. Aquí se aprieta fuerte, no se pierde oportunidad de ocupar el primer plano, con actos que van más allá de un canutazo para salir del paso, y se habla de los temas que están sobre la mesa, aquellos que impactan en el debate público y llenan páginas de periódicos y horas de radio, sin que puedan sortearse con una agenda alternativa que quizá complemente pero no suplanta el principal debate político. Sólo dos horas antes de que el expresidente del Gobierno hiciera ese llamamiento a la movilización ciudadana (groseramente contestado por una portavoz gubernamental que niega el derecho de manifestación de los ciudadanos), apenas un rato antes de la inauguración del Campus de Faes, Moreno Bonilla contestaba a ABC delante de 300 dirigentes andaluces que «no estamos en el momento procesal» de combatir una ley de amnistía porque el interés fundamental del PP de momento pasa por la investidura del presidente popular. Complicado error de percepción. Moreno Bonilla, como Feijóo y otros, cree que puede ejercer en Madrid el control de tiempos habitual de las capitales autonómicas. Pero en Madrid ese mando a distancia lo tiene Sánchez y vuelve loco a todo el mundo cambiando compulsivamente de canal. Lo hace mientras causa un cisma histórico en el PSOE con el extrañamiento de los referentes que refundaron el partido y lo pilotaron durante un cuarto de siglo. Pero ese cisma no le lleva a quedarse parado, a templar, a observar el curso de los acontecimientos; muy al contrario, los precipita. Como se quejaba un veterano popular hace una semana, Génova no está siendo consciente del terremoto, «tiene un Senado a su favor, diez o doce comunidades autónomas, la mayoría de alcaldes y estamos quietos, sin utilizarlos; desde antes del 23J se ve que no comprendemos lo que se nos viene encima, sacaron esa campaña de ‘Verano azul’, infantil, y la película que había que haber puesto es la de Tiburón».
La agenda y los hitos preparatorios de la investidura de Feijóo son relevantes, pero no alcanzan ni sustituyen la respuesta a los movimientos secesionistas y los amagos del sanchismo para aceptar tales chantajes con tal de permanecer en el poder. Feijóo hace bien en aceptar el encargo del Rey, más allá de que no acaben saliendo los números para convertirse en jefe de gobierno. Pero debe subir al estrado a plantear a los españoles una alternativa y evidenciar un liderazgo creíble y motivador, por si todo se pone peor, y debe reafirmar su posición como autoridad del partido. Se juega en términos personales más que en las pasadas elecciones generales, porque al 23J fue con el viento a favor, con la ola, pero ahora debe demostrar que es capaz de reubicarse tras el grave contratiempo y ofrecer un proyecto sólido, claro, ganador y aglutinador de nuevos apoyos. El discurso, probablemente, le saldrá bien, firme y con sentido común, pero la dificultad vendrá el día después de su propuesta parlamentaria, cuando todas las decisiones, todos los actos, todas las estrategias del PP deban ser congruentes con la expresión de sus palabras ante la tribuna del Congreso. De ahí debería salir un rumbo que los españoles puedan entender y a continuación no será aceptable plegarse a nuevas confusiones, bandazos o parálisis.
Si la situación en el PP es delicada, en Vox es bastante peor, y por otras razones, pese al hermetismo habitual de esa organización. Más allá de la pérdida de votos, que podría acentuarse, el partido de la derecha populista anda muy agitado, con cambios que van mucho más lejos de las apariencias. Desde el punto de vista externo, los estereotipos y caricaturas cada vez son más visibles, tanto por la exitosa campaña de la izquierda como por los errores propios y por no asumir que para los españoles (más allá de derechas e izquierdas) existe un principio que alcanza a todos y Vox no acepta: ‘vive y deja vivir’. Desde la perspectiva interna de poder, la lectura es sencilla: Santiago Abascal ha visto cómo sus colaboradores y amigos personales han salido de la organización por la puerta de atrás, y todo apunta a que en realidad Abascal no controla o no quiere controlar o no se atreve a controlar a sus supuestos nuevos subalternos, quedando en una posición de reina madre deificada. Habrá que ver si rompe o no esa postura diletante y qué pasa.
De momento, el partido se ha precipitado con Buxadé en un folclore ideológico trasnochado, tienen a un secretario general a quinientos kilómetros de Madrid que apenas es un dirigente de paja, y el otro hombre fuerte, Kiko Méndez Monasterio, intimísimo del líder, está pasando de las musas al teatro, del misticismo doctrinal a tocar pelo y colocar peones por las autonomías en un juego de tronos de pacotilla, mientras que siendo experiodista acrecenta sus presiones catetas a la prensa («De Kiko se puede decir aquello que decía Unamuno de Azaña: cuidado con él, es un escritor sin lectores»). Abascal, en fin, tan aficionado a la historia de España, ha pasado de gustarse en la imagen de un impetuoso rey soldado a acomodarse en la monarquía de los validos. Quedan pocos meses para comprobar si este va a ser el Vox definitivo (y decadente).
Artículo publicado en el diario ABC de España
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