OPINIÓN

Las historias del dólar

por Andrés Guevara Andrés Guevara

En las últimas semanas el tipo de cambio se ha disparado nuevamente. Son muchas las conjeturas que intentan explicar el incremento del valor por medio del cual se cotiza el par del bolívar y el dólar estadounidense. Por supuesto, a medida que el tipo de cambio se eleva y los ingresos de los venezolanos se rezagan, el tema no hace sino traer más preocupaciones a la ya devastada población local.

Intentar predecir el comportamiento del tipo de cambio en Venezuela es un acto complejo. Sin estabilidad macroeconómica, sin políticas claras, transparentes y bien ancladas dentro de un programa de gobierno, los analistas económicos por más que intenten pronosticar el desempeño de la política monetaria criolla, corren enormes riesgos de errar en sus afirmaciones, toda vez que la realidad, acompañada de una enorme cantidad de hechos inconmensurables, termina por sobrepasarlos.

Lo cierto del caso es que son muchas las personas que plantean argumentos falaces en relación con el alza del tipo de cambio. Argumentos que, lamentablemente, van dirigidos contra la actividad comercial y empresarial del país. La mayoría de las afirmaciones pudieran resumirse en el hecho de que son los empresarios y los comerciantes los responsables de la subida del tipo de cambio, del alza de los precios de bienes y servicios y, en síntesis, del empobrecimiento que sufren los venezolanos a diario como consecuencia de la depreciación acelerada que sufre el bolívar.

Creemos, sin embargo, que estas afirmaciones se encuentran lejos de la realidad. En los últimos años, y concretamente en lo que va de 2019, la actividad comercial y empresarial venezolana no ha hecho sino recibir duros golpes. Difícilmente pueda darse un pronóstico positivo en cuanto a la economía del país, y tal ha sido el tamaño de la contracción que la caída de Venezuela constituye ya un caso de estudio –y asombro– en el ámbito académico internacional. Nadie se explica cómo Venezuela, su economía, se ha empequeñecido de una forma tan abrupta sin una causa realmente fehaciente (es decir, más allá de lo que pregona la propaganda oficial para justificar su estado de destrucción).

De este modo, lejos está la empresa venezolana viviendo un momento floreciente. Y por vía de consecuencia, lejos están los industriales y empresarios venezolanos sacando buen partido de la coyuntura actual. Por el contrario, son cada vez más los comerciantes que cierran sus puertas o se mantienen a flote única y exclusivamente en función del aporte y el pulmón de sus propios accionistas, quienes esperan, avizoran, que en algún punto la situación se componga y vengan tiempos más promisorios.

De allí también que no sea cónsono con la realidad la hipótesis que plantea que los empresarios pagan salarios miserables a sus trabajadores, aun cuando dichas empresas reciben ingresos en moneda extranjera. La evidencia empírica sugiere que las empresas tienden a incrementar salarios en términos reales en la medida en que son capaces de generar riqueza. La gente suele tener memoria corta, pero basta ver cuánto era el valor en términos reales de sueldos y salarios en Venezuela hace tan solo una década –por citar un ejemplo reciente– y compararlo con la situación actual. Difícilmente las desmejoras salariales puedan ser vistas como algo que se haga de forma voluntaria y alegre. Muy por el contrario. Se pagan los salarios que son posibles de acuerdo con las condiciones de mercado, los ingresos y viabilidad financiera de cada negocio en particular.

Habrá quien diga que conoce un negocio “X” o “Y” al cual le está yendo muy bien, y tiene cuantiosas ganancias. Desde luego que existirán casos así, pero el percentil con el que se puede medir la economía venezolana sugiere que esta no es la situación general. Por el contrario, solo unos pocos ubicados por encima de este alto percentil se encuentran viviendo tiempos buenos en sus negocios. El resto de la población empresarial pasa penurias, como también las pasa el resto de la población en cada uno de sus espacios.

Es importante, de este modo, no dejarse llevar por esquemas ilusorios. El dólar como medio de pago, la aparición de bodegones y tiendas con artículos importados no es representativo de la situación mayoritaria de la actividad económica del país. Una economía que se ve signada por una fuerte exclusión entre quienes tienen acceso a las divisas y quienes no, una carencia manifiesta en la provisión de servicios básicos, la ausencia de una institucionalidad inclusiva, el resguardo mínimo y vital del derecho de propiedad y de condiciones mínimas para el ejercicio de la ciudadanía. En fin, una economía que no escapa al socialismo y sus tentáculos destructivos.