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Las gotas de agua del colibrí

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 A mis compañeros de la Comisión Nacional de Primaria

En nuestra infancia, nuestros padres y maestros solían narrarnos cuentos, fábulas, parábolas que tenían como fin comunicar un mensaje que llevase consigo una enseñanza de comportamiento adecuado, moral, ejemplar. Para ello, se contaba una anécdota, se recurría a una analogía, similitud o comparación. Las parábolas son cuentos cuya finalidad es enseñar amenamente y se fundamentan en una inteligente mirada al mundo circundante que le resulte familiar y creíble a quienes van dirigidas estas narraciones. Lamentablemente, esa hermosa y didáctica costumbre se ha ido perdiendo y, en consecuencia, también se ha perdido un momento muy especial de comunicación afectiva entre padres e hijos, entre maestros y discípulos.

Están escritas en prosa y los personajes, humanos o distintos ejemplares de la naturaleza, que cobran vida, son protagonistas de situaciones sencillas, pero ejemplarizantes. De esta manera, la parábola pretende promocionar principios relacionados con el mundo espiritual, precisamente, usando descripciones de acciones simples e inteligibles, sin necesidad de elaborar discursos muy elaborados. Son parientes muy cercanas de las fábulas. Un ejemplo muy interesante del uso de las parábolas con fines didácticos es el dado por Jesucristo, quien las empleaba con el objetivo de apoyar la enseñanza contentiva de nociones de índole moral y religioso. Bastaría con recordad la Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32).

Pero, hoy, no me voy a detener en las parábolas religiosas. No. El momento del país es de llamaradas, de atmósfera asfixiante. Mientras pensaba en cómo acometer este artículo, una amiga me envió un saludo de «buenos días» por WhatsApp con una imagen que aludía a la parábola del colibrí. Me dije a mí misma: «Llegó la musa de hoy».

Busqué una versión más completa y la parafraseo. En un hermoso bosque, lleno de árboles y con una gran variedad de fauna y flora, parecido a los bosques que tenemos en mi país, llegó una etapa de fuertes sequías, mucho calor y con ello aparecieron los incendios que tanto perjuicio causan. Las llamas empezaron a propagarse rápidamente y los animales se sintieron aterrorizados y comenzaron a huir desaforadamente. Pero, en medio de aquella huida, hizo su aparición un pequeñito ejemplar de las aves, apenas pesa entre dos y cuatro gramos, dicen los conocedores, esa avecilla no es otra que el colibrí. Pues bien, nuestro colibrí volaba en dirección opuesta a la desbandada, se dirigía rápidamente hasta un lago que quedaba en el medio del bosque, sorbía algunas gotas de agua y las esparcía sobre las llamas. Obviamente, los reyes del bosque, como lo son el león, las jirafas, los fornidos elefantes, miraban al colibrí extrañados. ¿Qué pretendía ese minúsculo espécimen avícola?

El león, rey de la selva, con su acostumbrado rugir altanero y fuerte vozarrón le preguntó: «¿Qué haces, imprudente?, ¿Acaso no le temes a las llamas?”. Además, para ellos, grandes, enérgicos y veloces, les humillaba que aquella avecilla no hubiera huido como ellos. El colibrí, se detuvo un instante, los miró fijamente y les dijo con su cantora vocecita: «Este bosque es mi hogar, mi nido, todo lo que he construido a lo largo de mi vida, así como también lo han hecho ustedes. No quiero perderlo, y lo peor que podría sucederme es sentir que no hice nada por ayudar a salvarlo. Esa es la razón por la que vuelo, busco agua y trato de mitigar las llamas».

Por supuesto, a los animales que lo rodeaban, les parecía no solo una imprudencia, sino una acción inútil: «¡Te volviste loco, unas poquitas gotas no alcanzan para apagar este fuego, solo no puedes! ¡Sal, huye, este bosque se ha perdido!».

Y nuestro pequeñín les respondió: «Probablemente no lo apague, pero estoy haciendo la parte que me corresponde»; y siguió en su incesante ir y volver hacia el lago, buscando las gotas que en su pequeño pico cabían.

Así, esta pequeña «Comisión Nacional de Primarias», del tamaño de un colibrí y que vuela en medio de esta patria grande y frondosa, sigue sobrevolando el lago a buscar las gotas que ayuden a apagar las llamas del desaliento y, al contrario, surjan haces de luz esperanzadoras.

Son muchas, demasiadas, las voces agoreras que nos dicen «No podrán, acepten la realidad. No hay nada qué hacer». Nosotros, y me atrevo a decirlo en nombre de todos mis compañeros, no cejaremos en nuestro empeño en hacer nuestra parte. Si juntamos esfuerzos, si son millones de gotitas de agua, apagaremos el fuego desesperanzador. ¡Todos juntos lo podemos lograr!

@yorisvillasana

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