$ 1.000.000.000.000.000.000 o 1 trillón de dólares es el monto que China ha invertido durante la primera década de su Nueva Ruta de la Seda (BRI), que se está cumpliendo este año: El vasto y costoso plan armado por el gobierno de Xi Jinping aspiraba, en su formulación, a relanzar el modelo aperturista chino a través de una novedosa y dinámica formula de cooperación y de integración económica y política con sus beneficiarios. A lo largo de este tiempo se suscribieron 200 documentos de cooperación con más de 150 países y más de 30 organizaciones internacionales.

El acento estuvo puesto en el desarrollo conjunto de colosales obras de infraestructura, particularmente en el terreno de la construcción de obras públicas y la puesta en funcionamiento de un número muy abultado de carreteras, vías férreas, puentes y puertos y la configuración de interconexión “cuatro en uno” de la tierra, el mar, el cielo y la red.

La aceleración del comercio entre China y los beneficiarios se ha catapultado a niveles difíciles de medir, pero el Banco Mundial ha asegurado que para el año 2030 esta iniciativa “aportaría cada año 1,6 billones de dólares en beneficio del mundo, lo que representa 1,3% del PIB del planeta”.

La interacción ha dejado, además, un beneficio intangible para China. Este entrelazamiento de dos vías ha convertido a numerosos gobiernos beneficiarios en tributarios de China en sus políticas externas que son sostenidas y defendidas en los organismos internacionales donde sesionan. Ese es el caso de un número alto de países en Asia, América Latina y África. De más está decir que ello ha propulsado la visión planetaria, las prioridades del credo chino en lo atinente al desarrollo del mundo.

En el per contra, sin embargo, esta iniciativa ha servido para el aprendizaje de los benefactores sobre efectos adversos de sus financiamientos. Me defiero a la imposibilidad de muchos países de servir las deudas adquiridas asociadas a los proyectos; la corrupción generada por su implementación; las enormes deficiencias en el cumplimiento de las obras por incapacidad gerencial que se refleja en cementerios de construcciones inconclusas; los retrasos y sobrecostos y los impactos ambientales negativos de algunas o muchas de las obras. Las empresas chinas invitadas a participar no han demostrado, por su lado, una capacidad de seguimiento de los objetivos ni de manejo de las burocracias envueltas en los procesos, ni mucho menos de los problemas de seguridad que son claves en muchos países. Un estudio del Financial Times que examinó de cerca los proyectos de BRI en Pakistán, que es el país con la mayor asignación de fondos, señala que un tercio de los proyectos han sido fallidos. Ejemplos como este sobran. Y es que 10% de las transacciones de todo el conjunto mundial de proyectos se encuentra “en dificultades”, de acuerdo con datos del Instituto Americano de Empresas de Washington.

Pekín acaba de solicitar nuevos recursos por 100 billones de dólares para seguir adelante con su BRI, pero la realidad es que a esta fecha las autoridades se encuentran evaluando y reformulando el esquema en su conjunto en favor de uno más sostenible aunque sea menos “esplendoroso”. La estrategia en sus principios sigue intacta, pero el énfasis en adelante estará en desarrollo verde, salud pública y economía digital. El aprendizaje, hay que decirlo, ha sido útil, pero ha sido escabroso y doloroso.

 


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