Se supone que gracias al desarrollo de las computadoras, desde las más sencillas, digamos los PC familiares y la pléyade de laptops existentes en el mercado, hasta las supercomputadoras como la Summit USA (200 cuatrillones de operaciones por segundo); la Sunway Taihulight de China (93.000 billones de operaciones por segundo); Tianhe-2A, también de China; Sierra USA y otras muy parecidas, tenemos la posibilidad, usando para ello el perfeccionamiento en los avances de la Inteligencia Artificial y el manejo de Big Data, de registrar y calcular con certeza todo tipo de estadísticas relacionadas con el coronavirus y su amenaza, el covid-19. Y procesar prácticamente todo lo que pueda ser medido, contado o pesado (y hasta comido y bebido). De paso, podemos calcular la probabilidad, con una pequeñísima variación, de que Pedro el zapatero de la esquina o Juana la maestra de preescolar o Luis el taxista de la calle puedan contagiarse del coronavirus o del recontracoronavirus. Pero no ha sido así.
Las estadísticas han fallado, no las computadoras. Fallan los hombres encargados de alimentar la información a Summit y Sunway Taihulight; han fallado casi estrepitosamente los que supuestamente garantizaban la fidelidad en los registros. Los gobiernos han fallado. Cada jefe de Estado o de gobierno anda por su lado. Desperdigados, sí señor, esa es la palabra, desperdigados. Las rivalidades políticas, la existencia de una globalización competitiva industrial y comercial que no considera la vida, la gente; la falta de una visión universal del bienestar, la educación y la salud, todo eso lo ha dificultado, lo ha impedido.
Recuerdo aquella frase famosa de hace unos 30 años, cuando los resultados esperados no se correspondían con las expectativas: GIGO. Los encargados de alimentar las supermáquinas fallaron en GIGO. Garbage In. Garbage Out. No respetaron la toma de datos, el manejo de la información. La fidelidad en captar lo importante y trascendente. Todos los días del mundo se registran correcciones al número de contagiados. Al número de fallecidos. Al número de recuperados. A las formas de contagio. Una de las novedosas teorías es aquella que le atribuye a los perros callejeros la responsabilidad del contagio masivo.
Bill Gates, sacando de su bolsillo 65 millones de dólares, propuso 3 simples y poderosas recomendaciones. 1. Confinamiento. 2. Test masivos 3. Enfoque basado en datos para la provisión y el uso de los recursos. Enfatizo, basado en datos. No sabemos, hoy por hoy, con certeza, las muertes, las recuperaciones y los contagios clasificados, por ejemplo, por religiones; sería interesante saber si las homilías, discursos, prácticas religiosas, los ritos, la liturgia, ceremonias, solemnidades, servicios, celebraciones, procedimientos y protocolos de adoración y contemplación de cada iglesia, sinagoga, mezquita, templo, santuario, oratorio, ermita, capilla, sagrario, altar y templete (y hasta los ritos de la Montaña de Sorte) contribuyeron o no a luchar contra la pandemia. No lo sabemos, y eso es muy grave, dado que la inmensa mayoría de la raza humana pertenece a una u otra rama de la adoración divina y del culto al Ser Supremo.
Registrando qué sector religioso del mundo ha sido menos afectado, a lo mejor, solo a lo mejor, sabremos qué conductas religiosas son más útiles y propicias para enfrentar la pandemia. Son algunas profesiones, carreras, labores, oficios, trabajos, funciones, ocupaciones más proclives a enfermarse que otras. No lo sabemos y puede ser importante.
Los llamados enfermos asintomáticos son un misterio, un dato inexpugnable, una verdadera adivinanza. Nadie lo sabe, ni siquiera se aproximan a una cifra o a un porcentaje. No sabemos el número de fallecidos, contagiados y recuperados por su peso, su edad, su estatura y su sexo. Y menos por su historia clínica.
Del conocimiento de tales registros médicos se pudiera inferir con facilidad los protocolos de atención sanitaria a las poblaciones más afectadas según los renglones descritos. Los llamados sanitarios (médicos, paramédicos, enfermeros, bomberos etc.) podrían hacer evaluaciones masivas a millones de personas, bien sea en forma directa, visitando sus casas, o bien sea en forma indirecta, a través de cuestionarios por las redes sociales. Las preguntas se basarían en la Big Data obtenida en los registros previos que se alimentarían el sistema cada día hasta hacerse precisos y universales.
Haremos eso hasta que todos los datos posibles de la humanidad sean capturados. Se podrían detectar con gran velocidad las posibles víctimas, los más propensos, los más débiles, los más resistentes, lo que sería de gran ayuda para la raza humana. Pero esos datos no los tenemos. Se nos escaparon. Tampoco sabemos muertes, contagios y recuperaciones por razas: negros, blancos, hispanos, asiáticos, americanos, europeos.
Es posible que en el ADN de alguna raza se encuentren moléculas particularmente fuertes para combatir, para resistir los embates y desafíos del coronavirus y también se detecten debilidades propias de un color. Con esa información nuestro arsenal científico, nuestro ejército estadístico gozaría de mayores fortalezas y criterios para el avance de la ciencia, de la medicina y de la protección humanitaria. Carecemos igualmente de estadísticas de fallecidos, contagiados y recuperados por zonas geográficas. Por condiciones geográficas. Temperatura ambiental. Contaminación. Humedad. Sabiendo si hay cambios significativos derivados de esos órdenes nuestra batalla por la salud se beneficiaría enormemente. Existirían zonas más seguras que otras. Regiones más propensas a la diseminación del virus y regiones menos propensas. De allí, los organismos de salud pública podrían planificar convenientemente ahorrando dinero y esfuerzos.
Qué bueno sería contar con tablas estadísticas por niveles de ingresos, por hábitos de consumo, por tamaño de la vivienda, habitantes por kilómetro cuadrado. Número de miembros del núcleo familiar. Teniendo esas supercomputadoras a la mano todo podría ser enormemente más fácil. Cada humano tendría una especie de tabla de fortalezas y debilidades. De amenazas y defensas.
El archivo central estaría administrado por la Organización Mundial de la Salud y disponible a todos los ministerios responsables del planeta. Y si a dicho archivo se le incorporan los datos que tienen Google, Facebook, Instagram, Apple y el resto de páginas con buena data, no hay duda de que dejaremos de volar por instrumentos y tendremos una vista clara del horizonte.
Hay que reconocer que el mundo cambió y seguirá cambiando en la medida en que otros virus aparezcan y nos amenacen. La normativa y los derechos de la información privada tienen que cambiar. Si mi vecino enferma, todo el barrio está en peligro. Su derecho a la privacidad no puede anular mi derecho a la información sobre inminentes y posibles amenazas. Y previendo que los vecinos se miren unos a otros con desconfianza y se inicien procesos incontrolables de discriminación contra “extranjeros”, que muy bien pueden ser de un nacional de un país con relación a otro país, o de una región con relación a otra región, o de un municipio con relación a otro municipio o en entornos más pequeños, previendo tal deformación social, tan despreciable sesgo, lo mejor es contar con la información más precisa para que los gobiernos adopten las medidas más convenientes.
No olvidemos que frente a pandemias y catástrofes naturales o provocadas, las decisiones democráticas pierden efecto, eso no son problemas de mayorías o minorías o de consultas y referendos, entonces se tornan muy necesarias y hasta recomendables las conductas propias de países autoritarios y dictatoriales, eso, por lo menos, durante el tiempo en que exista la crisis.
La democracia occidental clásica dificulta la toma de decisiones en tiempos de tragedia. Hay que entender ese fenómeno y establecer las normativas que permitan retornar luego a los estadios democráticos desde donde partimos originalmente.
El recorte de fondos a la Organización Mundial de la Salud no parece ser la mejor opción. Aunque es cierto que el funcionamiento y los objetivos del mediano y largo plazo de tal organización deben cambiar para enfocarse mucho más en la investigación y no en las políticas de contención de pandemias y auxilios en recursos materiales y humanos a países en graves problemas de salud pública. Prevenir es más barato que lamentar. Los fondos deben ser para aquellos países que más lo necesiten.
Es importante recordar que una epidemia en un país de África, Asia o Latinoamérica, se convertirá irremediablemente en pandemia si no la controlamos a tiempo. La OMS se torna en un organismo de mayor importancia que la propia ONU. El impacto económico y político del coronavirus así lo demuestra contundentemente. No es la primera pandemia en la historia, pero sí es la primera en la cual la humanidad tiene conciencia de su existencia y de sus amenazas y podemos conocer, gracias a las redes sociales, las actitudes y decisiones de los gobiernos y los gobernantes.
@eduardo_semtei