Una amiga va a dar una charla y para arrancar necesita algo relajante, uno de esos chistes breves que contaba Ronald Reagan. Quiero ayudarla pero, de pronto, se me han olvidado todos los que conozco, o los pocos que recuerdo me parecen demasiado tontos. Le propongo que comience con una frase divertida y le envío varias de Groucho Marx, comenzando por una de las más demoledoras:
Nunca pertenecería a un club que acepte a alguien como yo.
Resulta que su discurso es para agradecer su incorporación a una compañía muy seria y puede que esas palabras resulten de mal gusto. Trato de ofrecerle otras opciones pero nada parece encajar con la tarea que tiene pendiente. Hace falta tener mucha seguridad en uno mismo para arrancar con otra de Groucho:
Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente.
La tercera frase que le propongo tampoco funciona. Un empleado que comienza a trabajar en una institución seria no puede jugar con su imagen y soltar:
Estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros.
Mi amiga no me escribe más. Debe estar buscando ayuda en otras fuentes menos riesgosas, pero sigo varado en Groucho, como si yo fuera quien está por ser admitido en una exigente organización. Algo de tenacidad ha podido encajar:
Pienso vivir para siempre, o morir intentándolo.
Hay otra sentencia que sugiere una cierta espiritualidad, pero también podría entenderse como un materialismo extremo:
Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!
Oscar Wilde propone algo semejante que parece un efluvio de cinismo pero esconde una verdad ineludible:
La vida es demasiado importante para tomársela en serio.
Finalmente llego a una frase de Groucho que trata un tema que nos tiene a los venezolanos atrapados desde hace un par de décadas en un disparate tan profundo e insólito que ya no hay manera de definirlo:
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.
Asusta tanta puntería del amigo Marx. Es como si tuviera a Maduro y su troupe en la mira.
Decido enseriarme y paso a revisar las frases más famosas de Winston Churchill comenzando con una parecida a la de Groucho:
El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué no ocurrió lo que predijo.
La gran herramienta para vivir con nuestros errores y horrores la propone el mismo Churchill:
La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son.
Estas propiedades terapéuticas vienen al caso ante esa abismal importancia de la vida que, según Wilde, rebasa toda seriedad. Ahora se nos ha abierto la posibilidad de una futura elección y volvemos a pensar en la política como un medio para diagnosticar problemas y remediarlos, lo que me lleva a una frase que se me acaba de ocurrir:
La esperanza es lo último que se pierde, cuando la encuentras.
Si esta nueva oportunidad la dejamos pasar, habremos perdido tanto la imaginación como el humor, y nos estaremos acercando a la sentencia con que se despidió Carlos Andrés Pérez:
Hubiera preferido otra muerte.
Mi amiga me llama y me cuenta que al final se decidió por un chiste:
La Caperucita Roja viene del bosque y va entrando en el pueblo, cuando una anciana que está guindando la ropa al sol le grita saludándola:
-¡Buenas tardes Caperucita!
Y la joven responde:
-Caperucita no, Señora de Feroz.
La despidieron. Una de sus jefes decidió que estaba justificando una violación.
Artículo publicado por La Gran Aldea