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Las enseñanzas del drama afgano y el talibán

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Por supuesto que sería ocioso y aventurado comparar lo que está ocurriendo con el talibán en Afganistán con la historia venezolana reciente. Excepto para hacerse una pregunta importante: ¿qué ocurre cuando la comunidad internacional, y especialmente Estados Unidos, pierde su interés estratégico en un país específico que pasa por una crisis autoritaria, o por una guerra, o por un genocidio? Las respuestas a esta pregunta son complejas y de diverso tono, pero el examen de distintos acontecimientos históricos relevantes puede dar una clave importante.

(1)   Las matanzas del régimen de Stalin contra el pueblo ucraniano y el exterminio por hambre, que en ucraniano se conocen como Holodomor, y que se tradujo en unos tres o cuatro millones de víctimas entre los años 1932 y 1933. Todo ello bajo la mirada impávida de la comunidad internacional.

(2)   El 13 de mayo de 1939 más de 900 judíos abandonaron Alemania a bordo de un crucero de lujo, el SS St Louis. Esperaban llegar a Cuba y de ahí viajar a Estados Unidos, pero algo en el camino salió mal. En La Habana fueron rechazados por el régimen cubano y posteriormente por el gobierno norteamericano al intentar atracar en Miami. Los pasajeros fueron enviados de vuelta a Europa, donde más de 250 de ellos acabarían muertos por los nazis. La decisión de no acoger a estos refugiados estuvo fundamentada en el temor que tenían muchos países a involucrarse en el conflicto europeo y a eventualmente recibir oleadas de refugiados.

(3)   El conflicto guerrillero en América Central, especialmente en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, que dejó millones de muertos desaparecidos y desplazados. Una historia compleja de derechas e izquierdas entremezcladas en un conflicto interminable. [MOU1]

(4)   El genocidio de Ruanda, ocurrido durante una guerra civil en ese país el año 1994, terminó con cerca de 1 millón de víctimas, muchas de ellas asesinadas a machetazos por civiles Hutus contra civiles Tutsis. La comunidad internacional, especialmente el Consejo de Seguridad de la ONU, se rehusó por meses a calificar la matanza como genocidio, porque ello habría obligado a una intervención militar en el país africano. Estados Unidos estaba también informado y no intervino abiertamente para evitar una experiencia similar a la de Somalia.

La lista de conflictos que han costado millones de vidas humanas, algunos generados por las acciones de los pueblos contra sí mismos, otros por intereses foráneos o por conflictos religiosos, raciales o tribales, es verdaderamente horrífica e interminable. El caso del conflicto venezolano, que ya se ha prolongado por más de dos décadas, nos toca especialmente y rehuye con frecuencia cualquier explicación racional para quienes observan desde la arena internacional cómo un país que lo tiene todo para atender a su gente, se precipita por un abismo de violencia, destrucción y empobrecimiento que ha conducido a un éxodo de dimensiones sin precedentes en la región.

No incluí en mi lista anterior de situaciones extremas el caso del talibán, porque intencionalmente lo he dejado para hacer una reflexión sobre el riesgo que está corriendo nuestro país de convertirse en un caso irrelevante para la comunidad internacional, excepto para nuestros vecinos inmediatos como Colombia, que padecen una grave crisis de dimensiones regionales por el volumen de inmigrantes. Los venezolanos no podemos resolver la tragedia generada por el chavismo solos, y tal parece que cada vez que las naciones del mundo nos intentan acompañar se encuentran, por un lado, con las trampas ineludibles del régimen que solamente negocia si le conviene para su imagen e intereses y, por la otra, con la conducta cada vez más difícil de entender del propio liderazgo de oposición, embarcado en un conflicto de intereses internos que está cada vez más desvinculado de los intereses de la nación.

Creo que las negociaciones de México eran inevitables dada la situación de debilidad de ambas partes, régimen y oposición democrática. Pero la verdad del asunto es que si estas negociaciones fracasan, el régimen tiene mucho menos que perder que la oposición democrática y, sobre todo, el país. El camino a esta mesa de negociación, donde llegamos en condiciones débiles, ha estado plagado de un largo rosario de errores, íntimamente ligado a la ausencia de una unidad estratégica y de acción en las fuerzas del campo opositor. El interinato ha llegado, de facto, a su término y la Plataforma Unitaria que negocia a nombre del G4, y presumiblemente a nombre de Venezuela, tiene una cantidad de adversarios importantes en el propio campo opositor.

La crisis terminal en Afganistán y el retorno del talibán, con todo lo que esto significa, se produjo cuando el interés estratégico de Estados Unidos y la OTAN en mantener su presencia en ese país llegó a su fin. Los venezolanos deberíamos vernos en el espejo de lo que significaría convertirnos en parias de la comunidad democrática internacional, en buena medida por nuestras propias carencias. Parece que no hay cómo repararlas, pero estos deberían ser los tiempos de la unidad de la oposición democrática, no solamente de cara a la negociación en México, sino en todo lo que tiene que ver con una estrategia y un mensaje claro en relación con las elecciones de noviembre y la atropelladora dinámica de nuestro país, sumido, gracias a un modelo de destrucción por diseño, en una espiral de pobreza y represión crecientes.

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