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Las empresas son, y deben ser, capitalistas; incluso las sociales

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¡Todas! Absolutamente todas sin excepción deben tener como premisa esto. La naturaleza de las empresas debe mantenerse intacta: generar rentabilidad, sin dejarse llevar por la presión del entorno que intenta satanizar hipócritamente el dinero.

Comenzaré aclarando a profundidad esta opinión, antes de que varios de los lectores comiencen a responder reactivamente a mi radical afirmación.

Una de las etiquetas más comunes que me encuentro en mis asesorías a emprendedores y en mis clases universitarias sobre el tema es que los emprendimientos de carácter social no deben ganar dinero. Es como si las condiciones de generar rentabilidad y éxito disminuyesen la capacidad de otorgar el valor social para el cual fueron concebidas. Por alguna razón, que aún no logro determinar, existe un estigma sobre las organizaciones sociales y el dinero en una misma frase.

¿Para qué sirve el dinero percibido por estas empresas u organizaciones? En primera instancia, para profundizar el valor entregado; pero después debe funcionar para mantenerse en el tiempo, escalar y aumentar el campo de su labor… los últimos puntos suelen pasar inadvertidos y resulta que son aquellos que mantienen intacta la organización, que al estar en pie tendrá mayor número de beneficiados en el tiempo. En otras palabras, si se aumenta la vida y la fortaleza de la organización, crecerá el impacto social obtenido.

Existe, además, un punto que no suele ser entendido como prioritario en la rentabilidad de las organizaciones sociales: mantener a las personas que invierten su tiempo en que funcionen, en otras palabras, quienes trabajan en ella. La mortalidad o debilitamiento de grandes organizaciones sociales deriva en el mismo lugar: aquellos que la mantenían en funcionamiento, como parte de sus integrantes o directivos, la dejan, se cansan o establecen otras prioridades. Quienes reman el barco dejan de tener fuerza. ¿Sucedería lo mismo si percibieran compensación?

Estoy seguro de que lo primero que te viene a la mente son organizaciones que tienen impacto social en temas de salud. Pero extrapolemos esto a todo tipo de organización que impacte en pequeños grupos de la sociedad: juntas de condominio, sociedad de padres escolares, gremios industriales, etc… ¿Mejoraría su rendimiento si al impacto de valor que entregan se les motiva con algo de compensación a sus integrantes? Este cambio, incluso, reduciría  tentaciones de corrupción y optimizaría los sistemas en los que los beneficiados o miembros puedan exigir cambios o resultados positivos.

Como sigo apostando a que no se me malinterprete, profundizo en el punto anterior. No presumo indicar que las personas que trabajen en organizaciones sociales deban ganar como en una empresa privada, pero entender que su tiempo vale y que la dinámica de ellos, los usuarios e incluso los donantes cambiaría a mejor, sería un gran avance.

¿No es acaso la baja compensación uno de los principales motivos por los cuales organizaciones como la policía, los bomberos, los maestros, entre otros, tienen tantos problemas de ineficiencia y desmotivación en países subdesarrollados?

Esta idea la podemos llevar incluso al tema de impuestos. No son estos una compensación a aquellos que sustentan el gobierno de turno. Cuánto poder nos da como ciudadanos entender que su figura está compensada versus verlos como unos seres entregados por pasión invaluable a la política.

Cuán importante y grande sería el cambio para todo un país si se entiende el valor de las cosas, si se considera y acepta que todo trabajo debe ser compensado y toda empresa debe generar rentabilidad real. Si entendemos el valor de cualquier empresa dentro de nuestro día a día, tenemos el deber también de pensar que, gracias a sus ganancias, la misma puede mantenerse y mejorar. Cuando todos comencemos a entender este concepto, las expectativas se alinearán entre los comercios y clientes. Incluso los servicios mejorarán porque podremos darle valor al dinero que entregamos, sin miedo a ser catalogados de clientes avaros. El dinero tiene la peculiaridad de que en cualquiera de los dos extremos se sataniza.

Cuando clientes y empresas entiendan las transacciones como la manera de relacionarse, la competencia se basará en el valor real percibido. Todos podremos exigir a medida que damos nuestra parte; las organizaciones sociales perdurarán más y ayudarán a muchos.

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