Yo dije hace rato y más de una vez –perdón señores, diría Antonio Machado- que no debían ser incompatibles las elecciones de noviembre en Venezuela y las conversaciones noruegas en México. Incluso que a lo mejor las primeras servían de un buen prólogo a las segundas. Que los comicios convocados por Maduro pudiesen convertirse en un buen primer empujón para mover una cantidad consistente de ciudadanos encerrados en sus pequeñas vidas (miserables u opulentas, que ese sí es el gran y profundo drama del país, la lucha de clases que llamaban antes y que os aseguro que vendrá, vendrá como un huracán ya que ha sido llevada al sumun de la desigualdad y la crueldad).
Que, además, ello ha servido para reconquistar la unidad perdida, es decir, juntar aunque sea con precario pegamento a los realistas, a los “políticos”, largoplacistas y dispuestos a una prolongada oposición que bien puede llamarse cohabitación, porque este país no aguanta una tan guerrera que acabe con lo poco que queda de nación, juntarlos decimos, con los del mantra, los idealistas, los digitales, los simbólicos, los todo o nada, los obsedidos por elecciones presidenciales muy pero muy prontas. Se ha hecho.
El documento presentado por Henry (así lo llama Nicolás) es excelente, realmente. No come cuento con las condiciones comiciales que supone bastante torvas, pero sobre todo considera a noviembre como un paso para acabar con esta vaina que tiene veinte años moliéndonos las entrañas. A pesar del regocijo de Maduro, no le pares Henry, algo se logró a duras penas y no sin algunas pérdidas menores. Por cierto, que el presidente interino, explícitamente escéptico con las urnas, no presidió el acto de definición electoral y creo que Voluntad Popular declaró en otro lugar.
Ahora bien, ese cordón umbilical entre el CNE parapeteado y la severidad noruega hay un tranco difícil y peligroso. Hay un fantasma envejecido que decía que si Maduro caía en la trampa de llamar a elecciones con condiciones mínimas pues el pueblo, entero, o casi, se lanzaría en pleno a acabar con este infierno en que vivimos y en pos de la primavera democrática. Algo nos dice que no va a ser así y sobre todo que Maduro es un compuesto inefable de defectos diversos, pero es pendejo. De manera que algo bulle en sus no muy preclaras entendederas. Porque en el fondo estos resultados no van a ser anodinos para el combate general y final en tierras de rancheras y ridiculeces de AMLO. Lo que se juega, básicamente, es la legitimidad del presidente ilegítimo, punto capital para la decisión única de la negociación, la elección presidencial adelantada y pulcra (Guaidó dixit).
Ahora bien, lo que uno puede vislumbrar es un cálculo temerario. Habrá abstención y quién sabe si grande, los fundamentalistas perseverantes de María Corina y Ledezma y afines, más el coro de madrileños y mayameros de la ultraderecha. A ello hay que sumar unos cuantos maduristas, no hay que exagerar, algunos hay y otros están en venta para el cotillón electoral. Dicen que la mesita ya no es tan chiquita, la ha engordado el PSUV y Globovisión y cuidado si tienen un desempeño en esta jornada, bastante mayor al de Claudio y otros cadáveres de la pasada justa electoral. Y sin duda hay que agregar las triquiñuelas electorales que van a tener lugar así venga el santo padre a mirar en cada mesa. De manera que yo no apostaría mi sueldo universitario a que de esto va a salir mucha luz (ni mucha oscuridad, tampoco), es probable que sea un sorpresivo plato combinado.
Que repito va a contar y mucho para la liberación definitiva, que es lo que yo supongo que deseamos todos los opositores, hasta los muy modestos y realistas, políticos pues, que ya se conforman con el largo (¿cuán largo?) plazo. Esperemos, con los ojos bien abiertos.
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