Sucedió el 19 de abril de 1943. Era la víspera de Pésaj, la Pascua judía, que actualiza la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto gracias a la intervención del Eterno Bendito, el Señor de los Ejércitos, el Nombre. Aquel año los judíos llevaban ya mucho tiempo encerrados en guetos, deportados a campos, muertos de todas las formas posibles a manos de los nazis y sus colaboradores. En toda Polonia, los ocupantes levantaron muros, alambradas y vallas detrás de las cuales confinar a los hijos de Israel. Alzaron el primer gueto en Piotrkow Trybunalsky en octubre de 1939. En 1940, erigieron los de Łódź y Cracovia. En meses, los nazis llenaron el territorio de recintos para encerrar a los judíos. El mayor de todos fue el de Varsovia, la heroica capital del país que había resistido un mes y que se habían repartido la Unión Soviética y el III Reich. Construido en noviembre de 1940 y con una superficie de unos 3,5 kilómetros cuadrados, a la altura de marzo de 1941 vivían hacinadas en él 445.000 personas. Un informe del gobierno polaco en el exilio señala que, en mayo de 1941, vivían allí entre 510.000 y 520.000 almas. El gueto estaba rodeado por un muro de 18 kilómetros patrullado por guardias y con accesos estrechamente vigilados. El hambre y las enfermedades infecciosas eran parte del plan para acabar con sus habitantes. Cuenta Raul Hilberg en su colosal La destrucción de los judíos europeos que «los judíos se caían por las calles de debilidad. Sólo disponían de una ración de 670 gramos de pan a la semana. […] Las enfermedades se multiplicaban y la mortalidad se había triplicado en dos meses».
Desde el primer día de la invasión de Polonia, los polacos combatieron y eso hicieron, por supuesto, los judíos polacos. En primer lugar, en las filas del ejército. Después, en los grupos partisanos judíos. Siempre, en las redes de resistencia clandestina. Es falsa la caricatura de los soldados polacos inermes ante la maquinaria bélica alemana y es falso el tópico de que los judíos fueron como ovejas al matadero. Allí donde pudieron luchar, lucharon. Las organizaciones judías se organizaron y trataron de coordinarse. Desde el Bund hasta los sionistas, intentaron resistir no sólo con las armas, sino manteniendo una vida cultural y social en las peores condiciones imaginables. En los guetos, por ejemplo, funcionaron escuelas y se publicaron periódicos. Mientras fue posible, hubo incluso algún café abierto. Esto no debería llevar al espejismo de la «normalidad». No había normalidad ni racionalidad en el gueto salvo que admitamos que la crueldad y el crimen tienen sus reglas. Sin embargo, la vida en polaco y en yiddish se resistía a morir a pesar de que los alemanes habían sellado ya el destino de los judíos de Europa. A la altura de la primavera de 1942, su destrucción estaba ya decidida y en marcha. Dentro del gueto de Varsovia, las organizaciones judías decidieron crear, con los pocos medios de que disponían, grupos de autodefensa.
En julio de 1942, después de dos meses de deportaciones a Treblinka, tres movimientos sionistas crearon la «Organización Judía de Combate», que no pudo detenerlas. El presidente del Consejo Judío, Adam Czerniaków, a quien los nazis habían exigido la entrega de los niños del gueto, se suicidó tomando cianuro y dejando a su esposa una nota que decía «Ya no puedo más. Mi acción mostrará a todos lo que es necesario hacer». A mediados de septiembre, apenas quedaban entre 55.000 y 60.000 personas en el gueto. Los nazis habían enviado a aproximadamente 300.000 judíos -mujeres y niños incluidos- a una muerte segura. El sentimiento de culpa por no haber podido salvar a sus familias cundió entre los supervivientes, que se unieron a la Organización Judía de Combate. Además, nació otro grupo: la Unión Militar Judía. Todos se prepararon para un enfrentamiento definitivo con los nazis en caso de que se retomaran los traslados a los campos. Establecieron contacto con el Ejército del Interior, la formidable resistencia polaca que formaba parte del Estado Clandestino, donde había algunos judíos. Gracias a ella, lograron algunas armas, que se sumaron a las que pudieron obtener mediante robos.
En enero de 1943, los nazis emprendieron otra oleada de deportaciones. Dos grupos de combatientes judíos que tenían armas atacaron a los alemanes y se enfrentaron a ellos durante cuatro días. Los traslados se detuvieron. La resistencia judía en el gueto lo consideró una victoria. El joven que había encabezado la lucha, Mordehai Anielewicz, un joven de 24 años integrante de la organización sionista socialista Hashomer Hatzair, se convirtió en el líder de la lucha armada. Los judíos fortalecieron su organización a partir de los movimientos juveniles. Cado uno de ellos estaba a cargo de un grupo de combate: llegaron a tener 22, todos ellos unidades pequeñísimas. Esto es importante: los resistentes armados apenas sumaban entre 700 y 750 personas. No había armas para más. Apenas contaban con algunas pistolas y unos pocos fusiles automáticos. Los demás, los desarmados, colaboraron construyendo túneles y refugios. Había un dispositivo de vigilancia para evitar que los alemanes tomaran por sorpresa a los judíos. Se identificaron lugares idóneos para emboscadas entre las calles del gueto.
El 18 de abril de 1943 se supo que los alemanes iban a concluir la liquidación del gueto. Cuando entraron en sus calles la mañana del 19 de abril, víspera de la Pascua judía la resistencia judía los estaba esperando. Las calles estaban desiertas. Los judíos estaban o escondidos o en sus puestos de combate. Los alemanes, que se temían encontrar una resistencia como la de enero, también habían incrementado sus efectivos y contaban con 2.000 soldados y policías, artillería y carros de combate. Frente a ellos, había unos setecientos judíos mal equipados. A tiros y con granadas de mano de fabricación casera, los combatientes judíos pusieron en fuga a los alemanes, que sufrieron 12 bajas. El primer día del Alzamiento del Gueto se saldó con una victoria judía.
Los combates se prolongaron durante unas tres semanas. Los resistentes atacaban y se retiraban a los refugios a través de los tejados y túneles. La ofensiva alemana se centró es destruir esos escondites mediante lanzallamas: incendiaron el gueto edificio a edificio. Esto obligó a los resistentes a realizar ataques intermitentes y más dispersos. Sin embargo, por muchos edificios que quemaran, la resistencia no cesaba. Los judíos se fueron concentrando en torno al número 18 de la calle Mila, donde estaba el cuartel general de la Organización Judía de Combate. El 8 de mayo el edificio cayó en poder de los alemanes, que atacaron a sus defensores con gas venenoso. Yehuda Bauer señala que fue el único caso en toda la II Guerra Mundial, salvo en los campos de exterminio, en que los alemanes emplearon gas tóxico. Mordejai Anielewicz combatió hasta el final y se suicidó. Algunas decenas lograron huir a través de las alcantarillas y salir del gueto. Siguieron peleando. El 16 de mayo el comandante alemán informó del fin de la resistencia en el gueto y la liquidación de 56.065 judíos. Se equivocó: seguía habiendo algunos centenares ocultos en refugios que los nazis no habían destruido. El gueto había quedado arrasado, pero no los habían matado a todos. En esas jornadas heroicas y trágicas no sólo lucharon los judíos. Cuenta Yehuda Bauer que hubo un día en que 18 resistentes del Ejército del Interior se adentraron en el gueto para combatir junto a los judíos. El legendario Henryk Iwański peleó junto a los judíos en la Plaza Muranow. Él y su esposa Wiktoria son Justos entre las Naciones desde 1964 por haber salvado a judíos a riesgo de su propia vida sin lucrarse a cambio.
Con ocasión del 80º aniversario del Alzamiento del Gueto, se ha inaugurado en Madrid la exposición Ciudad de los vivos/ciudad de los muertos, que parte de un proyecto del fotógrafo Robert Wilczyński. Se trata de evocar este periodo de la historia de Varsovia mediante la doble exposición de fotografías de personas y lugares del gueto y de fotografías de la Varsovia actual. El efecto conmueve y estremece: en las calles de la Varsovia de hoy reaparecen los rostros de los habitantes del gueto. Una ciudad que ya no existe y sus habitantes vuelven a la vida en los lugares por los que hoy camina el visitante. La muestra va acompañada por una colección de testimonios extraídos de diarios y memorias que recogen cómo era la vida en el gueto entre 1940 y 1942. Me conmovió leer las palabras de Emanuel Ringelblum y recordar las de Marek Edelman en «También hubo amor en el gueto» cuando decía que «soy ya el último que ha conocido a estas personas por sus nombres y apellidos. Seguramente nadie más va a evocarlas. Es necesario que quede de ellas una huella». Gracias a Robert Wilczyński, estas dos ciudades -la actual y la que ya no existe- se reencuentran en estas calles y estos rostros.
La exposición, organizada por el Museo del Gueto de Varsovia, el Instituto Polaco de Cultura en Madrid y la Embajada de Polonia en España, supone, pues, un acto de memoria y de justicia. Puede verse en el Centro Cultural Galileo, en Madrid, desde el 27 de abril hasta el 25 de mayo de 2023.
Artículo publicado en el diario El Debate de España