OPINIÓN

Las deudas del idealismo

por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

 

En una época donde pareciera más fácil no creer en nada que realizar saltos de fe, pudiera entenderse que seguir socavando principios es equivalente a hacer leña del árbol caído. No obstante, para aquellos que no se rehúsan a ver, el idealismo a ultranza es una fuente de sufrimiento inmensa: sea porque nosotros o los demás no damos la talla o porque la realidad nos arrincona a base de golpes. La respuesta instintiva ante esto es la caída en el nihilismo o, mejor dicho, sufrir el duelo sobre el ideal perdido que, a pesar de su nobleza, fue asesinado. Esta situación pareciera entonces colocarnos en una encrucijada entre vivir en las nubes hasta que nos bajen de ahí o, alternativamente, sucumbir ante el desespero de no poder poseer sentimientos sublimes.

Por suerte, esto no tiene que ser entendido como un dilema, una disyuntiva entre idealistas y escépticos, podemos elegir un camino distinto: el sendero de la paradoja o, lo que es decir, admitir que dos aspectos contradictorios pueden ser verdad al mismo tiempo. Esto puede ejemplificarse con la célebre frase atribuida a Jesucristo, en Mateo 22:21, “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Solo que, en esta oportunidad, no queremos significar la diferencia entre lo material y lo espiritual, sino entre lo habitual y lo excepcional y cómo estos conviven.

Cuando hablamos de las deudas del idealismo queremos decir los costos, de cualquier naturaleza, producto de confundir lo habitual con lo excepcional o viceversa. Lo habitual abarca las necesidades, incluyendo aquellas que no le hacen un favor a nuestro ego y moralismo, que nos son intrínsecas como seres humanos. Estas no son ni malas, ni buenas, simplemente son y buscan, por distintos medios, saciarse. Por su parte, lo excepcional abarca la capacidad del ser humano, derivada de su conciencia, a partir de su propia voluntad, de realizar actos de desprendimiento. Entendemos como actos de desprendimiento como aquellos actos que ayudan o aportan a alguien más por la satisfacción intrínseca de hacerlo, sin esperar nada a cambio.

Una buena forma de comprender lo precitado es a través de la práctica de la comparación y el contraste. Para ello, expondremos confusiones típicas y precisaremos qué es lo habitual, aquello alimentado por la necesidad de recibir, y qué es lo excepcional, aquello impulsado por la capacidad de dar.

En estos ejemplos podemos ver de forma concreta lo conceptualizado al inicio de este artículo. Podemos denotar en cada caso cómo podemos confundirnos entre lo habitual y lo excepcional bajo el riesgo de someternos a mucho sufrimiento. Vemos, contrario a las películas, que hay hombres virtuosos que nadie ve y poderosos que todos admiran. Nos percatamos de que las risas y el compartir en sociedad no se traducen en amistad cuando más importa. Quedamos boquiabiertos al ser testigos de relaciones sostenibles sin amor y amor en relaciones inservibles. Todo esto es verdad y concurre al mismo tiempo: nuestra necesidad y egoísmo existe en paralelo a nuestra capacidad de superar nuestro ego y amar a otros, nuestra naturaleza como seres humanos proclives a toda carencia convive con nuestro nexo con lo divino; esa capacidad de dar infinitamente como el fulgor del sol.

@jrvizca.