La democracia, hemos señalado, no ha logrado inmunizarse totalmente contra varios virus que la siguen acechando, sobre todo en nuestros países latinoamericanos donde las instituciones son débiles o precarias o no son lo suficientemente fuertes para, junto con la cultura política, procedimientos y demás, contener el resurgimiento de populismos, militarismos y autoritarismos.
América Latina experimentó largas dictaduras en los setenta y ochenta en Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Ecuador, entre otros. Esas sociedades lograron abrazar a la democracia, aspecto que no implica el que no hayan experimentado gobiernos cuyas ejecutorias no necesariamente conducían a profundizar la democracia. El populismo y su mutación como neopopulismo, acompañado de la antipolítica, permitió los triunfos de una gama de liderazgos con diversa procedencia y cuño político-ideológico.
Si algo caracterizó el contexto político latinoamericano en los noventa es la llamada crisis y si se quiere declive de la forma partido de hacer política, el desarrollo de situaciones de ingobernabilidad o crisis de gobernabilidad democrática de muchos de nuestros gobiernos, el descenso en los niveles de participación y el surgimiento y avance de líderes que se presentan de manera aislada o independiente bajo la situación de personalización del poder y de la política y el establecimiento de una reedición moderna del populismo tradicional, bajo la categoría de neopopulismo como ocurre con el covid-19, que mutó. Así ha venido ocurriendo con estos liderazgos voluntaristas, personalistas y autoritarios.
Insistimos, la mejor vacuna para la democracia (y de allí explicar la crisis política que registra la Venezuela actual) está en comprender que la democracia frente a sus fallas solo tiene un camino y es profundizarla, es decir, más y mejor democracia, la división y autonomía material de los poderes, la celebración de elecciones periódicas, confiables y transparentes la observancia de la Constitución, la presencia importante de sólidos partidos políticos, una dirigencia seria, proba y responsable, gremios, sindicatos, organizaciones diversas, medios de comunicación, procedimientos, una ciudadanía consciente y activa y demás aspectos que conforman un tejido institucional proclive a la democracia.
En América Latina ha corrido mucha agua debajo del puente y ciertamente tenemos una larga y variada experiencia de avances y retrocesos, de tropiezos, de transiciones, de periodos de crisis económica, política y social que conforman un referente por lo demás rico en fenómenos, pero volviendo a nuestra tesis o premisa la única vía que tienen nuestras democracias y gobiernos es apostar a más y mejores democracias no menos democracia.
Sí algo caracteriza la llamada personalización de la política en nuestra región en la cual el caso peruano, argentino, boliviano, ecuatoriano y venezolano despuntan, es el apego a discursos emotivos que tienden a criticar las instituciones democráticas tradicionales, llegan al poder a través de elecciones, pero sus ejecutorias se apartan de los valores más elementales que definen a la democracia como la tolerancia, el pluralismo, el respeto por el disidente, es insólito y paradójico que en pleno siglo XXI América Latina tengamos las experiencias de Rafael Correa en Ecuador, los Kirchner en Argentina, Petro en Colombia, Evo Morales en Bolivia, Fujimori y Humala en Perú, Chávez y Maduro en Venezuela.
El populismo supone como forma de hacer política aparte del carácter movilizador, un estilo y quehacer que cada vez más tiende a ser desarrollado ya no a nivel de instituciones y organizaciones, sino a nivel de individuos y personas. Por lo tanto, el populismo supone como condición la exacerbación del líder y consecuente una personalización del poder y de la política respectivamente. Felipe Burbano de Lara de forma precisa señala en relación al populismo que “se trata de una forma de liderazgo muy personalizada que emerge de una crisis institucional de la democracia y del Estado, de un agotamiento de las identidades conectadas con determinados regímenes de partidos y ciertos movimientos sociales, de un desencanto general frente a la política, y del empobrecimiento generalizado tras la crisis de la década perdida”.
Por su parte, Carina Perelli es partidaria de que el populismo y la llamada personalización de la política es viable en un contexto caracterizado por : 1.- Crisis del partido por falta de representatividad ciudadana o pérdida de su identidad; 2.- Desconfianza en el viejo liderazgo que aparece desacreditado por diversas razones ; 3.- Necesidad en buena parte de la población de un mensaje de esperanza y de cambio; 4.- Existencia de una persona dispuesta a encarnar el liderazgo sin demasiadas ataduras que pueda tener una fácil comunicación con las masas. 5.- Propuestas de acción vagas que implican substancialmente la realización de una actividad simbólica tendiente a tener en cuenta los intereses populares.
En palabras del politólogo francés Bernard Manin, tendríamos que los electores votan cada vez por una persona, no por un partido o por programa y el propio Manin agrega… los partidos continúan desempeñando un papel central, pero tienden a convertirse en instrumentos al servicio de un líder. Extrapolando un tanto la propuesta de Manin a América Latina diríamos que estos liderazgos mesiánicos, personalistas, con tendencia al autoritarismo nacen encarnando una situación de confusión, descrédito y crisis del sistema de partidos y de la política democrática.
De tal manera que estamos obligados a revisar, a auscultar y analizar el trasfondo de las diversas experiencias latinoamericanas donde Venezuela es objeto hoy de estudio, precisamente por haber sido un referente de estabilidad democrática y hoy atravesar una crisis política sin precedentes que apunta necesariamente no sólo a una “transición política”, sino más allá, a una revisión profunda del funcionamiento de sus sistema político y de la calidad de la política y la democracia como única vía de mejora y recuperación de su tejido y resorte democrático, cívico y ciudadano.
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