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Las derechas, las libertades y los deberes

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En las últimas semanas columnistas de este medio y de El Comercio se entretuvieron en un interesante intercambio de ideas por medio de artículos periodísticos respecto de lo que podríamos llamar las distintas derechas y la defensa de la democracia.

Estas distintas derechas se acusan entre sí de populistas o elitistas, calificativos que aunque encierran un grado de verdad, son incompletos. Este debate entre elitismo y populismos no es exclusivo al Perú y sacude también al mundo desarrollado, siendo Trump y Brexit algunos de los ejemplos más saltantes.

La Generación del 900, con Belaunde (Víctor Andrés), Riva Agüero y otros fueron los primeros en abocarse a entender y definir la identidad nacional, la visión del Perú como una síntesis de los andino y de lo hispano, un Melting Pot de los Andes, si se quiere. El marxismo de Mariátegui propugna una visión andina, indigenista, que rechaza lo hispano, es inherentemente racista y por ende disolvente. La síntesis andina e hispana, por el contrario, establece los cimientos para construir el edificio de nuestra nación.

Los primeros civilismos se enfocaron en algo indispensable pero insuficiente: ordenar al Estado y generar progreso material. Sin embargo, tendían a ignorar el elemento andino, sintiéndose algunos más cerca de París que del Cusco. Los novecentistas, por temperamento, formación y el momento histórico que les tocó, la reconstrucción después de la Guerra del Pacífico y el primer ataque del marxismo, no pensaron tanto en cómo lograr el desarrollo sino en definir quienes y que cosa somos como país.

Conforme la Generación del 900 fue pasando a los libros de historia caló su mensaje. Sin embargo, desde los años 50 y 60, a partir de la extraordinaria gestión de Pedro Beltrán como ministro de Hacienda y la renovación de ideas liberales clásicas que propulsó desde La Prensa, surgió una nueva generación donde quizá el foco se trasladó al cómo desarrollar, pensando que la respuesta a la pregunta “¿quiénes somos?” estaba zanjada.

Esta visión continúa hasta el día de hoy por lo que el terreno de las ideas básicas sobre el Perú ha quedado en manos del marxismo cultural o de intelectuales confundidos por este influjo, perdiéndose mucho del terreno ganado por los Novecentistas. El debate sobre el futuro del Perú no puede reducirse a un frío concurso tecnocrático porque, entonces, el vacío resultante lo llenarán, inevitablemente, los actuales herederos del marxismo u otros contrabandos totalitarios.

Este problema se reproduce, en distintas formas, en distintas partes del mundo, fenómeno precipitado por el triunfalismo que siguió a la caída del comunismo en 1989-1991 y el supuesto Fin de la Historia anunciado por Fukuyama. El resultado ha sido el vengativo retorno del socialismo en medio de la más espectacular abundancia y prosperidad que la humanidad haya conocido. Las condiciones materiales nunca han sido mejores, sin embargo, el desánimo y la crispación se disparan por todos lados. Vaya ironía.

Este sorprendente estado de las cosas se relaciona, además del énfasis liberal en lo tecnocrático a una, creo yo, trágica confusión, que sería otra crítica al liberalismo contemporáneo: olvidar que nuestros derechos y libertades, originándose en la condición humana y su dignidad, tienen como contrapartida deberes y obligaciones. Estos incluyen votar en las elecciones y defender al país, llegado el caso.

Los derechos de la personas no están para llevar adelante vidas egoístas y hedonistas, pues, al generalizarse, inevitablemente conllevan un suicidio colectivo. Los actuales movimientos en pro del aborto adolecen de este vicio, pues su propuesta fundamental es la liberación de las consecuencias de nuestros actos y la consagración de la irresponsabilidad.

Estas son, creo yo, dos caras de la moneda: de un lado reafirmar y defender una identidad, basada en la historia y comprender que la libertad no es un pasaporte para el egoísmo puro. Visto desde una perspectiva cristiana, tenemos libertad para que en ejercicio de nuestro libre albedrío, escojamos hacer lo correcto.

Quizá el origen de estos problemas resida en una incomprensión por parte de los liberales de hoy sobre el funcionamiento del poder, su captura y consolidación; algo en que los socialistas de distinto cuño son expertos. Las políticas conducentes a debilitar la familia nuclear tradicional e instituciones intermedias como la Iglesia lo que verdaderamente buscan no es liberar a las personas de cargas u opresiones, es destruir los grandes diques de contención al poder estatal: familia y religión.

La defensa de la democracia requiere, con urgencia, de una nueva síntesis de las distintas corrientes que hemos denominado derecha en este artículo. Esta síntesis pasa por buscar respuestas a los problemas actuales sustentadas en una genuina primacía del individuo sobre el Estado, sumándolo a defender una identidad unificadora. Así haríamos realidad el mandato contenido en el primer artículo de la Constitución: la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado.

Artículo originalmente publicado en el diario El Reporte de Perú

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