Una revisión de la cronología de la pandemia del covid-19 en China y de los hechos ocurridos en los momentos del inicio de la contaminación en Wuhan nos echan luces sobre las responsabilidades de la Organización Mundial de la Salud en la diseminación de este mal en el momento en que crece el sentimiento alimentado desde Washington de que la desinformación planetaria es atribuible a una suerte de alianza de su Secretario con las autoridades de Pekin.
Una visión retrospectiva de los hechos nos haría concluir, en sano juicio, que la experiencia de Wuhan, y el manejo acertado de la propagación del virus, fue inédita para las autoridades chinas. Ello alivia su carga de responsabilidad frente al retraso en la información a terceros países acerca de la voracidad de la contaminación que estaba a punto de ocurrir.
Recordemos que aunque el mal fue detectado en sus primeras instancias en la provincia de Hubei a inicios de diciembre, la OMS solo fue informada por Pekín el último día del año, una vez concluidos los estudios internos sobre las características de transmisión del virus de humano a humano. De allí en adelante sí, las informaciones oficiales de la institución mundial, provenientes ellas de China, fueron las que orientaron las primeras actuaciones de terceros países.
Una cosa es cierta y es que las autoridades chinas estaban tan interesadas en controlar el desborde de la pandemia dentro de sus propias fronteras –1.430 millones de seres–, así como en ser discretas, ante propios y extraños, en cuanto a sus posibles falencias de conocimiento o equivocaciones. Tedros Adhanom, al frente del timón de la institución clave en la orientación de las restantes naciones que comenzaban a ser afectadas, fue un funcionario respetuoso, a su vez, de su obligación de transferir la información que recibía de las autoridades sanitarias chinas y ninguna otra cosa.
Hay otro hecho incontrovertible: fueron los hallazgos médicos, técnicos y científicos que se iban sucediendo- aciertos y errores- los que le ibas señalando a China el rumbo a seguir.
¿Cuán significativo fue ese retraso y a quién es atribuible? ¿Hubo de por medio secretismo o fue el inesperado y veloz desarrollo de la contaminación el origen de la desinformación en torno a ella? Para poder dilucidar estos interrogantes es necesario ubicarse en el momento de la toma de decisiones chinas –en diciembre y enero– y no en el instante actual en el que contamos con muchos más elementos de juicio y conocimiento científico formal sobre el comportamiento del mal.
La primera alarma a ser enfrentada por el gobierno chino fue de carácter interno y tuvo que ver con la actuación de las vías digitales. La ciudad de Wuhan se vació de ciudadanos tan pronto las redes sociales dieron cuenta de la gravedad y las consecuencias del contagio. Las investigaciones de Associated Press, sobre datos de localización geográfica del gigante tecnológico Baidú, señalan que no habían transcurrido aun dos semanas de este año cuando estas redes motorizaron el éxodo intempestivo y despavorido de esa capital de 5 millones de personas a lugares cercanos dentro de la misma provincia de Hubei y a las provincias aledañas de Henan, Hunan, Anhui and Jiangxi. Detener ese desangre de gentes hacia el resto del país se convirtió en una prioridad nacional y fue así como fue decretado el primer encierro de Wuhan, cuando aun quedaban dentro de la ciudad 6 millones de personas por cuidar.
El juicio que la historia haga sobre la actuación china y de la OMS no deberá nunca ser ni visceral ni animoso y deberá tener cuenta estricta de la manera en que se desarrollaron los estadios iniciales de este triste episodio de la humanidad.
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