Helos allí. Están acomodados alrededor de una mesa en el café de siempre. El bicho de la política les entró en el alma desde muchachos. Ya entrados en años, discuten sin embargo como si zagales fueran. Con ímpetu. Con vehemencia. Con pasión.
Diocleciano lleva terciada la testa con una boina escarlata, ladeada y con una estrella dorada en la sudadera, y va trajeado de un chaquetón verde oliva. Delia, su mujer, lleva un pañuelo de seda con psicodélicas lágrimas persas.
En la otra esquina están María y Teódulo, la pareja amiga. Ella lleva una gorra con el nostálgico tricolor de siete estrellas, anterior a los estropicios de la revolución fingida. Su marido lleva puesta una camisa negra y unos jeans desleídos.
Luego de pasar revista a los asuntos más personales… los hijos que migraron, sus jubilaciones de miseria, la película de Scorsese sobre los Beatles… recalan, como les es hábito, en los escarpados farallones de la política.
—El 10 de enero se juramenta Maduro y quien no reconozca su gobierno se pone al margen del tablero —espeta al rompe Diocleciano.
—Vamos a ver si es verdad porque es un presidente ilegítimo que se robó las elecciones —le contesta María.
Delia y Teódulo se miran a los ojos. Como si se dijeran: “Ya volvieron estos con su consabido ritornello”. Ella, como su marido, apoya al gobierno desde los tiempos de Chávez, pero es más moderada en sus opiniones. Él, a su vez, es opositor desde el primer día, pero cree en la contemporización de las posiciones y rechaza los extremismos, de izquierda o de derecha.
—Ojalá Trump le haga caso a su secretario de Estado e invada de una vez este paisito a ver si salimos de esta narcodictadura de una vez por todas —prorrumpe María.
—¡Aquí habrá patriotas con honor para defender la patria de Bolívar! —exclama en el acto Diocleciano.
Mirando a su mujer, acariciando sus manos trémulas, Teódulo dice:
—La verdad, María, tal vez tienes razón, Esa estrategia de confrontación, de _todo o nada_, que el 28 de julio convirtió una victoria electoral cantada en una derrota política, sólo tiene una posibilidad de victoria: trescientos aviones gringos rompiendo la barrera del sonido sobre Caracas… a ver si Padrino se rinde…
—…lo que es improbable… —-termina la frase Delia— Trump y sus amigotes petroleros buscarán un acuerdo con Maduro, ya lo verán.
—Y aunque tuviese lugar y no fuera lo que parece, un delirio, un espejismo más… —agrega Teódulo— Sólo nos estaríamos sorteando una guerra civil de unos militares contra otros… Venezuela no es Panamá… No nos arriendo la ganancia… ¡Y qué vergüenza, además!… Hasta yo salgo en defensa del gobierno si eso ocurre…
Sin embargo, cuando sugiere que la única estrategia es el acuerdo y un gobierno de unidad nacional, María y Diocleciano parecen saltar de sus asientos, escarmentados por igual. Casi a una voz, ambos ripostan: “¡¿Qué acuerdo, por Dios, si ellos nunca cumplen su palabra?!”, con el dedo índice señalándose mutuamente.
—Tal vez ninguno de los dos ha puesto de su parte —comenta Delia.
Como abochornada, con la mirada gacha, ella reconoce ante sus amigos que los suyos trampearon los comicios, y dice que del 28J la legitimidad de origen de la revolución salió abollada. Que tal vez Teódulo tenga razón y lo mejor para el país, y para el propio chavismo a futuro es que se llegue a un arreglo con los opositores moderados de la PUD, como Rosales y Capriles, y con la otra oposición que está en el centro, y así poder entenderse con los gringos. A lo que Teódulo dice: “Es así, Esa estrategia de querer imponer a troche y moche un proyecto político que la mayoría del país rechaza tiene las patas cortas, Mantenerse en el poder a juro no tiene mérito alguno, Tanques y bayonetas, Presos y más presos, Lo único que han hecho en estos diez años es no dejarse tumbar, ¿Por eso van a ser recordados en el futuro?”, y dándole cara a su amigo agrega: “¡Qué tristeza por ustedes, Diocleciano!, Y entretanto el país devastado… hambre, caos, atraso, más, mucho más que en 1998…”.
Hay un silencio entre ellos cuatro. Como si un ángel pasara por sobre sus cabezas. Sólo se oye el bullicio de la clientela desde las mesas vecinas. Un perfume de café recién colado irrumpe en el recinto.
María piensa: “Nuestra líder sabe lo que hace, Algo se trae entre manos, Es nuestra Libertadora, Es nuestra Juana de Arco, Falta poco, Falta poco, Ya veo los portaaviones americanos como parsimoniosos escualos frente a La Guaira, Ya veo las lanchas de desembarco en Macuto, Trump no nos dejará huérfanos, ¡Hasta el final!…”
Diocleciano piensa: “En revolución se vale todo, El pueblo está envenenado por la ideología burguesa, Por eso los pobres votaron contra la magna obra de Chávez, El parlamentarismo es el establo de la burguesía, como escribió Marx, El derecho es la voluntad de la clase dominante convertida en ley, Tal vez nos hace falta una dictadura del proletariado, es decir, del partido del proletariado que somos nosotros, los chavistas, ¡Yanquis go home!, ¡Chávez vive y la patria sigue! ¡No, no pasarán!”
Delia y Teódulo vuelven a mirarse a los ojos, y saben que ambos están pensando exactamente lo mismo al mismo tiempo, palabra por palabra. Es una visión de lo improbable. Barruntan: “¡Ah!, Qué diferente sería todo si esta camorra inútil terminara de una vez, paz, paz, paz, Si el gobierno tuviese la audacia y la altura de miras que le faltan y en vez de actuar como si nada hubiese pasado, convocara a un gobierno de unidad nacional, como hicieron los comunistas en Polonia cuando la victoria electoral de Solidaridad, o Mandela con los blancos luego del fin del apartheid. Si Maduro como jefe del Estado (aunque sea de facto), reservándose la Comandancia de la Fuerza Armada, y el Ministerio de Interior y el control de las policías, propusiera a los sectores moderados de la PUD designar de mutuo acuerdo un vicepresidente y -como hizo Chávez con él- delegarle las funciones de gobierno en política exterior, economía, educación, salud, servicios públicos, en fin… y si la oposición atendiese esta convocatoria. Si una amnistía general para lado y lado permitiese olvidar el pasado de estos 26 años revueltos y mirar al futuro con esperanza, y las rejas de los calabozos se abriesen de par en par para que tanto preso político tornase a la libertad plena. Si los poderes públicos se constitucionalizaran designándolos como Dios manda. Si la alternancia republicana se hiciese posible y fuese natural, como en Uruguay, como en Brasil, como en Chile; si la administración pública dejara de ponerse al servicio de un partido; si la Fuerza Armada dejara de estar partidizada, Dentro de la Constitución todo, Fuera de la Constitución nada, Y si levantadas las sanciones vinieran las inversiones gringas y chinas y europeas que tanto requerimos y este país se disparara hacia el progreso como nunca antes, y así mejoraran los salarios y las pensiones, y los servicios dejaran de ser el caos cotidiano que hoy son…”.
Todo esto piensan los dos moderados frente a los dos radicales. Teódulo ve en la faz de Delia un melancólico rictus de incredulidad. Delia ve en la faz de Teódulo un melancólico rictus de incredulidad.
—Y pensar que sólo se requeriría de un poquito de buena voluntad para que fuese posible —farfulla ella.
—Parece que es lo que no hay —dice él entre dientes.
A la hora de pagar la cuenta y de despedirse hasta la próxima vez, los cuatro se abrazan como los viejos amigos que son. Porque hay algo que está por encima de la diatriba perenne: la amistad y el amor… y que los cuatro son -y han de seguir siendo hasta el último aliento- hijos de la misma patria.