No se trata de simples errores diplomáticos. Los del presidente Lula da Silva, con relación a la guerra de Ucrania, son de tal magnitud que causaron enfado en Occidente y llevaron a la Casa Blanca a reprocharle por “repetir como un loro la propaganda rusa y china». Pero, sobre todo, porque podrían sepultar la aspiración de Brasil de proyectarse como mediador internacional.
El influyente periódico brasileño O Globo los llama errores de carácter fáctico, moral y diplomático, aunque se parecen más a las necedades de Lula de apuntar siempre contra la historia y de exhibir sus contrasentidos. Recuérdese que, muy al estilo de la reciente recepción al ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, en noviembre de 2009 cometió el error de recibir al presidente Mahmud Ahmadineyad. Ignoró los llamados de Irán a la destrucción de Israel, mientras intentaba desarrollar armas nucleares, lo mismo que la vinculación de ese país con los dos ataques terroristas en Argentina en los años noventa.
Los argumentos de Lula eran similares a los de ahora: labrarse un espacio como mediador internacional y aumentar las entonces ascendentes exportaciones a Irán. Pero ni lo uno ni lo otro. Eso sin contar con que malogró la bonanza de las materias primas de sus dos primeros mandatos para consolidar la sostenibilidad del modelo de desarrollo, tanto que Brasil sigue dependiendo de la exportación de commodities, de bienes y servicios con bajo componente tecnológico y pierde participación en el Mercosur para los productos concurrentes chinos.
Otra perspectiva indicaría que sus afanes por apoyar la retórica antiestadounidense y el populismo de los mandatarios de izquierda latinoamericanos, a comienzos del presente siglo, no le sirvieron siquiera para consolidar un proyecto de influencia regional.
Un contexto para entender su retahíla de equivocaciones sobre Ucrania. Dijo que el presidente Volodimir Zelenski es tan responsable de la guerra como el ruso Putin; que Estados Unidos y los europeos deben dejar de “alentar” a los bandos del conflicto o que Ucrania ceda Crimea, la región ocupada por Rusia desde 2014, a efectos de negociar el fin de la guerra.
Una indebida equivalencia entre el agresor Rusia y la agredida Ucrania que refleja una tácita favorabilidad a los intereses de Rusia. Un presidente que confunde neutralidad con connivencia y no alineamiento con posiciones salomónicas, como si frente al fascismo y las dictaduras hubiera tales opciones.
He allí un profundo trastoque de principios en sus posiciones, pues habría que preguntarle a Lula, ¿qué valores primarían en el concierto de las naciones si hubiera una hegemonía rusa o china?
Resulta curioso que en América aún se fustigue la tradición colonial española o portuguesa, pero varios de los presidentes de la región terminen por apoyar a Rusia, la misma que intenta ejercer el colonialismo en Ucrania bajo el mito de que son una misma unidad, cuando la construcción de la moderna Ucrania ocurre precisamente casi al mismo tiempo que las naciones latinoamericanas. Así bien lo muestran historiadores como Serhii Plokhy en su libro The Gates of Europe.
La paradoja tiene gran similitud con la que sorprendiera al todavía entonces cardenal Karol Wojtyla, posteriormente el papa Juan Pablo II, cuando fue nombrado relator del Sínodo de Obispos de 1974. Mientras los obispos de Europa del Este y Central promovían la libertad religiosa, pues habían sufrido persecución y cárcel, a Wojtyla le pareció una ingenuidad que a muchos de los europeos occidentales y latinoamericanos el marxismo les resultara una “fascinante abstracción”.
Medio siglo después Lula no está solo. Ahora está en línea con el presidente de México, López Obrador, o el francés Emmanuel Macron, quien, en medio de una guerra que podría tornarse existencial para Europa, se le ocurre afirmar que deben resistir la presión de convertirse en «seguidores de Estados Unidos». Como si no fuera precisamente el compromiso de seguridad estadounidense durante un siglo el que mantiene a Europa a salvo. Algo que a lo mejor Lula tampoco comprende.
@johnmario
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