Las fuentes ubican la raíz etimológica de la palabra “constitución” en el latín “constitutio”, el cual ilustra lo relativo a “arreglo, disposición, orden, organización y formación”. Lo califican como “sustantivo femenino”, pero, por supuesto no referido a sus sinónimos, entre ellos, “la delicadeza, fineza, debilidad y suavidad”, que históricamente, a pesar de que ya no tanto, se han reconocido a “las féminas”. Por el contrario, la historia ilustra que en el terreno político, cuanto menos, “las constituciones”, tanto en lo que respecta a su hechura como a su puesta en práctica, han demandado y prosiguen exigiendo ánimo, estrategia, paciencia y una recia fortaleza. No se está seguro si se exige de una fuerza como la de Atlas, en la antigua Grecia, a quien por rebelarse contra los dioses se le condenó a “soportar en sus espaldas el peso del mundo durante toda la eternidad”. Pero, para muchos, por “el hastío anticonstitucional”, algo parecido.
El proceso constitucional que se adelanta para dotar a las sociedades de pautas objetivas en aras del alcance de sus metas no puede negarse que ha sido estructural y funcionalmente complejo, por lo que más que uniformidad de pautas, nos enfrentamos con lo opuesto y en la mayoría de las hipótesis. Se constata con la simple lectura de constituciones americanas, europeas y asiáticas, que confirmaría la ausencia de “una uniformidad normativa superior”. Proseguiríamos con más de “50 leyes superiores africanas” finalizando con las “22 de Oceanía” con igual resultado.
En América Latina las secuencias episódicas no han estado ausentes. Las dos más recordadas, la de Venezuela y Chile. En lo concerniente a la primera, el entonces joven discípulo de leyes José Rafael Badel, de este profesor todavía en sus años mozos, publicó (2018) La Asamblea Constituyente en la Constitución de 1999, en cuyas páginas delinea “las peripecias interpretativas” del presidente Hugo Chávez y sus asesores en aras de la legitimación del proceso para la hechura de la “carta magna bolivariana”, cuya vigencia prosigue. Una diversidad de controversias hubo de sortear, manifiesta el hoy miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, por lo que las pautas relativas a “las interpretaciones constitucionales” terminaron siendo más que amplias. El primer magistrado, convertido en líder popular, había arrinconado a la democracia del texto de 1961. Y cuyas falencias eran obvias. Escribe Badel que “de los 131 constituyentes que integraron la Asamblea Constituyente resultado de una consulta popular, solo 6 no vinculados a la coalición gubernamental fueron electos, por lo que aquella quedó dominada por lo que pasó a llamarse “el oficialismo”. Y que ello marcó la pauta el proyecto constituyente. En lo relacionado a Chile, una nueva constitución fue bandera del triunfo de Gabriel Boric ante el gobierno de Sebastián Piñera y la necesidad de limpiar la vigente de la autoría del dictador Augusto Pinochet. El proyecto sometido a referendo fue mayoritariamente rechazado, con la encargaduría a nuevos constituyentes, quienes han elaborado un texto diametralmente opuesto al primero. Los chilenos han demostrado que como que le tienen “paura” al “presunto comunismo” de quienes hoy gobiernan. El profesor Badel, tal vez, termine formulando con respeto a la tierra de Bernardo O’Higgins, parecidas consideraciones al proceso adelantado en Caracas.
A las incógnitas atinentes a “la interpretación de las constituciones”, dan cuenta otras fuentes calificándoles como “democráticas y no”. También se les clasifica de “liberales y comunistas”. Pero para el común (el pueblo), que es su sujeto activo pues de él derivan a través de los mecanismos concernientes a la soberanía, siendo asimismo pasivo como destinatario de sus preceptos, observancia y conjeturales beneficios. En un lenguaje más técnico, la nomenclatura científica pudiera ser la de las “constituciones demagógicas”, históricamente calificadas “las formas más corruptas de la democracia”. Les alimenta “el bien vendido bienestar de la mayoría”, el cual se reduce a “la minoría”, esto es, al que gobierna y sus adláteres.
En aras de algunas consideraciones que reflejen el título de este ensayo “Las constituciones, interpretación, aplicaciones y consecuencias”, acudamos nuevamente a las apreciaciones del jurista Badel, quien denuncia la inconstitucionalidad de la Asamblea Nacional Constituyente convocada para la elaboración, aprobación y promulgación de la Constitución de 1999, por habilitársele para exceder el propósito para el cual fue creada, así como los límites que le son propios. Si ese exceso o desviación de poder llegó a consumarse se generó una anomalía que afecta la esencia del texto constitucional que en su seno resultase aprobado, así como los actos consecuenciales de su puesta en práctica. Pensamos que el exdiscípulo nos creyó cuando tal vez en las clases hablamos del “constitucionalismo puro”, olvidando de que a este falta mucho por materializarse.
Ha transcurrido un largo tiempo y de todo ha sucedido desde 1999, fecha de la promulgación del llamado “Texto Constitucional de la Quinta República”, y su destino, no puede negarse que prosigue vecino a la incertidumbre. El académico Allan Brewer Carías, destacado miembro de la AN del 99, escribe: 1. Ha de determinarse si la Carta aprobada es una respuesta sincera a las exigencias de transformación política presentes, 2. Asimismo, conviene precisar si contribuye a superar la crisis del sistema de “Estado Centralizado de Partidos” y 3. Ha posibilitado, debemos preguntarnos, si ha generado un sistema descentralizado y participativo en aras del mantenimiento de la democracia. El constitucionalista contesta que “la nueva Constitución no asegura ni sienta las bases para la transformación del sistema político. Opuestamente, hace más férreo “el centralismo estatal imperante”. Un retraso en lo relativo a la descentralización que comenzara en 1989, con la Ley de Elección Directa de los Gobernadores de Estado. Potencia, además, la representatividad en cabeza de los partidos políticos y sus agentes. En el ámbito del pragmatismo pareciera que no nos fue bien con “el borrón y cuentas nuevas”. Pero, lo más grave, “proseguimos enredados”. Y sin saber hasta cuándo.
Venezuela, deberíamos tener presente, asimismo, que gira como la mayoría de los países alrededor de “un mundo convulso”, en el cual se ha priorizado la atención de las propias y serias dificultades que le son suyas, sin importarles las de “las naciones medianas y chiquitas”. Pero, adicionalmente, el escenario con contadas excepciones, de la libertad deteriorada, más que jefes de Estado, pretendientes propietarios de este último, las necesidades humanas bajo artificios engañosos, fanegas de dinero en los paraísos fiscales, cuyos montos asombran. Los pobladores de un mundo en crisis a merced de “la química antidepresiva” que transitoriamente tranquiliza el alma. Las guerras que conocíamos, por arrogancia de gallardos como Napoleón, y tiempo después por alterados cerebralmente como Hitler, Stalin y Mussolini. La de hace días, para algunos de índole religiosa, para otros como el profesor chileno Ricardo Israel, quien en lo concerniente a la masacre en la denominada “Tierra Santa”, con el deseo de identificar el motivo, acude a la palabra “judeofobia”. El análisis finalizaría inconclusamente si no se hace referencia al fenómeno de “los narcoestados”, aquellos calificados por la concurrencia de tres elementos, los cuales se señalan hasta en las lecciones de los kinderes: 1. El territorio con plantaciones ilícitas y masivamente, 2. Los proventos a la economía por fuentes tradicionales y 3. La protección de autoridades en la actividad, incluyendo la comercialización, en su propio beneficio como una especie de diezmo para el erario.
Venezuela, conocida en el mundo por su riqueza, la bonhomía de su gente, el espíritu de superación, las bellezas naturales y unos cuantos más dones, es hoy máximamente incomprendida que en otras épocas. Una confrontación permanente por el ejercicio del poder, cuyos ductores han de comprender que ello no puede ser omnímodo, ante un pueblo deseoso de ensayar opciones distintas, evidencia irrefutable de lo cual, como no puede negarse, es la convocatoria popular a elecciones democráticas en el 2024. El país volvería a ser pujante como otrora en la medida en que esta premisa sea aceptada. Un pueblo marginado de su poder de decisión no escapa de una dañina frustración. Incontrolable muchas veces, como lo demuestra la historia. Consecuencias, desastrosas.
La conclusión, después de las consideraciones, no puede ser otra sino aquella cercana al “pesimismo”. Amigos, es que cuesta negar el predominio del mal con respecto al bien. Pareciera que no nos hubiera desprovisto del “Atlas” de la historia griega.
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@LuisBGuerra
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