La crisis humanitaria compleja no ha cesado ni amaina, al contrario, la migración de venezolanos continúa, los salarios siguen siendo ínfimos y las familias más pobres, la absoluta mayoría del país, padece en algún grado inseguridad alimentaria. De hecho, el consumo de carne no supera los 10 kilos anuales en promedio y se encuentra ampliamente documentado el rezago de peso y talla que están mostrando los niños venezolanos.
Eso no se ve con claridad desde las ventanillas de las camionetas blindadas, desde los restaurantes suspendidos en la alturas o desde las comodidades y privilegios que gozan las élites del 5% de la población con los ingresos más altos. Desde allí no se comprende que no tener ingresos suficientes para comer implica no enviar a los hijos a la escuela (que de paso también se está quedando sin maestros y sus instalaciones están sumamente deterioradas) o que el desmantelamiento de los servicios públicos es un lastre para la actividad productiva de los segmentos sociales más bajos. El tiempo se va haciendo colas para el gas, por buscar un perolito de agua, intentando montarse en un autobús repleto o en una cola para surtir combustible. Las clases pudientes, inocentes o culpables del drama nacional, complices o indolentes, participes o testigos, no ven lo que puede detectar Encovi, ni la Misión de Determinación de Hechos de la ONU, ni Provea, el lujo amazado, la opulencia y el consumismo absurdo aunque rodeado de hambre impide la visión.
No hay otra explicación para que, desde esos círculos, le digan a los maestros, a través de su vocera, Yelitza Santaella, ministra de Educación, que deben dejar de pensar en sus intereses personales (sus miserables salarios) y regresar a las aulas (asumirse como esclavos modernos) por el bien del país (su hacienda personal). O le digan a todos los trabajadores que se quedaron sin prestaciones sociales, sin pensiones, sin atención sanitaria a través del IVSS, sin derecho a sindicalización y sin derecho a huelga, que deberían «reinventarse y emprender». Y peor aún, que la solución para el país es la criptoprivatización de todo, como lo hace Nicolás Maduro, o la privatización de todo, como plantea María Corina Machado, no hay grises, no hay matices, mismo remedio para todos los casos como si la experiencia histórica no pudiera demostrar que hay empresas privadas que quiebran y empresas públicas que son exitosas o que incluso existen empresas mixtas y modelos novedosos como las alianzas público-privadas.
Es claro que muchos privilegiados, por herencia o por enchufe, da lo mismo, tienen más dinero que capacidad reflexiva. Pero igual aclararemos algunos puntos, cuando se habla de crisis humanitaria compleja, asumimos que el Estado se encuentra colapsado, desmembrado y desarticulado a efectos de prestar sus servicios, se entiende que recuperar esas capacidades implica asumir roles abandonados, como la educación, la salud, el control del territorio, la seguridad ciudadana… Si esto es así, ¿cómo es que la solución es el Estado mínimo? Por otra parte, a nivel técnico, se habla de que una crisis de estas características genera víctimas diferenciadas, es decir, hay segmentos sociales que por sus condiciones de exclusión, desigualdad, discriminación y explotación sufren aún más, por ejemplo: los pobres, las mujeres, los indígenas, los migrantes, los pensionados, la infancia o la comunidad LGBTIQ, si son las mayores víctimas entonces es lógico que se les atienda con políticas públicas específicas y diferenciadas hoy, no para mañana, no «para cuando estemos preparados», no porque «hay que salir de esto primero» y para después los derechos humanos.
Me parece inaudito que ante la propuesta adeca de restituir el vaso de leche escolar se emitan epítetos de «anticuado, retrógrado o que atenta contra el libre mercado». Es decir, que los niños sin atención alimentaria en las escuelas no son prioridad. Otro insulto a la inteligencia es calificar la propuesta adeca de una Ley de Empoderamiento Femenino para establecer cuotas de cargos en la administración pública en al menos 40% como «populista o comunistoide», es decir, que nunca han escuchado que existe el techo de cristal y que a ONU Mujeres se le cae la lengua exigiendo la incorporación masiva de la mujer al trabajo y a posiciones de decisión porque si son 50% de la población merecen el 50% de las oportunidades.
La crisis humanitaria compleja que padece el país merece soluciones integrales, desprejuiciadas, asertivas, desideologizadas, con sentido de justicia social y pertinencia democrática. Ojalá pronto se inicien los debates entre las candidaturas de primarias, solo así las grandes audiencias podrán diferenciar las ofertas y decidir por la más coherente con el interés nacional.
@rockypolitica
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