Así como los problemas vinculados a la economía, la corrupción, la inseguridad y el narcotráfico aparecen en lo más alto de las prioridades de la gente, para casi tres cuartas partes de los latinoamericanos la desinformación también es un problema importante para su país.
En la era de la información, en la que la mayoría de la gente tiene acceso a una cantidad casi ilimitada de contenidos, uno de los desafíos más importantes es la desinformación y las noticias falsas. Este problema se ha potenciado con el uso de las redes sociales y diferentes plataformas digitales que permiten la rápida difusión de información sin filtros ni verificación.
Pero si bien son numerosos los estudios que analizan el fenómeno de la desinformación desde la perspectiva de la “oferta”, es decir, que se centran en la forma en que se divulga información falsa, son escasos los que analizan qué pasa al otro lado de esa ecuación, a la “demanda”, es decir, qué le pasa a la ciudadanía.
A pesar del aparente desinterés del asunto, este es un tema central para las personas, e incluso, puede llegar a tener implicancias para la salud física. Así lo afirma el estudio de la red de consultoras WIN Latinoamérica, que fue realizado en ocho países de la región (Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Paraguay y Perú).
El ejemplo más patente es la gran desinformación que se vivió en algunos países con relación a las vacunas durante la pandemia del COVID, particularmente en Brasil y Colombia. Y no es menor el impacto de la desinformación en la salud mental, especialmente tomando en cuenta que algunos países de la región están por sobre el promedio global en padecimiento de estrés como Ecuador, Perú y Argentina. Según este estudio, para la mitad de la población, la desinformación ha sido causante de ansiedad y estrés en sus vidas.
La percepción de la desinformación como amenaza no se limita al plano personal o de equilibrio mental de tipo individual. Existen otras consecuencias que están vinculadas con la difusión de noticias falsas. La desinformación es para ocho de cada diez latinoamericanos entrevistados una amenaza para la democracia, y para tres cuartas partes de las personas, esta puede llegar a ser un trampolín para debilitar la credibilidad del proceso electoral.
También, enlazada con la desestabilización de la democracia, para la amplia mayoría de las personas la desinformación aumenta la polarización en la política. Sociedades “agrietadas” como la argentina y la brasileña se alinean claramente con esa percepción, aunque llegan a ser superadas por otras como la colombiana y la mexicana. Ello cuestiona la dirección de causalidad de esa conexión entre falsificación de la verdad y radicalización política.
¿Es la falta de apego a la objetividad noticiosa lo que gatilla la polarización o (al contrario) son los contextos agrietados los que alimentan el caldo de cultivo para una industria de la desinformación?
El estudio también muestra que los latinoamericanos tienden a ver el problema como complejo y multicausal, y no les tiembla el pulso cuando tienen que señalar responsables. Lo que vemos es que son múltiples y variadas las fuentes de la sociedad, que han sido desacreditadas como informantes confiables. Pero entonces, ¿en dónde depositan los latinoamericanos su confianza? El estudio revela que la mayoría lo hace en personas o grupos informales como la familia, los amigos y gente como ellos.
Por un lado, este dato tiene sentido si se toma en consideración que las instituciones tienen cada vez menos credibilidad en la región. Aunque, por el otro, es bastante irónico, ya que, en realidad, dichas instituciones se informan a través de las mismas fuentes que uno. Por lo tanto, hay un lleva y trae de información no verificada.
En este contexto crítico, cabe destacar el esfuerzo de varios grupos de periodistas que han ido surgiendo en la región y en el mundo, y que trabajan en red para promover la verificación de la cantidad de datos que circulan en un mundo tan interconectado como el de hoy. Y es que la desinformación se ha convertido en uno de los problemas más apremiantes del momento y supone un reto para toda la sociedad. Por ende, es fundamental que trabajemos de forma colaborativa para mitigarla.
En última instancia, abordar la desinformación y las noticias falsas requiere un enfoque amplio que implique a individuos, Gobiernos, educadores, empresas de medios y plataformas de medios sociales. Todos tienen un papel que desempeñar en el fomento de una cultura de la veracidad y la responsabilidad de contenidos.
Constanza Cilley es directora de la consultora argentina Voices. Actualmente, es miembro del Consejo Directivo de WAPOR Latinoamérica, el capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org
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