En una época en que la oposición se sentía suficiente para dar al traste con la dictadura se encontraba ante la escogencia del camino, o la carta decisiva, para hacerlo, porque se haría. A lo mejor había más de una o la combinación de varias. Una mano de póker con un mono y cuidado si dos.
Si mal no recuerdo la más sonora era la invasión extranjera, seguramente gringa y por tanto imbatible, sobre todo con un ejército como el nuestro que no se había enfrentado a un ejército extranjero desde la ya muy lejana y mítica guerra de independencia, además de su subdesarrollo.
El golpe de Estado más o menos clásico. ¿Por qué no, ya había habido el nefasto de abril, nefasto pero lo hubo?
La marcha sin retorno hacia Miraflores del pueblo enardecido.
O La fragmentación del enemigo, siempre en los susurros de los entendidos.
Y, por último, forzar un proceso electoral limpio donde, sin duda, sería aplastado el minoritario contendor. Muchas opciones, había que meditar.
Los gringos ya habían aprendido en Vietnam –y posteriormente en Irán o Afganistán por ejemplo– que los enemigos débiles pueden ser terribles. Y muy pronto manifestaron su negativa –los tiempos de Guatemala, Dominicana, Panamá, etc. ya habían pasado– y terminaron hasta burlándose de esa posibilidad.
Las gloriosas fuerzas armadas, debidamente saneadas y al parecer sabiamente supervisadas por los cubanos se demostraron impenetrables, como una roca.
Y aquellas alegres marchas iniciales, muy grandes, sin represión por una policía amiga, jubilosas y con iluso paso de vencedoras, no se volvieron a ver (las del 17 fueron muy menores, erráticas y trágicas).
El partido gobernante sufrió una que otra baja en sus dirigentes, a veces significativas (muy altos funcionarios) que poco mermaron su solidez, básicamente militar.
Y las elecciones fueron manipuladas crecientemente, hasta obligar por su desfachatez a varias abstenciones opositoras. En esta carta vale la pena recordar, como un ejemplo inmejorable, histórico, teatro del absurdo, la Constituyente de 2017, con la que la dictadura demostró que podía patear no sólo la Constitución y las leyes sino la lógica y la decencia más elementales. Se acabaron las cartas, la mesa quedó vacía y el país paralítico y en silencio.
No hay que recalcar, por visible, lo que parece la carta mayor de este momento y que es el muy sonado y empinado sendero hacia las elecciones al menos no tan ventajistas y tramposas como de costumbre del año próximo, con primarias previas. Sobre ella parece haber consenso, después de una larga noche de piedra. No agregaremos nada por ahora.
Pero hete aquí que otras cartas comienzan tímidamente a asomar en la mesa. Para mí la más importante es la de Tarek el Aissami y su conjunto, nominalmente no necesariamente más importante que otras cabezas cortadas de alto rango en estos años, pero tanto va el cántaro… hasta que se rompe. El gobierno parece manejado por cinco o seis personas y un grupo de mudos que nada parecen pintar. Supongo que esto lo hace frágil.
Luego la situación económica y social es de tal gravedad, mídase por el sueldo mínimo que reciben millones de personas del sector público o los 7 millones que abandonaron el país, que las marchas algo mayores que las precedentes y más beligerantes de estos días pudiesen ser el inicio del grito desesperado de la miseria y el país destruido, sin horizontes. Los adornos de la Venezuela “resiliente” no funcionan, no pueden con la inflación, la corrupción y el desamparo de los servicios públicos, la educación y la salud destruidos.
Y hasta de los cuarteles comienza a oírse el malestar de sus integrantes por la cruel insuficiencia de sus salarios. Salvo de algunos de sus jefes que sí saben disfrutar de los favores y las marcas de lujo.
Por último, los gringos parecen endurecer su posición que no ha poco parecía ablandarse, al igual que la ONU y la CPI. Y los amigos de antaño ahora empoderados no parecen ser muy amigables que se diga. El planeta siempre suma.
¿Quién quita que si mezclamos todo eso algo suceda que hasta ahora no sucedía? Un póker de ases inesperado.