Una realidad de catástrofe humanitaria puede apreciarse de una manera menos gravosa, o incluso no apreciarse, si se le mira desde una burbuja de aparente prosperidad, que hace las veces de oasis, en medio de un vasto desierto.
Se puede distorsionar el panorama. Y de forma grotesca. No poca gente se afinca en las aisladas burbujas para considerar que las cosas están cambiando para bien. Unos lo hacen de buena fe, con la esperanza de la luz al final del túnel…
Otros lo hacen por interés y también por sectarismo, siempre bajo el influjo de la masiva propaganda que pretende tapar el sol a los realazos.
Las burbujas son promovidas con habilidad, para tratar de crear un ambiente de normalización. Incluso de carácter político, porque la agenda y la estrategia de diversos factores de oposición forman parte de una burbuja sin vinculación con lo real de la supervivencia del pueblo venezolano.
Una institución nacional que está clara al respecto es la Iglesia Católica, representada en la Conferencia Episcopal Venezolana. En ocasiones muchos estamos en desacuerdo con algunas de sus recomendaciones, pero se admite que la comprensión y la descripción del panorama corresponde a la trágica realidad que padece la población.
No debemos dejarnos influenciar por ese panorama edulcorado que producen las burbujas. La realidad de nuestra patria es la de una catástrofe humanitaria, que sigue un curso abismal, y que solo puede contenerse y superarse con un cambio político verdadero.
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