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Las bodas ya no son lo que eran

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AMLO criticó la boda en Antigua de Santiago Nieto, funcionario de su gobierno. Foto @C_Humphrey_J

La boda de Guatemala es la tercera del sexenio que acaba mal: dos de la 4T y una del peñiato. La de César Yañez en Puebla dio al traste con la participación pública en el gobierno de uno de los colaboradores más cercanos a López Obrador; la de la hija de Juan Collado fue seguida del exilio de Peña Nieto y del encarcelamiento de Juan Collado; y la de Santiago Nieto trajo consigo, por lo pronto, la renuncia/despido de la secretaria de Turismo de la Ciudad de México y un regaño de López Obrador, más lo que se acumule en los próximos días. Esta última boda me inspira dos reflexiones.

La clase política mexicana es, ha sido, y probablemente seguirá siendo, increíblemente insensible. Recuerdo bien la ocasión, a finales del sexenio de López Portillo, cuando el profesor Hank, a la sazón regente de la ciudad, dio una tremenda fiesta de despedida para todo el gabinete y buena parte de esa clase política en Santiago Tianguistengo, haciendo caso omiso (él y todos los invitados) de la catástrofe que azotaba al país. Que todos aquellos que asistieron a la boda de la hija de Collado, incluyendo amigos míos, no hayan entendido que su presencia, y la misma boda, resultaba ser una imprudencia desmedida y una ofensa a quienes creen en las teorías descabelladas de la 4T,  es una muestra más de esa insensibilidad.

La de Antigua es igual o peor. No se trata de que los novios no tengan el derecho de casarse como quieran. Lo tienen, pero nadie los obliga a ejercer ese derecho, sobre todo cuando uno de ellos es funcionario de un gobierno que ve con muy malos ojos ese tipo de desplantes. Peor aún la insensibilidad de la pobre secretaria de Turismo: al igual que a Lozoya con la cena en el Hunan, la boda le salió cara. Pero insensibilidad también de la jefe de Gobierno, para quien trabajaba Paola Félix Díaz. O bien le dio permiso a su colaboradora para que acudiera al festejo, o bien no supo que lo iba a hacer, ni exigía que para ese tipo de actividades era mejor pedir permiso que pedir perdón. El perdón no sirvió de nada. Cuando se contiende por la presidencia, el comportamiento de los colaboradores sí salpica.

Lo cual me lleva a una segunda reflexión. Supongo que las explicaciones ofrecidas por Ealy Ortiz en una columna sin firma de su periódico son ciertas, aunque me parece extraño que piense pagar su tratamiento médico en Los Angeles en efectivo. Allí se afirma que los 35.000 dólares cash fueron declarados a la salida de México (es obligación hacerlo), y al aterrizar en Guatemala, salvo que por error se omitió el monto. Pero semejante tropezón -producto de un pitazo de alguien, o de la propia declaración de los pasajeros en el avión de Ealy- difícilmente podía permanecer secreto.

Se ventaneó con gran celeridad. Quizás la filtración, denunciada elípticamente por Ealy Ortiz en la citada columna de El Universal, fue accidental, o producto de una travesura de un guatemalteco molesto, o de un mexicano resentido. O, quizás, algún malqueriente de la candidata de López Obrador lo filtró a la prensa mexicana (es decir a Reforma), porque sabía que en el avión viajaban varios personajes de la clase política. ¿Quién podría ser? Tal vez -es solo una hipótesis- un funcionario mexicano que asistió a la boda, en compañía de su esposa, la gobernadora de Campeche. Ese funcionario, de nombre Romeo Ruiz Armento, es el embajador de México en Guatemala, y su obligación es reportar este tipo de sucesos a su jefe.

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