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Las batallas se ganan en los templos

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Foto EFE/ Miguel Gutiérrez

Cuando Sun Tzu nos dice que “el general que gana mil batallas hace mil cálculos en los templos antes de luchar, mientras que el general que pierde, hace unos cuantos”, lo que está poniendo de relieve es que para vencer en una guerra es necesario dotarse de una inmensa fuerza espiritual y cavilar sobre todos los detalles en la tranquilidad de un templo.

Y si también es cierto, como nos lo dice Von Clausewitz, que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, lo que vale para la guerra, vale también para la política.

De manera que una lección a extraer es que la creación de esa gran fuerza espiritual es una necesidad imperiosa. Nadie va victorioso a un combate si no lo anima un sentimiento que le interpele al alma. Ese es el cimiento en el que se construye una alternativa. Ahora bien, los sentimientos por si solos no ganan batallas. Para que un sentimiento se convierta en una causa hay que dotarlo de voluntad organizada, léase bien “voluntad organizada” y no voluntad a secas, porque eso es lo que hace la diferencia con el voluntarismo, que es el vicio político de tomarse los deseos por realidades.

En Venezuela hemos pasado por un doloroso y complejo proceso de reconstrucción de la esperanza de cambio. Si algo no podemos reprochar a los venezolanos es que no hayan demostrado (incluso a un alto costo) su voluntad de cambiar la pesadilla que vivimos. Llevamos años recorriendo el asfalto y haciendo lo que, en un país medianamente democrático, habría provocado que un gobierno se fuera o, al menos, rectificara dramáticamente.

Hay quienes se burlan desde su sapiencia académica; desde sus conocimientos de generales de guerras que nunca han peleado y desde el púlpito de su arrogancia intelectual, que éramos unos ilusos con escudos de cartón queriendo sacar un gobierno. ¡Que el Dios, en el que muchos de ellos no creen, los perdonen!

En estas luchas se cometieron errores y muchos. Quizás el más importante fue no saber calcular las fuerzas de la ecuación del poder en Venezuela con la serenidad del caso (que es lo que recomienda Sun Tzu hacer en el templo) y haber caído, muchas veces, en el terreno de la polarización que es la zona de confort del chavismo.

También, y hay que decirlo con la responsabilidad del caso, la transparencia no fue la norma en la toma de decisiones. Los intereses grupales e individuales (legítimos o no) nunca consiguieron enlazar con el interés general de producir el cambio.

Se frustraron miles de esperanzas y la calle volvió a conocer la soledad del pesimismo; no volvió a sentir las suelas de nuestros zapatos y se llenó de compatriotas peleando, cada uno, su propia batalla de la sobrevivencia y el resuelve propio y el de la familia.

Hoy, no obstante, es evidente que las condiciones son distintas, en muchos aspectos. Como nos recuerda Heráclito: “Nadie se baña dos veces en un mismo río” y ese renacimiento del sentimiento de que es posible cambiar ha prendido de nuevo en los espíritus de nuestros compatriotas.

Las primarias han constituido en el mecanismo para viabilizar ese sentimiento de cambio. Se trata de darle la palabra a los ciudadanos para escoger un candidato que se enfrente al chavismo en 2024. Esa es la razón por la cual desde el oficialismo y sus alrededores se tirotea con tanta insistencia esta iniciativa para que no vea la luz. ¿Lograrán hacerlo? No lo sabemos, pero cada día que pasa les sale más caro el zarpazo. ¡Ya veremos!

Tratar de sabotear las primarias es también la manera de sacar del camino a la virtual ganadora del proceso: a María Corina Machado. Si su posicionamiento no fuera el que actualmente tiene, las primarias, sin duda alguna, pasarían inadvertidas.

De allí que convertir ese proceso en una iniciativa ciudadana es una necesidad de primer orden. Su logística, su seguridad y su éxito debe ser una tarea de todos los demócratas de Venezuela. Una tarea para pensar en el templo y en la calle.

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