El mundo político venezolano se desplomó ese 11 de abril de 2002 y tardé en recuperarme porque no aceptaba ni comprendía cómo un gobierno que exaltaba la aparición de un hombre nuevo gracias a la gloriosa fecundidad del socialismo bolivariano era capaz de negar la culpabilidad de unos pistoleros que dispararon abierta y descaradamente contra una multitud civil desarmada que protestaba contra el desorden chavista. Era difícil aceptar que el chavismo convirtiera en héroes a unos delincuentes que asesinaron a 19 manifestantes e hirieron a más de 150.
Todos vimos en televisión disparar una y otra vez en total impunidad a los criminales llamados desde entonces «los pistoleros de Llaguno», la esquina cercana al Palacio de Miraflores.
Todo comenzó con la gigantesca manifestación que se formó en protesta por las arbitrariedades del chavismo que en un determinado momento adquirió empuje y el clamor pidió prolongar la marcha hacia Miraflores para exigir la renuncia o destitución de Hugo Chávez. ¡En Llaguno la esperaban los pistoleros!
Francisco Olivares, (autor de Los últimos días de Hugo Chávez, de Afiuni, la presa del comandante), periodista e investigador de la vida política venezolana reúne en su libro Las bala de abril los materiales de una larga, valiente y tenaz investigación que ha terminado por revelar lo que realmente ocurrió el 11 de abril. Desmonta con nombres y apellidos la más aviesa y perversa operación del régimen chavista que convirtió una manifestación civil y desarmada en una conspiración, un golpe de Estado y un inventado magnicidio, en pocas palabras, ¡sacar a Chávez del poder! Los propios militares informaron a Chávez que los manifestantes estaban peligrosamente armados y el oscuro paracaidista de Sabaneta ordenó poner en acción el funesto Plan Ávila que consiste en sacar al Ejército a la calle. ¡Los pistoleros tuvieron parte activa! Los militares le aseguraron a Chávez que columnas de tanques opositores se acercaban a Caracas y era mentira. Se trató en todo momento de ocultar la verdad inventando, incluso, francotiradores de la oposición apostados en edificios vecinos. Una chavista impresentable juró en falso la presencia de esos francotiradores. ¡Una desvergüenza!
Se dio el caso de un pistolero ultimado dentro del sector oficial. No se supo nunca de quién se trataba; fue enterrado sin autopsia ni explicaciones. Luego se supo, desde Colombia, que se trataba de un exguerrillero. La pregunta brota de inmediato: ¿Qué hacía allí y por qué murió abaleado un guerrillero colombiano? Olivares empleó años en su investigación porque no es fácil indagar en los laberintos trazados por la felonía con militares al servicio de una dictadura, pero logró reunir documentos, fotos, videos, testimonios, planos y experticias balísticas y obtuvo, además el apoyo de la Asociación Civil Vive que dividió en cuatro los momentos cumplidos por la manifestación y Olivares dibujó y armó planos de cada una de esos cuatro momentos claves, lo que le permitió detallar con precisión la forma y el momento en que fueron asesinadas o heridas las numerosas víctimas. Dueño de inmenso coraje, paciencia y tenacidad, Olivares los recorre nombrando por sus nombres y apellidos a todos los que, de una u otra manera o circunstancia, estuvieron vinculados a la masacre. No vacila en mencionar a los verdaderos culpables. Es más, las entrevistas que hace a los padres o familiares de las víctimas y a varios de los heridos son tan conmovedoras que hacen dar brincos al corazón de los lectores. Todo fue una gigantesca mentira armada por el régimen para ocultar su responsabilidad. Francisco Olivares merece nuestro aplauso y admiración porque se ha encargado de desenmascarar la farsa y los engaños oficiales con Las balas de abril.
El régimen necesitaba culpables y los encontró en ocho policías que no dispararon ningún tiro durante aquel funesto suceso de Llaguno. Un innombrable fiscal que tenía en su casa un aparatico para contar billetes como los que se usan en los bancos y pereció cuando su automóvil estalló debido a una bomba «misteriosa» fue quien los acusó. Se requerían culpables políticos y allí estaban a mano Alfredo Peña exalcalde; el secretario de Seguridad Ciudadana, Iván Simovovis; Henry Vivas y Lázaro Forero, exdirectores de la PM. Los pistoleros dejaron de ser y se convirtieron en héroes de la revolución. También en su momento, liberado en Aruba por una cínica y desesperada intervención venezolana, el declarado delincuente llamado Pollo Carvajal fue recibido por Nicolás Maduro como un héroe. !Bajo este régimen cívico-militar, somos y no somos! Vuelvo a decirlo: somos como el Orinoco que intentó diseñar Amalivaca, el dios de los Tamanacos, un río cuyas aguas al mismo tiempo que van, vienen. Es decir, vamos y al mismo tiempo, venimos. Somos criminales pero también somos héroes.
Publicado en segunda edición por Sergio Dahbar, con un denso y diáfano texto introductorio de Allan Brewer-Carías y un ajustado prólogo de Roberto Giusti, Las balas de abril es un libro que desmiente y hace trizas la «verdad» enarbolada por el régimen. Armado con la poderosa linterna de la investigación periodística, Francisco Olivares pone en su sitio no solo a los pistoleros de Llaguno sino a todo un régimen que se cree protegido por su propia corrupción y perversidad.
Lo leo quizás tardíamente. ¡No importa! Es un libro que mantiene asombrosa vigencia porque permite constatar, una vez más, la ignominia pero también la pantanosa oscuridad del socialismo bolivariano.
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