OPINIÓN

Las “armas” de la revolución mal llamada  bolivariana

por Carlos E. Aguilera Carlos E. Aguilera

El insulto, la descalificación, el agravio y la sinrazón, además de ser las armas de la mal llamada revolución bolivariana, parece ser el norte en los discursos de Nicolás Maduro y  personeros del gobierno en todos los escenarios, que sin el menor rubor lanzan denuestos contra quienes políticamente los adversan. La grosera actitud desdice mucho, pero bastante, del mensaje que plasmó el Libertador y otros próceres de nuestra verdadera independencia en el decurso de sus vidas. Estos “revolucionarios” de nuevo cuño los ”invocan” repetitivamente para exaltar su presunta identificación con la causa revolucionaria libertadora, pero no ”evocan”  el contenido de su legado.

El general de brigada e historiador Eumenes Fuguet Borregales, en un artículo publicado hace tiempo sobre la Proclama del general Rafael Urdaneta, luego del fallecimiento del Libertador, nos muestra la gallarda y noble actitud asumida por los valientes patriotas venezolanos que nos liberaron del yugo español, hombres que desprendidos de egoísmo, mezquindad, envidia, odio y exclusión, lo dieron todo en favor de la verdadera causa libertadora. Una lección para quienes se rasgan las vestiduras exaltando a nuestros prohombres de la patria, de la boca para afuera, pero divorciados del verdadero sentido patriota que tanto “invocan”.

Trascribimos en el párrafo que sigue el contenido textual de dicha proclama, que ojalá asimilaran estos nuevos redentores y sacrificados revolucionarios socialistas, marxistas mal llamados bolivarianos, quienes en los actos muchos de ellos oficiales ponen de manifiesto su poco talante democrático, de armonía, paz y conciliación, echando por tierra el amor que tanto predican sentir por el pueblo venezolano. A continuación su contenido:

«El excelentísimo señor Simón Bolívar ha pagado hoy a la naturaleza el precioso tributo de su importante vida». Urdaneta al conocer la infausta noticia emite en Bogotá el 9 de enero de 1831 una conmovedora proclama, llamando a la tolerancia y a la unión fraternal para salvar la patria de la anarquía: «¡Colombianos! Agobiado por el peso del dolor, me esfuerzo, no obstante, por cumplir con el más triste de mis deberes como magistrado, como ciudadano, como amigo. Os anuncio que ha cesado de existir el más ilustre entre todos los hijos de Colombia, el Libertador, el fundador de tres repúblicas, el inmortal Simón Bolívar. Después de haber agotado hasta las últimas heces del cáliz de amargura que le ofreció la suspicacia de algunos conciudadanos suyos, ha pasado a la región de las almas, dejando un vacío inmenso en Colombia, en América, en el orbe civilizado.

¡Colombianos! Deseoso de que no se malogren los esfuerzos inauditos de aquel varón esclarecido por la independencia y la libertad de nuestra tierra, me ocupo actualmente de dictar aquellas medidas que demandan el reposo y bienestar de los que viven sometidos al gobierno nacional, y de negociar con los que no lo están, los medios de llegar a un avenimiento amistoso, que tenga por resultado reorganizar a Colombia y presentarla de nuevo a los ojos de las naciones en su pasada majestad y esplendor.

En nombre de la independencia y de la libertad, convido a todos los que abriguen en su pecho sentimientos nobles y generosos, a que coadyuven a la bella empresa de restaurar Colombia. Venid, pues, colombianos al templo de la concordia, venid conmigo a darnos un abrazo fraternal. Solo así evitaremos que el país sea patrimonio de la anarquía más espantosa y devoradora que jamás vieron los siglos”

Al siguiente día, el «siempre leal” Rafael Urdaneta convocó una junta de notables, con la finalidad de explicarles en su condición de presidente provisional la conveniencia de dejar el alto cargo, asumido con la condición de que el Libertador lo pudiera recibir; fallecido este, quedaba sin efecto su nombramiento. Los asistentes en forma unánime recomendaron que no renunciara. Ante la presión ejercida por los enemigos de Bolívar y para evitar una guerra civil, Urdaneta renuncia a la Presidencia de la Gran Colombia ante el Consejo de Estado reunido en Apulo, cerca de Bogotá, el 30 de abril de 1831. Allí dijo:

«Mi continuación al frente del gobierno no es ya necesaria; he resuelto en consecuencia separarme de los negocios públicos y no debiendo ni queriendo mandar más, he cesado en este instante en el ejercicio de las funciones del Poder Ejecutivo. Ruego por tanto al Consejo se ocupe sin pérdida de tiempo de nombrar la persona que haya de encargarse de la suprema autoridad. Al terminar mi vida política estoy satisfecho porque mi conciencia me dice que he cumplido con cuantos deberes me impuso la patria en la delicada situación en que me he visto colocado».

Un ejemplo de civismo, lealtad, consecuencia, respeto y ética moral de los verdaderos próceres de nuestra libertad e independencia, en el que priva un proceso de socialización y culturización de quienes desarrollaron capacidades físicas, intelectuales, habilidades, destrezas, técnicas de estudio y formas de comportamiento, ordenadas con un fin social: valores, moderación del diálogo, debate, jerarquía y cuidado de la imagen, entre otras cosas.

El problema es que para muchos revolucionarios mal llamados bolivarianos, la ideología detrás de la represión de la anarquía, los pone del lado de la vereda de la cual siempre han buscado diferenciarse, porque lamentablemente el móvil, al momento de dar su visión, sigue siendo político y no una postura sensata, de que en la sociedad existen situaciones simplemente inaceptables, que ameritan arrancarlas de raíz, antes de que se traduzcan en una avalancha incontrolable de actos, producto justamente de la tozuda posición asumida, que se traduce en una innegable repulsa popular, como la que vive el país en los actuales momentos.

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