El 2022 completará 80 años en que el desarrollo será el gran ausente del panorama latinoamericano. En efecto, desde 1492 la región ha crecido en población y tamaño de la actividad económica pero no se ha desarrollado. Y si bien existieron momentos en que algunos países parecieron estar listos para el despegue, todos se fueron quedando en pista sin lograr romper la gravedad. Para el 2022 el panorama realmente es sombrío. La región crecerá 2,9% según la Cepal, mientras perdió 6,8% de su PIB en 2020 y solo creció 6,3% este año, según el FMI. 25 millones de empleos se perdieron en 2020, según la OMT. En 2021 se recuperaron apenas 17 millones. Y los niveles de pobreza engulleron a 30% de la población. En síntesis, una debacle similar a la confrontada por la región luego de las guerras civiles que siguieron los procesos de independencia.
Y lo peor es que no se ve en el horizonte político un solo líder de derecha, izquierda o centro que comprenda la gravedad de la situación, la inminente necesidad de darle un rápido vuelco a la situación y de reinsertar a la región en el reacomodo industrial mundial donde las 3 economías líderes del mundo (China, Estados Unidos, Europa) repartirán tareas para relanzar su músculo productivo. Pero este reacomodo continuará sin prisas y sin pausas hasta modificar el mapa productivo mundial. Y por default México será el gran beneficiado porque es parte de la ecuación del reacomodo estadounidense y porque los inversores privados saben que su actual mandatario tiene plazo fijo. Pero el resto de América Latina carece de vínculos aguas arriba y abajo con la producción industrial americana al tiempo que no puede contrarrestar esta falencia con tasas de productividad del factor trabajo similares a las que predominan en Asia. Tampoco da muestras de haber agotado su fase populista.
Esta situación pareciera ser preludio de graves confrontaciones civiles que quizás sean necesarias para que la región entera comprenda de una vez por todas que en la era digital el conocimiento es la fuente mayor de creación de riqueza. Y el conocimiento para rendir beneficios solo prospera bajo regímenes de libertad y Estado de Derecho.
La fuerza creativa del conocimiento terminará por vencer las vetustas instituciones políticas creadas por Felipe II de España. Este desenlace puede ser gradual y administrado o caótico y destructivo como los fueron las guerras de independencia. Porque esas instituciones privilegian la extracción de renta sobre la creación de riqueza y establecen nichos de poder para disfrute de quienes participan de la extracción de renta al tiempo que impiden el ascenso del talento al gobierno y al poder. De allí que la mayoría de las políticas públicas se fundamenten en el logro de la equidad por encima de la libertad. La equidad es relativa y la definen burocracias. La libertad es individual y cada individuo puede percibir su presencia o ausencia sin intérpretes ni administradores. La ruptura de esas instituciones y el establecimiento de sociedades libres es la única manera de salir de la trampa del subdesarrollo que ha durado seis siglos. Una sociedad libre volcaría el talento empresarial latinoamericano a la conquista del mercado internacional retirándole del financiamiento de campañas que garanticen el acceso al poder a quienes administran y aseguran el monopolio del mercado interno. Una sociedad libre facilitaría el acceso de cada niño a la economía digital, rompiendo así la barrera que le impide a la mayoría de la población lograr empleos provechosos y estimulantes. Se iniciaría el crecimiento y expansión de una clase media autónoma que inyectaría a las naciones del sur del Río Bravo de vitalidad económica y creatividad política. Solo imponiendo la libertad sobre cualquier otra consideración la región tendrá redención. Pero para llegar allí faltan varias décadas.
Artículo publicado por el Instituto Interamericano para la Democracia