Perplejidad y estupefacción devenidas en arrechera superlativa, pero sin las necesarias consecuencias, causó entre los venezolanos el ukase del 1° de mayo, bonificando a los 120.000 jubilados de la burocracia roja desde enero de 2018 hasta mayo de 2022 (2,4% de los más de 5 millones de pensionados y jubilados registrados en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales), con 10.000 cocos a ser entregados, una vez cumplidos los trámites correspondientes y habitualmente engorrosos, en 12 mensualidades de 800 y tantos machacantes, convertidos en petros sin indexación, depositados en el monedero patria. Algo es algo y estaría bien si no se tratase de una recompensa clientelar, basada, como muy bien explica Tal Cual, en la necesidad de desvincularse de la responsabilidad en la destrucción de los salarios, pues, bajo la narrativa nicochavista, la caída del poder adquisitivo de los venezolanos «es producto de las medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos contra la economía venezolana y del bloqueo criminal». De allí la elección de 2018 para datar el inicio del discriminatorio plan de compensaciones. Así, con tremendo chasco, comenzó la semana; y, mientras estas líneas corrijo (viernes 6), la Coordinadora de Pensionados y Jubilados de Venezuela convoca a manifestarse contra el subsidio segregacionista el próximo 29 de mayo. Hay tiempo suficiente para organizarse, aunque también para planificar su aborto. Ya veremos
El pasado martes 3 se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa —«85% de la población mundial vive en países donde la libertad de prensa ha menguado en los últimos cinco años; en el mismo período, 400 periodistas han sido asesinados por desempeñar su trabajo», leí en nota editorial de El Mundo (España)—, y, coincidentemente, la ONG Espacio Público notificó haber documentado 132 denuncias, inherentes a violaciones de la libertad de expresión e información perpetradas en Venezuela de enero a abril del año en curso. El día anterior, el tribunal tercero de primera instancia con competencia en terrorismo a cargo del juez Aquiles Vera pospuso, para mañana lunes 9, la primera audiencia del juicio incoado contra el periodista Roland Carreño, detenido en irregulares circunstancias la noche del 26 de octubre de 2020 —«preso sustituto», encarcelado en represalia por la fuga de Leopoldo López del país, y acusado falazmente de «conspiración, financiamiento al terrorismo, tráfico ilícito de armas de guerra y asociación para delinquir»—.
Y si la frustración de nuestra resignada y atrofiada clase obrera a causa del agravio en su contra, precisamente el día consagrado a ensalzarla, se manifestó a través de un desconcierto mayúsculo, no menor ha sido la extrañeza generada por los partes oficiales relativos al coronavirus. Según los informes de la menina fea, tal llamó un periodista amigo a la vicenico, Venezuela habría puesto K. O. a la peste —vainas de la infodemia—, mas hay serias dudas al respecto —de acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, a diciembre de 2021, habrían fallecido 22.325 personas en el país, cuatro veces más que las cifras oficiales —Sólo un chavomadurista uña en el rabo es capaz de tragarse el cuento chino de la Rodríguez, sobre todo, a la luz de una advertencia de Elsa Cantú, editora senior para América Latina de The New York Times, quien asegura: «Los pronósticos sobre el fin de la pandemia de coronavirus se han estrellado, una y otra vez, contra la realidad»; y del alarmante pronóstico de Bill Gates sobre el futuro de la pandemia: «No hemos visto lo peor», sostuvo. Vaticinio respetable, no por emanar de uno de los hombres más ricos del mundo, sino por haber sido de los primeros referentes en anticipar la llegada de una pandemia para la cual el mundo no estaba preparado. «Será inevitable y catastrófica», señaló durante una charla TED —Technology, Entertainment and Design—, ocho años atrás. Y ahora, en reciente entrevista a The Financial Times, declara: «Ni siquiera hemos visto lo peor del virus hasta el momento».
A estas alturas comienzan a escasearme no sé si las ideas o las palabras. Debido a ello, recurrí a esta cita de fuente indeterminada: «No hay nada que destruya tanto el lenguaje como la política, porque la política está hecha de lugares comunes, de frases hechas, de frases que no expresan la verdad, la realidad». La anoté cuando me enteré de la visita de Javad Owji, ministro de Petróleo de Irán, quien presuntamente vino a firmar acuerdos energéticos con Venezuela y no a cobrar por los favores prodigados a la ruinosa industria nacional de hidrocarburos. Los mochos se juntan para rascarse: la nación persa y la nuestra (sus regímenes, debemos precisar) están sancionadas por Estados Unidos. A la espera de declaraciones del jefe de Pdvsa, Asdrúbal Chávez, o del inquieto bigotón, es dado sospechar e incluso postular la improbabilidad de un levantamiento en el corto plazo de las medidas punitivas contra la administración nicochavista. O tal vez apunté la fulana frase, pensando en el tira y encoge en torno a conversas y negociaciones previas a la marcha fúnebre a ser interpretada en el matadero electoral de 2024, si la oposición verdadera no hace de tripas corazón y capea con tronío, ¡ole!, una estrategia pensada para (dijo alguien no sé dónde), «ganar tiempo, confianza, popularidad, apoyo político, silencio».
Ya dedicamos más de 4.000 caracteres a un acaso excesivo proemio, y aún no le hemos parado ni medio a quienes este domingo serán objeto de brindis, regalos, carantoñas, y hasta de arrebatos de melindroso amor filial, rayanos en la cursilería, condensados en tuits a fin de salir del brete: ¡las madres! Sí, las mamás, porque el día de hoy está consagrado en buena parte del globo a homenajearlas.
Si hemos de creer en la omniscia y escasamente profunda enciclopedia del perezoso llamada Wikipedia —Laureano Márquez la llamó Whiskypedia—, el edípico festejo tuvo raíces en la antigua Grecia, donde se glorificaba a Rea, progenitora de Zeus, Poseidón y Hades, ¡una guará!; y también en Roma: en la ciudad imperial se realizaban, durante tres días a partir del 15 de marzo, ofrendas a la Magna Mater en el Templo de Cibeles. Con la llegada del cristianismo, este ritual derivó en veneración a María, madre de Jesús. Hay quienes sitúan su génesis en la Inglaterra del siglo XVII. Allí tenía lugar un evento, igualmente relacionado con la santísima Virgen, denominado Domingo de las Madres. Los cronistas e historiadores llenan pesados mamotretos con sus indagaciones y elucubraciones; sin embargo, no conviene ni procede derrochar espacio ni malgastar tiempo en ellos. Vayamos al origen de la actual efeméride. Entendidos en el asunto lo atribuyen a las activistas norteamericanas Julia Ward Howe y Anna Reves Jarves, quienes, en Boston, la primera, y en Virginia la segunda, promovían jornadas religiosas y reuniones de fin de semana, orientadas a confortar viudas (la guerra civil recién terminaba) e intercambiar pareceres en torno a temas de actualidad.
En 1914, el presidente Woodrow Wilson instauró el segundo domingo de mayo como jornada dedicada a las madres. Lo demás es fácil de adivinar. Tras la oficialización del Mater Gloria, los vendedores de ilusiones hicieron de las suyas. Gracias al marketing y a la publicidad, el Día de la Madre ya no era sólo ocasión de reunir a la familia en torno a la matriarca, sino oportunidad calva pintada para, sin extravagantes pompas ni singulares circunstancias, obsequiar a ésta desde flores hasta viajes transoceánicos, pasando por bisutería, prendas de vestir, electrodomésticos y toda suerte de artilugios, ¡muy bonito!, ¿y para qué sirve? La apoteosis del consumo, en fin —la exitosa experiencia animó a los magos de Madison Avenue a replicarlo los días del padre y de los enamorados—. Hoy, después de dos años de claustro preventivo y distanciamiento social, la familia entera se quitará la careta, mejor dicho, la mascarilla, y se abocará a la parrilla, al mondongo o a la paella, en casa, al aire libre o en un restaurante, si están en condiciones de bajarse de la mula. Se brindará con recurrencia, alguien cantará tangos, boleros o rancheras, y no faltará quien declame emocionado, en registro de Luis Edgardo Ramírez, Óscar Martínez o Raúl Amundaray —¡se me cayó la cédula!— edulcorados versos a la madre sólo hay una, ¡ay mamá! No se hablará de política, porque el vapor de los espirituosos compelerá a cocinar halagüeñas metáforas, capaces de ruborizar a un camafeo, y no se busca ni se quiere cuquear avisperos en la concurrencia, aunque alguien pasado de copas y, por ser, como es, día de TODAS las madres, se encargue de recordársela a Maduro gritando a voz en cuello las 15 letras de costumbre. Seguramente, será coreado y aplaudido.